Trece.

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Los días pasaban y Emmanuel no hacía nada más que sentirse miserable. No tenía pensamientos para nada ni nadie que no fuese su pálida Candy. Escribió miles de mensajes de disculpa; unos extensos, otros no tanto. La extrañaba, la necesitaba. Pero estos mensajes pese a ser enviados no eran leídos, pues ella lo había bloqueado.

La universidad tampoco estaba siendo tan amable con él. Ya debía comenzar con sus prácticas profesionales para poder tener todo en orden y poder graduarse, aunque claro, aún faltaba un año para eso. Había querido decirle a Candy que quería verla allí en su graduación. Tener a su persona importante, en un evento importante, sería algo épico para él. Pero lo arruinó, dejado llevar por sus bajos instintos, arruinó aquella confidencial pero importante amistad.

¿En qué estaba pensando? Exacto. Él no estaba pensando, cometió aquel tremendo crimen que llevó a su amiga a no tener contacto con el mundo exterior otra vez. Tan desconsideradamente había hecho que se encerrara de nuevo y eso era lo contrario a las intenciones que él tenía.

Por otro lado Candy tenía sus propias preocupaciones. Estaba aterrada y esta vez no por el mundo exterior, si no por algo que pasaba dentro de ella misma. No había tenido ningún romance con nadie y por obviedad aquel había sido su primer beso. Candy le temía a todo aquello sobre lo que no tenía control. Claro que extrañaba al moreno, pero ¿cómo podría verle siquiera? Después de todo ni ella sabría qué hacer o decir. Era demasiado pensar en alguien más de otro modo que no fuese amistad. Si apenas y sabía sobre el exterior ¿cómo sabría diferenciar sentimientos o emociones? Era muy confuso y muy complicado, de modo que lo más sencillo era alejarse.

El día que ellos solían verse en casa llegó, pero éste, volvió a ser como todos los demás. Candy notaba la casa más sola, vacía y triste que nunca, al igual que ella. Veía la pantalla de su celular y vacilaba entre sí desbloquear al chico o no. Estaba asustada y esta vez ya no sabía ni porqué. Todo se había vuelto complicado.

No salió de su habitación en todo el día, sólo se quedó tirada sobre su cama observando el techo, escuchando música triste con la cual identificarse y perderse en su mente. Durante varias ocasiones sintió lágrimas correr por su rostro, sin saber con exactitud la razón de estas. Quería pensar en otras cosas antes de que llegase el lunes. Ese día, esa festividad que ella tanto detestaba: halloween.
¿Y por qué lo odiaba? Porque personas del exterior trataban de entrar. Emmanuel también lo sabía, así que se sentía inquieto conforme pasaba el fin de semana.

Odió esa mañana, y no sólo por ser lunes y tener que despertar temprano para irse a clases. Muchos estudiantes fueron con algún disfraz improvisado y otros con algo más detallado, pero él y su cabeza los observaban tratando de adivinar cuántos de ellos tendrían la osadía de tratar de entrar a la casa de Candy. Escuchaba murmurar a cientos de ellos, pero la mayoría era sobre la fiesta que habría en casa de quién sabe quien; no sabía si sentirse aliviado o más preocupado al no escuchar a nadie hablar sobre aquella casa. Deseaba que la noche no llegara, pero claramente era inevitable.

Eran las 6:00 p.m y ya estaba oscureciendo. Unos cuantos niños ya comenzaban a verse con sus disfraces y sus madres acompañándolos.

—¿Se puede saber porqué observas tan insistentemente la calle? —preguntó su madre.

—Ammm... Nada más —respondió lentamente sin ánimos de hablar siquiera.

—Bien. Ve por leche, ya que miras afuera con tanto afán.

Emmanuel no se molestó siquiera en responder. Sólo tomó el dinero y salió más alerta que nunca queriendo observar y escuchar todo. Caminaba lo más rápido que sus pies se lo permitían, tanto que sus muslos comenzaban a doler. No quería dejar la casa de Candy sin vigilancia por mucho tiempo. Llegó al 7eleven más cerca que tenía y pagó el galón de leche al cajero que parecía tener un par de años menos que él, quién con mirada perezosa hizo el cobro con la lentitud y paciencia que lograría desesperar a cualquiera. Detrás de Emmanuel había unos pubertos quien entre risas y bromas tomaban papas, sodas, dulces y chocolates.

Agorafobia #PGP2020 #StayHomeAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora