Nueve.

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Emmanuel sintió su corazón paralizarse al momento de leer el nombre de "Silence" en la pantalla mientras este timbraba. Conteniendo su emoción deslizó el dedo por la pantalla para responder.

—¿Hola? —preguntó, temeroso de lo que podría escuchar.

Estaba ansioso por escuchar su voz, saber que ella estaba bien, porque el tiempo en el que estuvo sin saber de ella fue una agonizante tortura para él. Inevitablemente estaba acostumbrado a platicar con ella, a tomar fotos de casi todo para enviarselas y quedarse platicando con ella lo más tarde que su cuerpo le permitía.

—L-lo... Lo siento... —escuchó la voz de ella al otro lado de la línea. En ese mismo instante un trueno volvió a escucharse y la luz volvió sólo unos segundos antes de irse de nuevo.

La mente de Emmanuel trabajó al instante.

—¿Estás bien? —era la pregunta que tanto quiso hacerle desde el día que por accidente descubrió que ella vivía en la famosa casa de la Avenida Sunflower.

—Perdón por molestar. Estoy acostumbrada a marcar el primer contacto en mi teléfono y ese es el de mi madre. Había olvidado que ella ya no es el primer contacto, si no tu.

—Descuida, descuida. No tienes que dar explicaciones. ¿Te encuentras bien? —Emmanuel insistió. No quería perder la oportunidad de continuar hablando con ella.

—Emmm... Pues... Si...

—Dime, ¿qué has hecho últimamente? Cuéntamelo todo —haría de todo para distraerla, de los truenos y de la falla eléctrica.

—Bueno lo de siempre, jugar y leer —para Candy era nuevo esto de tener una "conversación normal" por teléfono por primera vez en su vida.

Ambos continuaron charlando por teléfono por casi dos horas. La lluvia y los truenos cesaron la primera media hora de charla y la luz no volvió a fallar, pero ambos estaban tan cómodos platicando que simplemente no podían detenerse.

—Te extrañé -admitió el chico de piel morena. —Estaba muy preocupado por ti, todos los días me preguntaba si estabas bien y si habías comido ya. No debí haber hecho lo que hice.

Esta era la oportunidad perfecta para Candy. Su condición no era algo de lo que podía hablar con su madre ni con nadie más. Esta era su oportunidad para, después de tantos años, platicar con alguien respecto a esto.

—Realmente no hiciste nada malo —respondió con una suave voz-. Soy yo quien aún no sabe manejar con todo esto.

—De verdad lo lamento. No volveré a hacer algo que te incomode.

—También extrañé hablar contigo.

Candy y Emmanuel continuaron con los mensajes y llamadas. Él le enviaba fotos del atardecer todos los días. Podría decirse incluso que a veces la chica de piel pálida olvidaba su condición. Los ataques de pánico y ansiedad cesaron considerablemente. Se sentía feliz de tener un amigo real con quien platicar. Había días que en el fondo deseaba platicar sobre su condición pero aún sentía miedo y lo dejaba pasar, agradecía fuertemente que Emmanuel nunca le hiciera preguntas incómodas y que haya guardado en cierta manera el secreto de que esa casa no estaba abandonada en realidad.

Un par de semanas después él le envió una foto de un restaurante coreano que apenas había abierto hace poco en la ciudad. Los ojerosos ojos de la chica de piel pálida se abrieron con un brillo especial y sus gruesos labios se curvaron y separaron en una incontenible sonrisa, dejando a la vista sus pronunciables caninos superiores y un par de dientes chuecos que tenía. Había visto muchas novelas coreanas que le emocionaba poder probar comida del continente asiático.

¿Sabes cuál es el menú? ¿Venden ramen? —escribió lo más rápido que pudo.

La verdad no sé, sólo pasé por ahí. —respondió Emmanuel.

Quisiera probar algo de ahí. Le pediré a mis padres si pueden comprarme algo.

Entraré a tomarle foto al menú entonces.

¿Eso no sería extraño?


Quizás, pero no importa.

Gracias.


No tienes que agradecer.

Tarde. Ya lo hice.

Emmm... Cierto.

Esa misma noche ella esperó pacientemente a sus padres en la cocina para pedirle a su madre que le comprara ramen en el nuevo restaurante coreano.

—Madre, supe por internet que abrieron un restaurante coreano y me gustaría saber si podrías comprarme algo de ahí —soltó Candy con más entusiasmo del que habría querido reflejar.

—Si ese lugar está abierto a casi media noche si, si no, no hay manera. Sabes que el trabajo consume todo mi tiempo —respondió seca, sin dirigirle la mirada a su hija.

Prefirió no indagar más en el tema. En un par de horas amanecería y le preguntaría a su amigo por el horario del restaurante.

Cierran a las 10:00 p.m. —Silence soltó un largo suspiro de decepción.

Llamaré a mi madre para ver si aún así quiere traerme algo.

Suerte.

La esperanza es lo último que se pierde. Tras un par de horas de pensárselo Candy desbloqueó su celular y llamó a su madre.

—Madre. El restaurante cierra a las 10:00 p.m. Sé que dijiste...

—Candy estoy muy ocupada justo ahora.

—Si lo sé, pero realmente quisiera probar la comida de ahí y... —como parecía ser costumbre últimamente para su madre, esta la interrumpió.

—Pues seguirás queriendo. Yo no puedo desatender mi trabajo por una pequeñez como esa.

—No es justo. Siempre me traes comida ya fría y jamás he protestado. Esta vez y sólo esta vez quiero algo en específico y me lo estás negando —se quejó e hizo un berrinche tal cual niña mimada. Realmente se sentía enojada con su madre desde la última "conversación" que habían tenido. Y recordó porqué prefería no hablar con ella más que lo absolutamente necesario.

—¿No es justo? —le dirigió una mirada estupefacta—. Mira si alguien debe quejarse de injusticias aquí sería yo. Te he complacido con tus caprichos todos estos años pero ya fue suficiente. Si tanto quieres comida de ahí ve tu misma por ella. Perdón, recordé que no puedes salir. —dicho esto su madre colgó.

Lágrimas comenzaron a recorrer las pálidas mejillas de Candy. Apretó los dientes hasta hacerlos rechinar. Sentía enojo y tristeza por la actitud de su madre. Esa crueldad no era necesaria. Se sentía un tanto harta de esa pequeña gran limitación que tenía. Ella sabía perfectamente que su condición no era normal, y jamás había sido problema para ella. Quizás era una señal de que debía tratar de luchar contra esta de una vez.

Siendo llevada por este impulso a causa del mar de sentimientos en su interior comenzó a palpar las virtuales teclas de su celular.

Te invito a comer ramen en mi casa. Ven en tu día libre.

Sus ojos grises releyeron una y otra vez el mensaje del cual segundos después aparecieron dos palomitas azules al lado, indicando que el remitente, él, ya lo había leído.

Agorafobia #PGP2020 #StayHomeAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora