Capítulo 12

367 39 6
                                    

Narra Isaac

—Dime —habló Noah luego de un largo silencio—, ¿cómo eran las cosas antes de la guerra? —su pregunta me dejó un par de minutos pensando.

—Era maravilloso —sonreí recordando los años antes de la guerra—. Hace seis años, cuando apenas tenía nueve años, estábamos tranquilos, a pesar de que ya nos obligaban a llevar la estrella de David, a ir a escuelas exclusivamente judías y a tener toques de queda, entre otras cosas, pero estábamos tranquilos, mi padre tenía un negocio, vendía alimentos, mi madre era quien se encargaba de llevarme y traerme de la escuela. Ella también lo ayudaba a mi padre —mi voz comenzó a temblar un poco cuando empecé a hablar de mi madre.

—¿Y cuándo comenzaron a cambiar las cosas? —preguntó con una voz tan suave y cariñosa que no sonaba como la de él.

—En 1938, destruyeron varios negocios de la comunidad. Tres años después, empezaron a cazarnos uno a uno. Nos llevaron a varios campos de tránsito desde Berlín y hace un par de meses nos trajeron a este lugar —un par de lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas.

—¿Y tu madre? —pasó su mano por el alambrado y secó una de mis lágrimas con su pulgar—. Si no quieres hablar de ella, lo entenderé —negué con la cabeza y, como siempre, tomé su mano y la presioné en mi mejilla.

—Sí quiero hablarte de ella —una pequeña sonrisa se asomó en mi rostro—. Era realmente cariñosa, muy atenta con todos, sobre todo conmigo, hasta el último momento intentó protegerme —empezaron a caer aún más lágrimas. Bajé el rostro y solté su mano para poder ocultar mi cara—. E-ellos me la arrebataron, justo frente a mis ojos —comencé a sollozar—. R-realmente la necesito ahora...

—Lamento hacerte recordar ese momento —bajó su mano a mi mejilla y la acarició—. Tranquilo, Isaac —asentí secando mis lágrimas.

—A ella le hubiera gustado conocerte —sonreí levemente—. Le hubiera gustado mucho saber que hay alguien cuidando de mi tanto como lo hizo ella —tomé su mano y besé su palma, un pequeño rubor apareció en sus mejillas que lo hacían ver realmente tierno, la sonrisa que tenía en mi rostro se amplió un poco—. Me gustaría poder besarte en los labios, pero, por ahora, solo besaré tu mano.

Pasamos un rato hablando, cuando me percaté de que era mediodía, me despedí de él y me fui con los demás. Mi padre me dedicó una pequeña sonrisa al verme, yo le correspondí; me percaté que aquella sonrisa que me mostraba tenía un dejo de tristeza, pero no dije nada en absoluto, ni siquiera le daré muchas vueltas, dado que en mi rostro debe notarse que he estado llorando.

Cuando terminamos de trabajar y luego de ducharnos, nos dirigimos al cuarto. Aunque yo no llegué a entrar, Kaiser me detuvo antes de llegar a la puerta, bajé la mirada sabiendo porque me detenía antes.

—Acompáñame, escoria —suspiré y asentí sin mirarlo. Me tomó del brazo bruscamente y echó a caminar-. Hoy no seré yo quien juegue contigo.

Soltó una risa que hizo que me estremeciera. Como siempre, me llevó al lugar dónde ellos suelen estar, pero no me llevó a su habitación, sino que me llevó a una habitación completamente distinta, parecía ser una sala de reuniones, tenía una mesa un tanto larga y unas cuantas sillas alrededor. Solo había un hombre sentado en la punta de la mesa.

—Aquí he traído a mi juguete favorito, general —dijo Kaiser haciendo que el hombre levantara la cabeza y nos mirara, el corazón me dio un vuelco, reconocí al instante aquellos ojos celestes, tan claros que realmente parecían grises; son los mismos ojos que me gustan ver del otro lado del cerco; son los ojos de Noah. El hombre me sonrió cínicamente y se levantó.

—Veamos para que sirve tu juguete —se acercó a mi aun sonriendo. Cuando estuvo frente a mí, se puso a mi altura y me tomó del mentón—. ¿Qué edad tienes, juguete? —su voz sonó suave, pero con el tono frío de todos los soldados.

Del otro lado del cercoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora