Uno.

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El clima era muy fresco para gusto de Emmanuel Alexander. El frío solía agrietar sus labios y se rehusaba a usar algún bálsamo labial. Con las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos de su chamarra azul, una bufanda de rayas y los dientes castañeando avanzó por el húmedo asfalto de la calle Sunflower ubicada al este de la pequella ciudad de Batesville. Ha vivido en esta cuidad, en esta misma calle toda su vida, la "famosa" calle Sunflower donde se encuentra la "casa embrujada" al final de la calle y lo más apartado de todo lo demás posible, lugar al cual se dirige.

Desde que tiene uso de razón esa casa de dos pisos y con todo el estilo gótico encima ha estado abandonada. Ha sido protagonista de todas las leyendas urbanas locales, y por supuesto un objeto para asustar a los niños, con rumores que los dueños son vampiros, que es la residencia de una bruja o que todo aquel que se muda ahí desaparece misteriosamente o incluso que fue lugar donde se cometió un terrible homicidio y las almas se quedaron ahí al no encontrar la paz.

Si se preguntan porqué se dirige ahí es porque la bola de pelos que tiene por mascota desapareció desde ayer y Stanley, el vecino de 5 años, le dijo que la vió entrar al enorme y desértico patio de la casa 26071 de Sunflower. A unos cuantos pasos de la casa se detuvo a recordar todas aquellas veces en las que todos los niños del vecindario solían retarse a entrar. Claro, esos eran otros tiempos, los niños de hoy en día mantienen su vista en una pantalla electrónica y prefieren jugar Minecraft que salir a correr y rasparse las rodillas como solía hacer él. Su mirada recorrió la barda hecha de barandales de acero bañados en pintura negra desgastada que protegían la antigua casa. La última vez que estuvo así de cerca de este lugar fue cuando tenía 7 años y su grupo de amigos y él asomában la nariz a través de las rejas de la barda, teniendo toda la intención de entrar para poder alardear de su valentía. Por supuesto nunca lo hicieron, y mientras crecían fueron perdiendo el interés, así como el resto del vecindario, en esta vieja casa. En la actualidad ya nadie le presta atención, pues como dicen muchos adolescentes, lo paranormal ya pasó de moda.

Una leve brisa lo sacó el ensimismamiento, por lo que rodeó la casa hasta llegar a la parte trasera donde abundaba cerca del barandal una espesa pero marchita malesa. A los 7 años entre todos los niños del vecindario encontraron una barra del barandal suelta, y tras escarbar por debajo crearon la manera de traspasar, cosa que ninguno hizo. Emmanuel se sintió tonto por dentro por unos segundos al pensar en él entrando de manera furtiva a una casa abandonada debido al comentario de un niño de 5 años diciéndole que su gata había entrado ahí, sólo duró unos segundos puesto que el oscuro pelaje de la mascota sobresalió del porche de la puerta trasera. Abrió la boca aspirando aire para llamarla cuando, para su sorpresa, la gata entró por la puerta que se encontraba entreabierta.

Soltó el aire contenido en los pulmones con un chasquido de lengua expresando su fastidio. Se debatía entre si entrar o no, en si estaba bien o no. No había nada de qué preocuparse ¿no? Sólo era un responsable amo tratando de rescatar a su gata del molesto frío que hacía. Si, eso. De nuevo la brisa golpeó su rostro revolviendo los leves rizos de su cabello, por lo que resignado se puso en cuclillas y moviendo la barra de metal suelta del barandal se infiltró en la propiedad. Apenas estuvo del otro lado sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo, se paralizó y su cabeza comenzó a reproducir todas las historias de terror que giraban en torno a esa casa.

No se sentía orgulloso de admitir que tenía miedo. Se sacudió la tierra de la ropa tratando de salir del pequeño trance y tomando valor para avanzar mas. Ya había cruzado hasta acá así que no había marcha atrás, se sentiría más patético si regresara sin su mascota. Suspiró retomando el objetivo principal.

Las hojas secas del otoño crujian bajo las suelas de su botas y el aliento a causa del frío era visible con cada suspiro que salía de su boca. Luchaba por controlar los latidos del corazón apretando los puños. Con paso cauteloso y la mirada fija en la puerta logró llegar al inicio de las escaleras del porche, hizo un esfuerzo sobrehumano para no hacer ruido al subir por estas y una vez frente a la puerta, titubeó un poco. ¿Se vería muy estúpido si llamaba a la puerta sabiendo que esa casa estaba más vacía que el corazón de su ex? ¿Estaba bien entrar de esa manera?

Decidió dejar de dudar tanto y terminar con el objetivo de una vez por todas. Con la misma cautela que había tenido hasta ahora empujó suavemente la puerta hasta que estuvo lo suficientemente abierta como para que entrara. El corazón se paralizó al instante en el que notó cómo la sutil luz iluminaba el interior de la casa y este no se veía abandonado en lo más mínimo, por el contrario, parecía que hace escasos minutos alguien había limpiado. Se detuvo en seco al percatarse de esto ¿debía entrar aún más?

El silencio abrumador se vió interrumpido por el ronroneo de un par de gatos así que sin pensar se dirigió hacía donde los escuchaba. Conforme avanzaba cuidadoso de no crear ningún ruido admiraba la decoración de la casa. Todo parecía de los años cincuenta y se veía limpio por donde quiera que miraras. Cruzó toda la cocina y de ahí a la parte de la entrada donde unas majestuosas escaleras cubiertas de una alfombra roja que parecía de terciopelo cubría cada milímetro de ellas, el barandal blanco reluciente gracias a la elegante y antigua lámpara que sólo había visto en palacios de princesas en dibujos animados y un reluciente piso de mármol negro bajo sus pies lo dejaron boquiabierto.

Emmanuel se dió un golpe mental para reaccionar y volver a la meta de encontrar a su gata, volvió a prestar atención al ronroneo que se escuchaba detrás de unas puertas de madera, confiado en que además de los felinos él era el único ahí, abrió las puertas de par en par olvidando por un momento la sutileza.

Sus pies de quedaron pegados a la suave alfombra color beige y su corazón se detuvo por varios segundos, sintió como si la sangre olvidara cómo circular y le costó mantenerse de pie ante lo que sus ojos café claro estaban observando. Efectivamente eran dos gatos quienes ronroneaban al pie de un enorme sofá que combinaba con el color de la alfombra, pero, sobre el sofá una chica como de su edad de cabello negro suelto, ondulado y esponjado estaba recostada leyendo un libro.

En el mismo instante que sus miradas se cruzaron la chica expresó en su rostro un verdadero horror y enrollándose como caracol en su lugar, abrazando sus rodillas comenzó a gritar de la manera más desesperada que Emmanuel jamás había escuchado en su vida.

—¡Aléjate! —gritaba la chica una y otra vez incesantemente.

Aún aturdido por lo que estaba pasando solo avanzó con cautela y tomó en un movimiento rápido a su mascota en sus brazos.

—Sólo vine por mi gata —fue lo único que atinó a decir Emmanuel antes de huir del lugar.

Salió hasta el patio trasero y sin saber cómo pasó con rapidez debajo de la barda y con más rapidez aún corrió hasta su casa, sin saber qué había sido todo aquello.

Agorafobia #PGP2020 #StayHomeAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora