Capítulo 10

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Kalliope

Bajamos a la caverna en silencio, Gustav guía el camino, siento la presencia de su padre detrás de mi.

Al llegar, los huesos están justo donde mismo, sin embargo, me da la sensación de ser mas terroríficos. Mientras nos adentramos en el túnel, tengo la sensación de ser observada, juzgada por esa multitud de cráneo vacíos y viejos.

Mientras avanzo pienso, pienso en como será mi vida cuando todo esto termine, pienso en la manera en que mi hermana y yo al fin perteneceremos a una verdadera familia. Pienso en Kota, ¿Dónde estará? ¿Qué estará haciendo en este momento?

—justo aquí —exclama Gustav deteniéndose en el final del túnel —. Pondremos el altar cerca de las runas, las brujas aun fabrican la sal roja.

—debes colocar cadenas —comenta Lucifer mirando a su alrededor —. Cuando tus hermanos se levanten estarán hambrientos —mira a su hijo —. Muéstrame el sacrificio.

—están en las mazmorras

Volvemos sobre nuestros pasos y comenzamos a subir las escaleras. Lucifer se queda un rato mas acariciando los huesos con nostalgia. Esperamos a que termine de soñar con el futuro o tal vez simplemente recordar algún pasado distante donde sus anhelos se frustraron.

Es interesante pensar que el príncipe de los infiernos tenga algún tipo de sentimiento. Casi llega a ser irónico. Me recuerdo a mi misma que, según sus propias palabras, Lucifer jamás ha podido salir de su infernal prisión.

Un insignificante consuelo para esta extraña realidad.

Gustav me toma de la mano para continuar caminando. Subimos la escalera, nos detenemos a la mitad.

—no quería importunar los huesos de mis hermanos —murmura Gustav mirando a su padre.

—honorable decisión —dice —. Demasiado —susurra en el momento que un pasadizo secreto se abre frente a nosotros.

No se si Gustav escucho lo ultimo y tampoco me importa. Cruzamos la entrada y nos adentramos en una habitación oscura. Gustav enciende con una antorcha olvidada aquí una fuente de aceite. El fuego se expande alrededor de la habitación, su luz muestra una imagen aterradora.

—son los mas fuertes —anuncia Gustav con orgullo en la voz —. Los cacé yo mismo, me tomo meses, pero al fin he encontrado a los adecuados.

—¿Cuántos utilizaste para practicar? —pregunta Lucifer

—cientos —dice Gus en tono firme. Aun no suelta mi mano, recordándome que debo guardar silencio.

El lugar es un enorme salón circular lleno de jaulas y celdas incrustadas en la pared. Huele a sangre, orina y fecas, casi se puede palpar la muerte aquí. Los prisioneros huyen de la luz, se alejan de sus captores cuando los ven pasar.

Hadas, brujos, nephilim, hombres lobo, un tanque se sirenas, todos se amontonan en este lugar. Algunos parecen llevar tanto tiempo aquí que han olvidado su humanidad.

Avanzamos por el salón evitando tocar las jaulas, algunas criaturas se mueven para vernos mejor haciendo sonar sus pesadas cadenas. Es un sonido escalofriante.

En mi estancia con las brujas vi cosas terribles, pero jamás algo como esto. Por un momento recuerdo a aquella mujer, tendida en una mesa con el vientre abultado suplicándome ayuda. Era una niña en ese momento, pero pude ayudarla, aunque sea trayéndole algo de agua. Ahora me hallo buscándola, esperando no encontrarla entre los rostros que me rodean.

No veo niños, tal vez son demasiado pequeños y jóvenes para servir de sacrificio. El bebe de esa mujer debe tener algún propósito ajeno a esta empresa.

Elegida de los cielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora