Doce.

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—Vamos, será rápido. No pasará nada malo —la voz de Emmanuel sonaba más insegura de lo que él hubiera deseado.

—No... No estoy segura de esto para nada —la mano de Candy se aferraba con fuerza a la de su amigo.

—Si quieres, cierra los ojos y los abrirás cuando ya haya pasado todo —por el contrario, el moreno sentía su brazo adormecer, no entendía cómo es que esa chica tan delgada y de aspecto frágil podía apretarlo con tanta fuerza.

Emmanuel tradujo el silencio de ella como aprobación y aún con los nervios a flor de piel se acercó poco a poco al picaporte de la puerta que daba hacia el balcón del último piso de la casa de Sunflower. Su compañera apretó más los ojos y aumentó la fuerza de su agarre al escuchar el rechinar de las bisagras. Avanzó un paso. Luego otro. Al tratar de dar un tercer paso no pudo avanzar más, pues los pies de Candy se aferraron al piso alfombrado. Con cautela dio un paso mas, haciendo que los pies descalzos de la pálida chica se arrastraran por la alfombra.

El pálido rostro de ella comenzó a tornarse rojo a causa de la fuerza con la que mantenía los ojos cerrados, el aguantar la respiración y la fuerza con la que estaba prendida del brazo de Emmanuel hacia que comenzara a sudar. Una ligera brisa entró a la habitación por la puerta que su amigo mantenía abierta y ahí fue cuando el pánico de apoderó se ella. Sus ojos se abrieron de golpe. Pudo observar el cielo oscuro y un par de centelleantes estrellas adornar este. Era hermoso, si, pero la mente de Candy estaba más ocupada creando paranoias que antes de que pudiese reaccionar empezó a hiperventilar. Su pecho subía y bajaba con fuerza, su mente seguía creando escenarios catastróficos y en menos de dos segundos ésta la llevó a aquel fatídico día que la obligó a encerrarse.

Trató de controlarse, de verdad que trató. Pero no pudo. Retrocedió lo más que su cordura le permitió. Emmanuel se giró a verla. Vio a la chica que hacía que su corazón se acelerara dejarse, caer al suelo y abrazar sus rodillas para tratar de ahogar sus gritos. Inmediatamente cerró la puerta y, a oscuras, corrió hacia ella siguiendo su instinto.

—¡Alejate! ¡Alejate! —gritaba una y otra vez manoteando y pataleando cuando Emmanuel trató de auxiliarla.

—Calma. Calma —repetía éste en cambio, diciéndoselo más a él mismo. Corrió hacia el interruptor de luz y con un vistazo rápido a la habitación localizó el frasco de plástico naranja sobre el escritorio.

Lo tomó y las extendió a Candy, quien se notaba luchaba por retomar el control. Sintió el frasco ser arrebatado de su temblorosa mano. Ella con un temblor aún más evidente abrió el frasco y tomó una pastilla la cuál tragó con demasiada facilidad. Poco a poco se tranquilizó, sin embargo, comenzó a llorar silenciosa pero notablemente. Él, ocultando su dubitatividad, se arrodilló detrás de ella para abrazarla por la espalda.

—Tranquila, tranquila. Está todo bien. No estás sola. Estoy aquí —habló el moreno pausada y serenamente.

—Esto es vergonzoso —dijo finalmente con una aguda voz.

—Para nada. Fue culpa mía —Emmanuel se giró buscando el rostro de ella. Con una extrema delicadeza, lo tomó entre sus manos y con sus pulgares limpió las lágrimas que aún caían con timidez. Fue ahí que estuvo consciente, por primera vez, de la extrema diferencia de sus tonos de piel.

Buscaba su mirada pero ella lo esquivaba. Él insistía, de modo que Candy no encontró más solución que cerrar sus ojos. Emmanuel, confundiendo el momento y el gesto de ella se dejó llevar por sus impulsos y aprovechando aquella cercanía unió sus labios a los de ella por una pequeña fracción de segundo, pues la contraria no tardó en reaccionar; y no de la mejor manera.

Candy lo empujó con más fuerza de la que sus delgados brazos aparentaban tener. Y comenzó a gritar dando así inicio a otro ataque.

—¡Vete! ¡vete! ¡Alejate! ¡Déjame sola! ¡Alejate! —repitió casi desgarrando su garganta al tiempo que mesaba su cabello con desesperación, asustando más al moreno.

—Perdón, perdón. Lo siento no quería... —tartamudeaba el chico entrando en pánico al no saber qué hacer.

Candy se levantó con rapidez y salió de la habitación para irse a encerrar a la suya, buscando un lugar seguro para ella. Azotó la puerta al cerrarla y por instinto puso el seguro. Emmanuel corrió tras ella y dubitativo sólo observó la puerta de la chica.

—De verdad lo siento... —habló por lo bajo, sin embrago la contraria lo escuchó.

—¡Vete! ¡Vete y jamás vuelvas! —su voz de quebraba en cada palabra a causa del llanto.

Emmanuel sintió una punzada en su pecho, los sentimientos y palabras anudarse en la garganta y sus ojos retener un par de lágrimas. Creyó tener idea de los ataques de pánico que sentía su amiga, pues ahora él mismo creía estar experimentando uno.

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Sé que ha pasado una eternidad desde que actualicé y no estoy segura de su alguien realmente lea esta historia.

La razón por la que me tomé más tiempo para actualizar fue porque me hicieron comentarios despectivos hacia esta historia que es la primera novela que escribo.
Me dijeron que no valía siquiera ser leída y varias cosas más que realmente me hicieron sentir muy mal y me di cuenta que la comunidad de Wattpad es tóxica.

La verdad soy muy sensible y me afectó leer esos comentarios que decidí tomarme un pequeño tiempo de ausencia.

Obvio no abandonaré la historia ya que es mi primer historia que escribo con personajes originales (no fanfics) y la terminaré.

En fin. Espero estén disfrutando la historia así como yo disfruto escribirla.

*Manda love*

Agorafobia #PGP2020 #StayHomeAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora