13 de Julio del 2014, domingo. 15:56 horas.
A la cruel ladrona de negro:
Estoy en mi habitación, con la ventana abierta —como siempre que escribo— para poder escuchar el mundo correr.
Y escucho vida.
Y me alegro por la alegría ajena.
Y me enardezco contra ti, muerte.
Tantos que no escuchan
los gritos que dan los niños en la esquina.
Tantos que no ven florecer la primavera.
Ellos ya no florecen.
Por tu culpa.
Me has privado de conocer tantas sonrisas,
de compartir tantos llantos.
Y te los has llevado.
Empecé esta carta pensando en uno, al recordar una conversación en la madrugada.
Ahora ya no sé ni en quién pienso, pero ¿acaso alguien lo merece?
No más oportunidades
no más risas
no más llantos.
No más vida para ellos.
Porque tu lo decides,
porque tú te los llevas.
Es normal llorar a los viejos que se van de viejos.
Y se puede olvidar
—perdonar—
con el tiempo.
Pero, cuando no se van de viejos,
cuando te los llevas
en el punto álgido de la vida
—su vida—.
Cuando son jóvenes y se creen eternos,
¿acaso se te puede perdonar?
"Morimos en medio de una
palabra."No les dejaste terminar su frase.
Y entonces, los que se quedan,
se sienten incompletos.
Sin saber lo que querían decir quiénes te has llevado.
No lo sabremos.
Y no te perdono, muerte.
Por no haberle
—haberles—
conocido.
Al igual que tú has dejado a tantos sin despedida, yo no me despido de ti.
Pero espero no volver a pensar en usted, señora que nunca espera.
b.

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Cartas.
ŞiirA quien -por casualidad o concienzudamente- esté leyendo esto: tengo un papel en blanco delante y una pluma en mano. Escribiré a mis temores y a mis sueños, a personas reales e inventadas. Te dejo que eches un vistazo a mis pensamientos, querido...