Capítulo 1

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Narra Noah

—No me gusta esta casa —me quejé consiguiendo una mirada severa por parte de mi padre, que me hizo encogerme y cerrar la boca de inmediato. Mi madre colocó su mano en mi hombro para tratar de calmarme un poco. Yo solo solté un suspiro y, junto con mi hermano, subimos las escaleras.

—No seas idiota, ¿cómo se te ocurre decir algo así frente a papá? —dijo Artur dándome un pequeño golpe en la nuca—. Deberías darte cuenta de que mudarnos es beneficioso para todos. A nosotros nos dará prestigio y a papá lo acercará al Führer. Así que deja de comportarte como un niño —volvió a golpearme en la nuca, para luego entrar a una habitación. Por mi parte, me dirigí a otro de los cuartos y me dediqué a curiosear por los armarios.

Esta casa parece mucho más grande que la que teníamos antes, pero no me agrada estar aquí. Hace unos días mi padre fue transferido a Weimar, a tres horas de nuestra casa en Berlín. Él es general de una de las tropas de Adolf Hitler, por eso nos han enviado hasta aquí a cuidar un campo de trabajo o algo así. Siendo sincero, no entiendo mucho de lo que trata el trabajo de mi padre. Normalmente, Artur es quien presta más atención a lo que él hace. Solté un suspiro, salí del cuarto y busqué a mi madre; siempre que estoy aburrido me entretiene hablar con ella. Cuando estuve en la planta baja, pude sentir el característico olor a galletas que mi madre hace cada fin de semana. Me dirigí a la cocina y, efectivamente, ella estaba allí. Me dedicó una mirada para luego sonreírme.

—Las galletas estarán en un rato, cariño, te llamaré luego. —negué acercándome a ella—. ¿Qué sucede? —limpió sus manos y acarició mi mejilla.

—No me sucede nada, mamá, solo estoy algo aburrido. ¿Puedo quedarme contigo? —ella asintió, acto seguido hizo un ademán con la mano haciendo que rápidamente una criada tomara una banqueta y la colocara junto a mi para que me sentase.

—Gracias —respondí—, no era necesario que lo trajeras, podía tomarlo yo mismo —le sonreí a la joven y me senté. Le dirigí la mirada a mi madre nuevamente, ella me estaba mirando con un semblante que no podía identificar. Luego de unos segundos, volvió a sonreírme.

Pasé el día con mi madre, comiendo galletas y hablando de varias cosas. Cada tanto, me hacía reír con alguna ocurrencia, como siempre hizo. Mi madre siempre me ha consentido de esta manera, cuando no encuentro nada para hacer, ella me entretiene y pasa conmigo todo el tiempo que pueda.

Cuando comenzó a caer la noche, mi madre decidió preparar la cena, mientras yo la ayudaba, o al menos eso tenía planeado hacer hasta que aparecieron en la cocina mi padre y mi hermano, ambos me miraron con desaprobación por lo que iba a hacer.

—Deja que tu madre se ocupe de esto, Noah, la cocina es cosa de mujeres, no de un hombre como tú —dijo con su semblante serio característico, me le quedé mirando unos instantes; realmente no me molesta ayudar a mi madre en los quehaceres del hogar, pero mi padre cree que solo son cosas de niñas—. ¡Te he dicho que dejes eso!

Miré a mi madre, ella me hizo un gesto con la cabeza indicándome que hiciera caso y así hice, dejé lo que estaba haciendo para ir con mi padre y Artur. Los tres nos dirigimos a la sala, mi padre puso la radio, la cual transmitía las noticias; normalmente, solo pasan noticias sobre la guerra y algún que otro discurso del Führer. Realmente no me interesa mucho el tema de la guerra ni las ideas de Hitler. Tampoco sé por qué es la guerra, solo sé que, tanto Hitler como mi padre, les tienen un profundo odio a los judíos.

Cuando la cena estuvo lista, mi madre nos llamó, los tres fuimos directamente al comedor, donde una de las criadas servía la cena para todos. Los cuatro nos sentamos y comenzamos a cenar. Mis padres y Artur comenzaron a hablar sobre cosas referentes a la política y a la guerra, por mi parte, solo me quedé observando mi alrededor, mirando cada detalle de nuestro nuevo comedor y al par de criadas que se quedarían allí hasta que terminásemos de comer.

Del otro lado del cercoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora