Capitulo 27: Desesperación

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Despertó por los escalofríos, por el aroma picante, la opresión de algo gigante que clamaba por lo más profundo de ella. Su instinto de sobrevivir la empujó a despertar y maldijo eso. Ante ella un brillo dorado castaño impidió observar su otra pesadilla. Cerca una presencia intentaba hacerse entender. Gimoteó a la perdida de realidad, que creía, estaba sucediendo.

Ese golpe la había mareado más de lo debido. Todo eso no sucedía. Los nubarrones oscuros a lo lejos, largos trazos frondosos envolviéndolos en un atestado claro. Gritos, sonidos articulados por un animal, el frio del clima, la aspereza del suelo.

Dolía su cuerpo, su mente, sus ojos no podían con todo eso. El pasaje de las horas estaba mostrándose más rápidamente, la noche caía sobre el día en un matiz de colores rojizos y violáceos. Tanto espectáculo revolvió su estómago, se sintió tan pequeña, tan fácil de caer en ese océano interrumpido.

Desvió su mirada al animal. Le sorprendió su pelaje y se preguntó si todos los animales eran iguales, si tenían ese brillo que disminuía la pronta oscuridad. Se veía tan fantasmal, como si hubiera llegado para poner fin algo.

—¡Ella es mía! ¡Su carne me pertenece! ¡Todo su ser me pertenece!

¿De que hablaba? ¿De ella? ¿Cómo podía...? Esa voz. La reconoció. Un zumbido cruzó el aire y le pareció ver saltar algo chispeante, gruñidos de respuesta. Un giro de luz incandescente. Gritos de batalla. Cerró los ojos asustada.

No sabía que pasaba alrededor.

Las figuras saltaron a una corta distancia de ella, agradeció ese espacio e intento tironear de nuevo. El miedo creaba en su interior un flujo de adrenalina frenando ese dolor acuciante en su pierna. Frenética quiso separar las ramas de encima suyo sin importar lo gruesas que sean. Su instinto le gritaba esconderse en un lugar seguro, alguien le picaba cerca a apresurarse. Entra a la cueva cercana, úsalo como refugio.

Apretó sus labios conteniendo los sollozos por su fuerza mermada, por los tirones a su ropa y cuerpo enredados entre las ramas secas. Raspando contra la tierra consiguió deslizarse un metro sacando un poco de calor en su cuerpo, aun así el escozor en las manos y piel eran inaguantables. Tras un esfuerzo más dejó esa cárcel. Un borrón le hizo tirarse al suelo lo más atrás posible. Un chamuscado punto mostró el lugar donde el látigo golpeó.

Se había dado cuenta de su escapada. La bruja le mandó una mirada cargada de intenciones perversas, una muerte lenta y dolorosa, casi sentía los desgarrones sobre su carne mientras le devoraba hasta la misma alma. Otro borrón se interpuso siendo un hombre de aspecto descuidado y hombros anchos. Chilló a esa presencia que cortó su visión de lo que sería la peor muerte.

Mareada pero agradecida por la interrupción buscó entre tropezones donde era la entrada que los susurros urgían usar como refugio. No entendía como llegaban a ella esos sonidos extraños pero no intentó cuestionarlos por el deseo de no morir. Entre la penumbra cada vez más profunda, un hueco fue su hallazgo. ¡Entra ahí pronto!

Quiso ponerse de pie pero su pierna no le respondió sino con aguijones profundos de dolor. Rogando a cualquier fuerza superior, entre lágrimas de pánico, se arrastró en sus cuatro miembros, apenas apoyando una rodilla, para ese hueco tan lejos de ella.

¿Qué tanta distancia hay entre ella y ese lugar? Era tan difícil suponerlo, intentar poner un paso sobre otro al confundir el sentido prominente en su mente. En medio de esa ofuscada batalla su cuerpo quería recomponerse al nuevo elemento agregado. El sentido de la vista, recuperado en contra de su voluntad, le era tortuoso por no tener como maniobrarlo.

Las pullas lanzadas entre ambos personajes le parecían un agregado más a los sonidos de pelea, los entrechoques de sus armas y el crujido de alrededor.

La oscuridad en tus ojos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora