Illegal ♡ NamJoon

Overdose

Desperté bastante temprano, el sol ni siquiera tocaba el horizonte y NamJoon estaba dormido justo frente de mí, pero no estábamos tocándonos en absoluto, pero sus brazos sí que se extendían en mi dirección casi arañando mis manos. Permanezco mirando sus delicadas facciones, sus ojillos rasgados; todo en él gritaba su ascendencia asiática, a excepción de ese color apiñonado de su piel, aunque sí bastante claro no del blanco pálido que los de oriente solían presumir. El cobertor dejaba al descubierto sus delgados hombros y en especial esa discreta colección de lunares que subía por su cuello hasta ese, mi favorito, en su mejilla muy cerca de su hoyuelo derecho. Pienso que debería ser Ilegal ser él, todo en su persona me gustaba inmensamente y me alegraba haberlo conocido así, como quién realmente era y no como la celebridad que debía ser. No estaba tan mal después de todo, ¿no guardaba yo peores secretos? Aunque era una situación diferente... supongo tenía un pretexto más para no alejarme.

Me arrastro lentamente hasta él para poder alcanzarlo con las manos y siento con los dedos su cuello, su mandíbula, hasta llegar a su feo cabello blanco. Frunce las cejas como despertando ligeramente pero sólo jala de mi torso para esconder su rostro poco más arriba de mi pecho y no tengo más opción que recargar la barbilla en sus cabellos, como siempre despeinados. Le escucho casi roncar, perdido en el sueño pero yo simplemente no logro conciliarlo y después de unas horas le abrazo ligeramente, besando su hoyuelo antes de zafarme de él para levantarme.
Robé una sudadera suya antes de internarme en la fría mañana camino a la casa, aunque no era mucho el camino, el frio si me ataca sin piedad hasta que atravieso la puerta de cristal, sobando mis brazos para mantener el calor corporal. Subo a mi habitación encontrando a Monnie hecho una bola sobre mi cama, se despierta mientras me pongo unos jeans y la bufanda gris que Nam había comprado, luego sujeté mi cabello en una coleta, sonriendo sólo con mirar la bufanda en el reflejo del espejo — tiene gustos de lo más extravagantes, además de un problema con la ropa holgada. Al final bajo corriendo para tomar mi hoja, un bolígrafo, alimentar mi gato y luego salir a la calle montada en mi vieja bicicleta.
Al principio me costó tomar el ritmo, hacía años que no salía a pasear en bicicleta pero afortunadamente no había olvidado cómo pedalear, además el sol seguía sin salir, por lo que aún tenía tiempo de sobra; empecé a pedalear más rápido.

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Los dos chiquillos, con no más de quince años, bajaban a prisa liándose por las escaleras, sosteniendo sus gorros y bufandas en mano mientras el hombre de edad avanzaba les gritaba desde el piso de arriba que procuraran volver al menos para el desayuno.

— ¡Bastian! Póntelo ahora — reñía la niña de melenilla negra cuando el otro se sacó el gorro —, el abuelo va a regañarnos.

Él se echó a reír, lanzando el gorro azul en dirección al árbol navideño que tintineaba en luces de colores, luego se apresuró hacia la puerta corriendo.

— Si te gano tendrás que darme de tus chocolates — advirtió abriendo la puerta.

— ¡No!, ¡Bastian! — berreó ella yendo atrás.

Se montaron en sus bicicletas, emocionados de iniciar su carrera camino al río. La luz matutina era aún oscura mientras el sol amenazaba con salir a lo alto; el clima era frío gracias a los enorme árboles que se alzaban por doquier, dando sobra a las casas y delineando los caminos de terracería. Él continuó pedaleando intensamente haciendo, no sólo levantar el polvo, si no también provocando que el aire golpeara su piel vainilla con sus rizos de oro bailando mientras la niña trataba de seguirle el ritmo; parecía aquello una simple competencia de niños, a ver quién llegaba primero — que lo era pues el ganador tendría los chocolates — pero además era una actividad cotidiana en vacaciones, esa de atravesar el largo camino de pinos y arboles hasta la orilla del río, donde el sol comenzaba a reflejarse tímidamente en las tranquilas aguas.