Capítulo 19

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Sábado 20 de julio:

Hace dos días que no escribo en el diario, voy a ver lo último que he escrito. Fue el miércoles, que estuve narrando lo que me había pasado ese día y algo hizo que dejara la escritura a medias. Voy a contarlo porque no me parece normal lo que me pasó.

Estaba yo tranquilamente con mi diario y bolígrafo en mano. Papá y Paul habían salido a jugar, y mamá me dijo que había salido a dar un paseo. Estaba sola en casa y es por eso que gasté mi intimidad en el diario. La verdad es que no me acuerdo qué es lo que estaba explicando exactamente, voy a releérmelo.

Ya está. Estaba narrando el momento en que Paul y yo estábamos jugando al escondite y yo oí alguien andando con los pies pegajosos. Dejé de escribir porque oí alguien revolotear por la sala de estar. Dejé el bolígrafo en la mesa y salí de la habitación. Cuando estaba en la puerta oí que el bolígrafo estaba rodando por la mesa, fui a cogerlo porque estaba a punto de caerse, pero cuando estaba a punto de llegar al escritorio unas fuertes pisadas se oyeron en la sala. Me detuve y no pude llegar a coger el bolígrafo, que acabó cayéndose al suelo. Decidí dejarlo ahí y fui lentamente hacia la sala y recorrí todo el pasillo. La puerta estaba cerrada, pero no encajada del todo. Me acerqué lentamente sin hacer ruido. Me quité las sandalias para que no me delataran y llegué a la puerta, cogí el pomo y eché un vistazo. Un grito salió por mi boca. Me llevé la mano a la boca para no hacer más ruido, pero fue inútil, se me escuchó igualmente. Vi un niño que salió por la otra puerta, la que comunica la sala con la biblioteca. No sabía quién era, pero sabía que estaba en la biblioteca y que de ahí no podía salir.

-¿Paul? -murmuré.

Obviamente ese murmullo no sirvió de nada, no obtuve respuesta. Entonces creo que fue en ese momento cuando una gota me empezó a caer por la mejilla. Estaba llorando, o eso creía. Fui a limpiarme la lágrima que pensaba que había expulsado mi ojo derecho y cuando me vi la mano, no tenía un líquido transparente, sino que era un líquido rojo. Era sangre. Estaba mirando fijamente la esquina del mueble que tenía delante. No quería mirar hacia arriba, porque sabía que había algo. Me estaban cayendo más gotas rojas por la cara.

Lo confieso, no sabía qué hacer en ese momento. Estoy segura que cualquiera que estuviera en esa situación no sabría cómo reaccionar. Creo que en ese momento sí que me cayó alguna lágrima, pero no estoy muy segura, porque las posibles lágrimas se mezclaban entre las gotas de sangre que poseíamos como goteras.

Supongo que fue la adrenalina, o a lo mejor solo fue un golpe de valentía que me invadió el cuerpo, pero salí corriendo. Corrí hacia el recibidor e hice algo que no debí hacer. Miré atrás. Pude ver qué es lo que había en el techo que me tiraba sangre a la cara. Otra vez. No podía ser, otra vez me encontraba con el mismo ser que me encontré en la calle, debajo la cama de mamá y papá, y en sueños. El mismo hombre deforme ahora estaba en el techo de mi casa echando sangre por la boca.

En ese momento, como cualquier persona hubiera hecho, grité, grité lo más fuerte que pude y salí corriendo de casa lo más rápido que me fue posible. No cogí ni llaves ni móvil. En ese instante solo quería salir de ahí y correr, correr mucho. Me puse en el camino que comunica nuestra casa con la carretera principal. El camino era corto, o eso recordaba. Pero creo que en una de las bifurcaciones cogí el camino incorrecto. Papá me había recomendado que fuese con él para que me enseñase el camino correcto, pero le dije que no, que prefería hacer otras cosas. Me arrepentí mucho de no haberle hecho caso.

No sabía qué hora era, calculé más o menos que eran casi las ocho, pero no podía estar segura porque no llevaba ni reloj ni nada que me pudiera proporcionar esa información. Me guié por el atardecer. El sol ya estaba diciendo adiós y yo me había perdido. Encima me estaba entrando hambre, aquel día había comido muy poco y no había merendado todavía. Retrocedí, o eso intenté, el camino que había hecho. Pero no lo conseguí. Por más que intentase recordar por dónde había ido, no logré regresar a casa.

La noche llegó, estaba sola, con miedo y con mi barriga haciendo ruidos raros. No sé durante cuánto tiempo estuve andando, no recuerdo mucho. Solo sé que llegué a desmayarme y perder el conocimiento durante unas horas.

Me desperté en mi cama. Primero me pregunté cómo había llegado hasta allí. Pero después pensé que podría haber sido todo un sueño. Miré por el alrededor y vi mi móvil, mi querido móvil que me hubiera gustado tener en el bosque. Miré la hora. Las 23:27. Miré también el día. 17 de julio. Todo apuntaba a que lo que había vivido era la realidad y no un sueño. Me levanté de la cama y me incorporé. Me dolía un poco la cabeza pero intenté hacer un esfuerzo para salir en busca de mamá o papá. Llegué al pasillo y vi que en la sala estaba papá pasando la fregona. ¿Qué estaría limpiando? ¿La sangre que me echó aquel ser? Fueron preguntas que me vinieron a la cabeza mientras me acercaba, y entonces papá me vio.

-Laura, ¿qué haces levantada? -me dijo preocupándose-. Tú y yo tenemos que hablar -cambió su tono de voz por uno un poco más cabreado-. ¿Qué hacías por la noche en el bosque? ¿Estás loca? -me quedé sorprendida, papá me estaba echando una bronca sin saber ni siquiera qué es lo que me había pasado-. Podría haberte comido un animal salvaje. ¿Es que no sabes que hay animales por aquí cerca?

Mientras me hablaba eché la cara hacia abajo, la costumbre de cuando recibes una bronca. Pero luego pensé, ¿cómo puede ser? Si hubiera visto la sangre no me estaría regañando. Me empecé a marear un poco por el olor de la fregona y el dolor de cabeza que se intensificó cuando papá empezó a gritarme y me volví a desmayar. Creo que papá me cogió en brazos para evitar que cayera al suelo, pero no me acuerdo.

Me desperté en uno de los sofás de la sala. Papá tenía en la mano una pastilla y un vaso de agua.

-Lo siento mucho Laura. Tómate esto, te va a sentar bien.

Me tomé la pastilla que me había dado papá. Cerré los ojos y respiré hondo. Cuando los abrí, miré hacia el techo, estaba limpio. Estaba claro que papá no había podido limpiar el techo en tan poco tiempo y quise saber el porqué de la presencia de la fregona.

-¿Por qué estabas limpiando? -pregunté.

-¿Cómo? -preguntó papá.

-¿Que por qué estabas fregando? ¿Había cierta suciedad? ¿A Paul se la ha derramado algo? ¿Qué había?

-No había nada cariño, solamente que con la mudanza se levanta polvo y hay que ir limpiando la casa de vez en cuando.

-¿No había nada?

-No, solo polvo, Laura. ¿Estás bien? ¿Qué pasó? ¿Por qué te encontré en el bosque?

-¿Dónde está mamá? -papá me miró atónito. Miró alrededor y me habló.

-Será mejor que descanses. Te has desmayado dos veces, estás cansada y te duele la cabeza, estás delirando un poco. Será mejor que vayas a la cama. Mañana será otro día.

En ese momento mi barriga hizo un ruido trepidante. Me llevé la mano a la barriga y solté un ruido de queja.

-Te voy a llevar la cena a la cama, tranquila. Ves para allá que ahora te la traigo.

Sin decir ni una sola palabra más, papá se dirigió a la cocina para, seguramente prepararme la cena. Yo me quedé sorprendida. ¿Delirar yo? ¿Qué me estaba diciendo papá? ¿Des de cuando yo deliro? Me fui a mi habitación y un montón de preguntas vinieron a mi cabeza. Preguntas que al día siguiente se esfumaron, ya que aquel día no tenía fuerzas para recordar nada.

Por eso solo puedo contar hasta aquí sobre lo que pasó aquel día. El 17 de julio fue un día muy intenso y lleno de agitaciones. Me sentía muy sola en ese instante. Ansiaba ver a mis amigos, y sobre todo, a mamá.

Ahora que releo lo que escribí el día 18, me acabo de acordar lo que pasó ese día...

¿Mamá...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora