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Bella había caído rendida luego de nuestra primera noche juntos, a penas habíamos colapsado bajo el infinito placer de nuestros orgasmos, ella cayó dormida y la coloqué sobre mi pecho para que se recuperase... no me había dado cuenta de lo que había hecho sobre el final de nuestro encuentro, yo había estado tentado por un instante... solo por un instante a morder su cuello, no lo hice gracias a que Bella recibió su orgasmo en el momento justo cuando la iba a morder, eso me sacó de mi trance y me percaté de lo que estaba a punto de hacer, sin embargo mis dientes habían elegido otro blanco... una almohada que estaba bajo la cabeza de Bella, me sentía un monstruo por haber sido capaz de haber estado a punto de hacer eso, clavé mis dientes en la suave tela a centímetros del cuello de mi esposa y la destrocé causando un caos de plumas por toda la cama... fue mi desahogo pero no estaba seguro si la próxima vez sería capaz de concentrar mi frustración en alguna cosa que no sea mi esposa.

A pesar de eso había valido la pena esperar casi cien años para este momento y con gusto los volvería a esperar aguardando por la llegada de mi ángel. Habíamos hecho el amor como si ya nos perteneciéramos, como si todos estos años nuestros cuerpos habían estado esperando para acoplarse, para fundirse en unos solo... fuego y hielo que se movían sincrónicamente uno junto a otro, sin tabúes ni prejuicios, miré a mi Bella cada segundo después de habernos entregado y no pude sacar mi mirada de ella... besé su cabello y acaricie sus manos que envolvían mi torso desnudo, aún la tenue luz de la luna nos iluminaba y podía ver su reflejo en las tranquilas aguas del océano, acaricié el cabello de mi esposa con una de mis manos mientras que la otra se aferraba a su cintura como si mi vida dependiera de ello, se veía tan frágil y humana, pero al mismo tiempo tan mujer y abrumadoramente irresistible que tuve que contener las ganas de besar su cuerpo para volver a despertar su excitación y volver a tomarla.

Los primeros rayos del sol comenzaron a asomarse por el horizonte y mi Bella dormía apaciblemente entre mis brazos, miré sus cabellos y traté de sacar algunas plumas que se enredaban allí entre su enmarañado pelo, mi mirada fue más allá y no pude resistir mirar su cuerpo, me paralicé cuando los rayos de sol reflejaron lo que menos quería ver en ella, habían huellas de mi brutalidad... no quise levantarme para no despertarla pero debía confirmar lo que estaba viendo, levanté levemente mi cabeza y recorrí su cuerpo desnudo con mi mirada... allí estaban, a penas estaban asomándose... pero allí estaban, unos tenues cardenales de color púrpura comenzaban a asomarse en su delicada piel. Soplé las plumas que cubrían sus brazos y allí estaban también, las marcas de mis dedos alrededor de su muñeca... las pruebas de mi falta de cuidado, la había herido ¡maldito sea!... había lastimado a la razón de mi existencia. Dejé caer mi cabeza en la almohada y cubrí mi rostro con mi mano, jalé mi cabello maldiciéndome a mi mismo por ser un monstruo, aún sin merecerla me había atrevido a hacerle daño, no pude controlar mi fuerza y aquí estaba... mi esposa había resultado herida por mi estupidez, ¿de qué servía cuidarla de los demás?... ¿de que había servido apartarla de los licántropos... salvarla de Victoria y hasta de James si yo con suma facilidad la había dañado?... ¿de qué servía su maldita humanidad si no me permitía estar íntimamente con ella?... si no podíamos demostrar nuestro amor físicamente sin miedo a matarla. Reprimí un gruñido que se ahogó en mi garganta... suspiré y volví a mirar el cuerpo de mi Bella para saber donde más la había dañado, pude ver suaves manchas color morado en su costado a la altura de las costillas, en sus hombros y a lo largo de sus muslos en la parte interna...

Hablaría con ella cuando despertara, estaba decidido a que esto no volviera a suceder, no quería a mi Bella en peligro de nuevo... ¿y qué si no me podía contener y la próxima enterrara mis dientes en su cuello?... no, eso no podía de nuevo suceder. Me contuve de levantarme de la cama y salir a descargar mi furia con lo primero que se me cruzara, solo me quedé allí acariciando sus cardenales para que la sangre fluyera con mayor facilidad y desaparecieran de su piel más rápidamente.

Amanecer (por Edward Cullen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora