Diez.

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Miedo, entusiasmo y nervios fueron algunas de las emociones que Emmanuel pudo detectar al leer aquel mensaje donde prácticamente ella lo invitaba a su casa. Dubitativo y con un ligero temblor en los dedos al palpar la pantalla de su celular escribió una especie de respuesta.

—¿Tú estás bien con eso? Sabes que no quiero ponerte incómoda o algo similar.

—Yo estoy bien con eso. Estoy tratando de ser un poco más "normal".

—Entiendo ¿nos vemos este viernes?

—Claro. Tu trae la comida, yo te pagaré aquí.

—Descuida. Ya que me estás invitando a tu casa al menos quiero pagar la comida yo.

—Está bien.

Faltaban tres días para la reunión de estos dos chicos. Los sentimientos que tenía Candy por dentro eran inefables, pero la angustia de dejar que alguien entrase en su "área segura" eran claramente opacados por la emoción de, al menos a su manera, tratar de ser normal. Había enlistado bastantes temas de conversación y preguntas para Emmanuel, su único amigo real.

Ese viernes, casi a medio día, la chica de cabello esponjado y ondulado tomó una ducha apenas se levantó. Casi toda su ropa no eran más que pijamas, camisones y uno que otro vestido holgado; razón por la cual pasó casi media hora eligiendo lo que vestiría. Al final sólo tomó un vestido blanco y holgado que le llegaba poco más abajo de las rodillas, y un suéter del mismo color encima. Hizo todo lo que pudo para que su cabello no se viera como un nido de pájaros y se maldijo internamente por no tener más calzado que un par de zapatos y muchas pantuflas.

La noche anterior había limpiado a fondo la planta baja, así que la cocina, el salón y el comedor que muy raras veces se usaba estaban impecables, pero para asegurarse volvió a aspirar la alfombra, limpiar la mesa con desinfectante y a ordenar las sillas. Faltaban escasos quince minutos para la hora en que él llegaría cuando terminó. Su corazón latía un tanto desesperado así que decidió ir a su cuarto por las pastillas para tenerlas a su alcance en caso de ser necesarias, aunque deseaba no tener que necesitarlas.

Se quedó en su cuarto con los nervios a flor de piel. Exactamente a las 2:00 p.m el chico de cabello rizado y peinado hacia atrás le envío un mensaje.

—Estoy al otro lado de la calle frente a tu casa. Sólo espero que no haya nadie al rededor para poder entrar por la parte trasera.

—Entiendo. Dejé la puerta de la cocina abierta así que podrás entrar. Cierra con seguro de nuevo una vez estés dentro.

—Bien.

Pasaron los minutos. Una vez que Emmanuel se encontró sin nadie en los alrededores, rodeó la casa con el número #26071 de la calle Sunflower. Estaba muy nervioso pero entusiasmado con todo aquello. Tuvo mucho cuidado al no derramar nada mientras bajaba debajo de los barrotes de acero de la barda, y aún con sigilo y precaución cruzó el patio cubierto con hojas secas de los árboles escuchando el crujir de estos bajo sus tenis a cada paso.

Tal como ella le dijo, la puerta estaba sin seguro, una vez entró volvió a colocar el seguro tras cerrar y envió un mensaje comunicándole a Candy que él ya se encontraba dentro. Ésta le pidió que se dirigiera al comedor y que bajaría en un momento. Así lo hizo él. Llegó al comedor y sacó todas las cosas de la bolsa plástica. Abrió los contenedores de unisel donde estaba el ramen de cada uno y acomodó ambos en unas sillas que estaban una frente a la otra. A los lados acomodó los tenedores desechables y los palillos de madera que también incluyeron los del restaurante.

Agorafobia #PGP2020 #StayHomeAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora