17. "Tenemos que hablar Gatito Negro"

65 1 0
                                    


Volví tranquilamente al bar disfrutando de mi cigarro. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba fumar hasta que me despedí de Mike.

Me reí como un tonto al recordarle.

Iba tan ensimismado que al girar en la esquina me choqué sin querer con alguien.

-¡Eh tú, mira por dónde vas, pedazo de… ¿Arimas?!

Me giré lentamente cuando mencionó mi nombre.

-¡Anda Arturo, chavalín! ¿Qué haces aquí? –respondí.

Mirándome asustado se encontraba un chaval de unos catorce años, un tanto entrado en carnes, con una sudadera gris y unos jeans gastados. Se notaba que estaba entrando en el mágico mundo de la pubertad porque la cara paella que tenía daba miedo.

-¿Cómo que qué hago aquí? La pregunta es qué haces tú aquí –me respondió alterado. –Tío sabes que no puedes estar aquí, es el territorio de Borja.

 Caí en ello con un golpe de mazo. Maldije en silencio mi descuido y comencé a inquietarme. Junto a Mike no me había parado a pensar en la ley de territorios y me había dejado llevar. Bueno, ya no había caso, no debía mostrarme inquieto delante del chaval.

  Me encogí de hombros y le di un calo al cigarro.

-Bueno, tengo mis motivos para pasar por aquí –le miré a los ojos. Él retrocedió un poco y murmurando un “ah, bueno tengo que irme”, salió por patas.

 Observé cómo se iba. Sabía perfectamente lo que iba a pasar ahora. Arturo era un buen chaval, durante medio año había sido uno de mis “protegidos”, se metían con él por su constitución y por sus “preferencias sexuales”, sin embargo, empezó a alejarse de mi después de conocer a Borja. No es que hubiera cambiado radicalmente, seguía siendo un chico risueño y simpático, pero ahora se le veía más seguro de si mismo. Y si alguien se metía con él, directamente le rompía la cara.

Me encaminé de nuevo hacia el bar y saqué otro cigarrillo.

Recordé cómo en una reunión con Borja un chaval llamó “gordo maricón” a Arturo. Supuse que haría lo mismo que cuando se juntaba conmigo: saldría corriendo y llorando. Pero contrario a mis expectativas, se levantó y metió tal puñetazo en la cara al chaval que le rompió la nariz. Le miré atónito. En ningún momento habia perdido la compostura, ni cuándo se acercó al chaval que sangraba copiosamente en el suelo, ni cuando le cogió del pelo y dijo: “Osito gay, desgraciado"

La gente que rodeaba a Borja era así.

Llegué a mi destino y abrí la puerta del bar.

-¡Me cago en la Virgen! ¿Qué haces fumando? -gritó Amelia.

-Ya la estás liando macho -dice Carter con un bandeja con dos platos de macarrones en la mano. Se acerca a una mesa en donde esperan dos hombres y les sirve la comida.

-Dame uno -la voz que faltaba suena. Miro a Amalia, tiene cara de cabreo nivel 3, asi que inmediatamente saco mi cajetilla y se la paso. Mientras se enciende el cigarro me cuelo en la cocina y dejo el vaso en el fregadero.

-Por Dios Amalia ¿tu también? Le echo la bronca y tú le sigues el juego. Estás malcriando al niño.

No puedo evitar reirme.

-El niño ya venía malcriado de fábrica -dice antes de salir del bar.

Salgo de la cocina y me sirvo un vaso de agua en la barra.

-¿Qué le pasa a tía Amalia? -pregunto.

Carter se coloca a mi lado y se sirve otro vaso de agua. Baja el volumen de su voz y me susurra:

Diario de un Gato NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora