2. Brown Cat Steffan

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Abrí los ojos de nuevo. Ya había pasado otra hora y seguía sin pegar ojo.

Supiré. Hoy era el primer dia de clase en mi nuevo instituto. No me hacía gracia alguna haber tenido que dejar a mis amigos, el instituto al que por fin me había acostumbrado y la casa de mi infancia, por un pueblecito perdido en medio de la nada. Pero no me quedaba otra. A mi padre le habían ofrecido un buen trabajo aquí y las cosas no andaban tan bien como para rechazar trabajos. Además, mi madre estaba muy conforme con este cambio. Le encantaba el ambiente tranquilo y hogareño que ofrecía el pueblo, decía que esto nos vendría bien porque estaba harta de la gran ciudad y todo el ruido y molestia que ésta ofrecía.

Yo sin, embargo, estaba en total desacuerdo. 

Amaba a ciudad, con sus grandes edificios, sus amplias calles que conectaban a estrechos pasadizos en los que era imposible no perderse al menos una vez en la vida. Sus infinitas tiendas, su luz eterna, el sonido de la humanidad en constante movimiento, el pasar de los coches y las carreras detrás de los autobuses. El arte y la historia, los secretos que se escondian en los edificios. Los graffitis en las paredes y el olor a posibilidad. 

Todo eso formaba parte de mi, me completaba, y pensar que ahora ya no podría verlo me llenaba el corazón de angustia.

Me senté en la cama mientras me frotaba el ojo derecho. Saqué el móvil y miré la hora. 

<<06:15>>.

Suspiré de nuevo. Aún quedaba mucho tiempo hasta que tuviera que ir al instituto. Pero sabía que no podría volver a dormir. 

Me levanté de la cama y salí de mi habitación.

-Pero Steff, ¿qué haces levantado? -la voz de mi madre se colaba por mis oídos y despertaba un escalofrío en mi espalda.

-Eh, nada, es que no consigo dormir más.

-¿Ah no? Estarás nervioso hijo. Bueno, ya sabes a que hora empiezan las clases ¿no? -asiento.- Bien, entonces me voy ya.

-¿Cómo que te vas? Mamá, son las seis de la mañana.

-¿No te lo dije ayer? La mujer del jefe de tu padre tiene una tienda y últimamente anda baja de empleados, así que me ha pedido que vaya a hacer una prueba y a ver que tal.

-Vaya, no me lo habías dicho. Jo, pues suerte.

-Gracias cariño. Sería muy bueno que consiguiera el trabajo, el dinero no crece de los árboles precisamente, y más cuando acabamos de mudarnos -me da un beso en la mejilla y yo le doy otro -nos vemos por la tarde ¿vale? ¡Y no llegues tarde!

Y se fue dando un portazo. Realmente estaba animada con esto del "cambio de aires". Eso me lo ponía peor. Desde siempre quien realmente llevaba "los pantalones" en mi familia era mi madre. Si ella no estaba contenta con algo, nadie lo estaba, porque se encargaba de hacernos la vida imposible a todos para que lo supiéramos. Pero si estaba contenta...

Agh, más mala suerte no podia tener. 

Me quedé un momento plantado en el mismo lugar mientras pensaba qué hacer hasta la hora de marcharme. Mi estómago respondió por mi. Fui a la cocina y busqué algo que llevarme a la boca. No había gran cosa, porque hacía apenas tres dias que llegamos y mis padres aun no habian hecho la compra. Pillé unas galletas Maria, la leche y el cola-cao y me senté en la mesa mientras me preparaba la bebida. Desayuné en completo silencio. No tenia ganas de nada, ni siquiera de pensar porque cada vez que le daba cuerda a mi mente recordaba la terrible injusticia que se habia cometido conmigo. Terminé el desayuno y miré de nuevo el reloj. <<06:35>>. 

Diario de un Gato NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora