Entré en la casa de Borja. El cambio de temperatura entre el exterior y el interior era asfixiante, pero me aguanté. Me senté en el sofá y me acomodé mientras esperaba a a que él volviera.
Estaba un poco molesto.
Me fastidiaba que ese tipo disfrutara siempre a costa de mis despistes y torpeza. Me fastidiaba también que después de tantas prisas y tanta mierda iba a faltar a primera hora. Este año me había prometido que sería distinto, que no me saltaría las clases y sería un buen alumno pero las autopromesas con una pala se entierran. Y encima mi profesor era Víctor. Gruñí molesto al imaginarme la cara que pondría Víctor al verme en tutoría.
-¿Por qué estás enfadado gatito? -Borja aparece de repente con unos zapatos y una sudadera en las manos. -¿Es por qué he ido muy rápido en la moto? -me mira divertido.
-No, no es por eso. Aunque no lo descartes; ¿sabes qué es limite de velocidad? Esto es un pueblo, no hace falta ir atropellando abuelas -dije molesto. Borja de rió a carcajadas. -Por cierto, ¿cómo me has encontrado? ¿Acaso me acosas o qué?
-Que va, bueno, un poco -levanto una ceja. -Bueno, pasaba por ahí y ya sabes, siento debilidad por los animales abandonados y había uno que con el frío que hace iba a toda prisa en manga corta y descalzo. No lo pude resistir -mientras terminaba de hablar se abrazó y comenzó a sobarse a si mismo mientras cerraba los ojos y ponía una voz dulzona (o lo intentaba).
Ese era Borja. Siempre que se refería a mí lo hacía como si yo fuera un gato. Al principio me parecía gracioso, después se volvió algo realmente molesto y ahora simplemente era normal.
A sus 22 años de edad era el tío que todos conocían; los adultos le querían y los niños querían ser como él, aunque sólo aquellos que estaban dentro de su círculo de confianza sabían cómo era realmente. A pesar de sus apariencias y de lo que nos unía, yo le tenía cierto respeto y confianza, a veces sentía que era como un padre. Además, Borja era famoso por su amabilidad, su simpatía y disposición. Cualquiera que hablara con él durante al menos media hora acababa adorándole. Eso también me pasó a mí aunque el inicio de nuestra historia no fue tan bonito.
Borja me dejó los zapatos y me puse los puse agradeciendo el que por fin mis pies entraran en calor. Me puse también la sudadera y me abracé para calentarme. Borja me miraba y sonreía amable.
-¿Tomabas café, verdad? -me dijo mientras iba a la cocina.
-Hasta la mitad con leche y cuatro cucharillas de azúcar.
-Sigo diciendo que no es normal que tomes tanto azúcar -su voz sonaba desde la cocina.
-Es que soy un amorcete dulzón ¿sabes? I need sugar to live, my baby.
Salió de la cocina con dos tazas humeantes en las manos.
Me entregó una y se sentó delante de mi en un sillón. Di un sorbo al café con leche y disfruté del sabor. Estaba tal y como me gustaba. Miré a Borja mientras daba otro sorbo y él me devolvió la mirada haciendo lo mismo que yo. Estuvimos unos minutos en silencio hasta que la conversación no se pudo retrasar más. Él cruzó una pierna, yo me quité los zapatos y me cruzé de piernas en el sofá.
-Bueno, gatito, imagino que sabes el porqué te he traído aquí.
-¿Por qué eres buena persona y ayudas a los desesperados?
-En parte -dijo riéndose, -pero no, ahora en serio -me miró seriamente. Se habían acabado las bromas.
Asentí para mostrar mi conformidad.
-Bien pues, ayer te escaqueaste del instituto ¿verdad?
No me sorprendió que lo supiera. Este hombre estaba más enterado de lo que hacía que mi propia madre. Asentí. Le conté el motivo, lo que hizo que me mirara con reprobación.