Siete.

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Después de unas semanas de hablar, y en las cuales Emmanuel reprimía su interrogatorio preguntándose si quizás a Silence realmente no le importaba que le hiciera esas preguntas, si quizás él daba demasiada importancia al asunto, pero no quería arriesgarse, además solía recordar aquella reacción que tuvo cuando él entró. Por más que lo pensara esa reacción no era "normal" en una persona.

Emmanuel se resignó a sólo enviar fotos del atardecer y demás paisajes con la esperanza de que ella mostrara o insinuara algún interés, quizás, en salir con él a algún lugar.

Mientras tanto, Candy charlaba con una compañera de partidas en línea de Call of Duty, Nicolle Namuche. Conversaba con ella desde que tenía 14 años y la conoció en un foro de anime. Era la única que sabía un poco sobre la condición de Candy: "que ella detestaba salir de casa y que llevaba ya mucho rato sin salir de esta". Con la "confianza" (porque igual podría ser algún sujeto de cuarenta viviendo en casa de su madre) que tenía Candy hacia "NikoKira777" surgió el tema de Emmanuel.

—Cuéntame sobre el chico que conociste hace poco, el que entró a tu casa.

—¿Qué quieres saber?

—¡Todo!

—Bueno, es un año mayor que yo, se llama Emmanuel, estudia en la universidad y tiene trabajo de medio tiempo, suele llevar a su madre a nadar.

—Interesante.

—Supongo.

Siguió conversando con ella el resto de la tarde, alternaba tener en sus manos un libro y el celular para enviar mensajes mientras estaba acostada en el sofá de la sala de estar en la planta baja. Música de los años cincuenta estaba de fondo, de cuando en cuando su mirada se desviaba la puerta recordando cuando Emmanuel entró, muy en el fondo deseaba este entrara de nuevo, pero los ataques de pánico, ansiedad y la paranoia no dejarían que eso sucediera.

Emmanuel tenía ese día libre del trabajo, pero se había ido con su madre a nadar. Este acto, en el fondo molestaban a Candy causándole cierta confusión. ¿Por qué habría de sentirse molesta?

Shamisen entró por la puerta entreabierta causándole un ligero susto a su dueña. Ronroneando se acostó sobre sus piernas para ser acariciado, Candy no le negó su cariño.

—¿Por qué habría de molestarme, Shamisen, que Emmanuel salga? —su mascota sólo maulló en respuesta. Con su mano libre entró a su conversación con él y su último mensaje aún no estaba en visto—. Bueno, él tampoco va a estar libre todo el tiempo. Tiene una vida, responsabilidades, intereses, su vida no gira en torno a mi. Él tiene una vida... —comenzó a sentirse triste por dentro, por primera vez en toda su vida se lamentó sentirse sola, por primera vez sintió necesitar la calidez de un abrazo—. Soy una egoísta.

Emmanuel no volvió si no hasta tarde, al punto de hacer sentir a Candy que esperaba a sus padres. No conversaron nada de relevancia, y Candy hizo un esfuerzo casi sobrehumano para no comentarle que lo extrañó, pues hablar con él por medio de mensajes y verlo pasar frente a su casa todos los días había comenzado a formar un vínculo nuevo y diferente para ella.

Él se fue a dormir alrededor de las 10:30 p.m. Ella seguiría despierta un tanto mas, su estómago estaba esperando comida y sus padres prometieron llevarle una hamburguesa. Pasada media noche escuchó ruido en la planta baja y un minuto después su madre tocó a su habitación con la bolsa de papel de su hamburguesa y papas, frías como siempre.

Candy no conversaba mucho con sus padres. Las pocas ocasiones en las que se sentaban a la mesa a comer sólo hablaban con ella lo estrictamente necesario, solían más charlar entre ellos sobre asuntos de trabajo. Jamás hablaban de nada con ella, temas como su condición era algo que ponía incómodos a todos, por lo que cuando se trataba de la medicación de su hija, sólo su madre iba a su cuarto a entregarle los frascos de diazepam recetados desde Londres.

Por la mañana siguiente Emmanuel fue el primero en enviar un mensaje de buenos días. Candy solía despertar alrededor de las 11:00 a.m por quedarse despierta hasta tarde jugando videojuegos.

—Tengo hambre. —envío Candy aproximadamente a las seis de la tarde.

—¿No has comido? —Emmanuel estaba en su pequeño descanso en el trabajo.

—No. Por eso tengo hambre, duh.

—Perdón, si vinieras te atendería yo mismo, incluso te prepararía la comida. —sus compañeros de trabajo y Joe lo observaron raro al verlo golpear su cabeza en repetidas ocasiones contra la mesa en la que estaba sentado. Emmanuel se había olvidado por completo de la línea que él mismo había creado para no hacer comentarios así, en los que se insinuara que ella saliera.

—¿Por qué no has comido algo aún? —aprovechó que su primer mensaje no lo había leído aún para tratar de cambiar el tema.

—Mis padres olvidaron dejarme comida, como siempre tendré que esperarlos. —ella tardó poco más de quince minutos en responder. Tras haber leído el primer mensaje de él sufrió un pequeño ataque de ansiedad al imaginarse a ella saliendo de casa.

Su pequeño ataque no duró más de dos minutos, tras tomar una pastilla comenzó a tranquilizarse, lo que le tomó más tiempo fue dejar sentirse culpable al ser diferente, al tener esa condición. Algo tan simple como salir de su área segura la aterraba. Claro que nada de esto era perceptible por mensajes.

—Vaya, que mal. —respondió Emmanuel aún reprendiéndose por su descuido, sabía a la perfección que aquello le había afectado en algo a Silence.

—Si, bueno, mis padres no me agradan demasiado. —confesó. Se sentía un tanto vulnerable, sensible, que sin querer comenzó a abrirse hacia él.

—¿Por qué no? —él ya iba de salida de regreso a su casa.

—Tengo la sensación de que yo no le agrado mucho a ellos tampoco.

—No digas eso, no creo que sea verdad, y en dado caso de que lo sea, al menos a mi me agradas. Perdón si mis palabras no ayudan en nada.

La chica de pálida piel sonrió por primera vez en el día. Acostada en el sofá y con música a volumen moderado sintió la necesidad de tener compañía ahí mismo.

—Gracias. Tu también me agradas. —escribió en respuesta. Pero pasaron unos veinte minutos y el chico de piel morena no respondía.

—Recuerda eso entonces. No me vayas a odiar por lo que hice. Te dejé algo de comida del restaurante en la puerta trasera. En serio, no me odies. —seguido de este mensaje había muchos emojis de caritas tristes.

Candy tuvo que tomar otra pastilla. Comenzó a llorar sintiéndose terrible por haber tenido otro ataque ante un gesto tan bonito y desinteresado por parte de él. Aún entre lágrimas y con mucha cautela abrió velozmente la puerta y tomando la bolsa con un burrito de carne asada y unos nachos volvió a encerrarse.

No respondió a ese mensaje de él, tampoco a los otros que él siguió mandando en forma de disculpa y prometiendo no volverlo a hacer, o cuando le explicó que lo hizo porque se había preocupado por ella. Sus palabras sólo la hacían sentir peor, la abrumaban y la hacían odiarse, comenzó a odiar su condición, y deseó por primera vez, ser normal.

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Perdón si hasta ahora la historia estaba avanzando lenta pero a partir de ahora viene lo chido(?.
Esta historia está en la lista larga de los Wattys :')
Voy a esforzarme más ya que esta es mi primer novela con personajes originales y entró en la lista.
Años anteriores había tratado de entrar con mis fanfics pero pues nunca lo logré hasta ahora :')
Decidí añadir al inicio la explicación de lo que es la agorafobia (la enfermedad que padece nuestra protagonista).
Bueno ya me extendi mucho, hasta el próximo capítulo:)

Agorafobia #PGP2020 #StayHomeAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora