LA CONFESIÓN DE DIJUN

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El palacio de Tai Chen estuvo vedado por siete días y siete noches completas.

Nadie podía acercarse. Una barrera protectora se había levantado a su alrededor y apenas era rozada por un ser inmortal, este perdía la mitad su energía de vida. Tres doncellas que desconocían esto se expusieron demasiado tiempo y finalmente fueron degradadas a mortales.

Esto causo gran alarma en todo el cielo. Dong Hua pocas veces mostraba su furia, por lo que esto era algo sin precedentes. La última vez que los papiros registraron su ira, fue durante una guerra al inicio de los tiempos.

Las especulaciones no hicieron esperar. En los pasillos, doncellas e inmortales murmuraban sobre la causa que pudiera haber desatado aquella crueldad.

Ye Hua había encomendado la tarea a Si Ming y Cheng Yu de escuchar y contarle todo. Afortunadamente, hasta ese momento Qing Qiu no había salido a relucir.

Al octavo día la barrera fue retirada y las puertas del palacio fueron abiertas para que las doncellas volvieran a restaurarlo.

Los ojos de Ye Hua examinaron el lugar. Definitivamente el incendio había acabado con todo; era un milagro que el palacio siguiese en pie. Las doncellas habida mente comenzaron a recogerlo todo, a sacudir la ceniza y el polvo.

No había rastros de Dong Hua.

Era preciso aclarar las cosas y siendo el señor celestial, Ye Hua no tenía más opción que encabezar el interrogatorio, así que se dedicó a buscarlo hasta que por fin lo hayo.

La figura alta e imponente estaba inmóvil de espaldas a él. La túnica purpura caía pesadamente y arrastraba por el suelo, el cabello blanco estaba sumamente arreglado. Era como si nada lo hubiese alterado. Ye Hua observo la escena unos momentos antes de avanzar. Aquella alta deidad, miraba atentamente la roca del destino.

- ¿Ocurre algo? Me asombra que hayas seguido mis pasos hasta aquí. - hablo Dong Hua sin mirar al recién llegado.

- Considero que es importante que hablemos sobre lo que ocurrió estos días.

- ¿Y qué ocurrió, según tú? - Dong Hua se giró para encararlo. Su expresión parecía serena e incluso indiferente... como siempre.

- Todo el cielo se ha preocupado. Es importante saber qué fue lo que encendió tu ira y si la tribu celestial puede hacer algo por apagarla.

- ¿La tribu celestial? - y levanto la ceja

- Eres el primer gobernante del mundo. Cielo, tierra, mares... todo lo controlaste. Sabes que te respetamos. Es natural que nos preocupe un cambio de humor así, sobre todo porque en miles de años no se había quebrado tu apacibilidad.

- No hay nada en que la tribu celestial pueda intervenir. Lo del palacio, solo fue algo por aburrimiento... no deberían tomarlo tan enserio...

Dong Hua paso delante de Ye Hua dispuesto a marcharse. Pero el joven señor del cielo hozo hacer algo que nadie se atrevería.

Tomándolo firmemente por el brazo, lo miro directo a los ojos y dijo:

- Eres igual a Qianqian... - y dicho esto se alejó unos pasos para luego desaparecer en una nube de humo.

Al principio no presto atención a aquellas palabras. Pero la curiosidad despertó en él después de unos días, cuando su palacio había sido restaurado y ni Ye Hua, Si Ming o Cheng Yu se habían aparecido por los alrededores. Nadie se atrevió a cuestionarlo sobre su anterior actitud. Y se sintió aliviado por ello.

Con el pretexto de retarlo a una partida de ajedrez, Dong Hua fue al palacio de Ye Hua. Lo encontró, como esperaba, mirando documentos.

Sin decir una palabra, paso de largo frente a él y fue a sentarse a la terraza. Ye Hua lo observo con ojos entre cerrados para luego seguirlo.

LA FUERZA DEL DESTINO: Ten Miles Of Peach Blossom.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora