Capítulo 2

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Kalliope

Me hallo todos los días, justo a la hora de la cena, agradeciendo a todo lo divino porque Gustav este enamorado de mí. También, maldigo que en realidad él no sepa lo que es el amor.

Sé que han pasado ya cinco días desde que me mantienen cautiva, eso es gracias a que Gustav me visita todos los días para saber si me he doblegado a sus caprichos.

Me hago una rutina diaria para no caer en la locura. Despierto temprano, tomo el desayuno que me traen, hago ejercicio para mantenerme en forma, almuerzo, miro por la ventana al infinito desierto, un poco más de ejercicio, ceno y Gus me visita.

Hoy está especialmente elegante. Lleva un traje de etiqueta con una corbata violeta, obviamente, el color es intencional. Me encuentro sentada en una silla, lo más alejada de la cama que puedo, cuando entra sonriente.

—mi reina —saluda —¿Cómo te encuentras? —hace la pregunta de rutina

—igual que ayer —digo sin mirarlo a los ojos.

—ya que es la hora del crepúsculo, saldremos a cenar a la terraza

—no quiero ir.

—no pregunte —aprieta los puños sin perder la sonrisa —. Mi reina cenara conmigo en la terraza de la mansión.

La mansión a la que se refiere no es más que una ruina con solo una docena de habitaciones casi completas. La mía es la mejor que hay, lo sé porque Gustav se tomó la molestia de darme un recorrido hace dos días.

Suspiro y me pongo de pie. Es mejor ir con él a arriesgarse que vengan las brujas por mí. Gustav me ha dejado un armario completo de ropa, toda ella en un estilo antiguo y provocativo.

—dame cinco minutos —digo. El sonríe mas todavía y asiente, sin embargo, no se mueve.

Voy hacia el armario y saco un vestido color berenjena que me llega a medio muslo. Dejo la puerta del mueble abierto para tener una pequeña ilusión de privacidad.

Mientras me desvisto, ignoro el ardor de la mirada de Gustav sobre mi cuerpo. Esto es algo que le gusta, no lo toma como una humillación, sino como un regalo que merece recibir. Es una suerte que no me haga cambiarme la ropa interior ni tenga que acercarme mucho a la cama.

Pensar en las ganas que él tiene de tocarme me pone tan nerviosa que tropiezo al ponerme el vestido. Me pongo los zapatos y subo el cierre para evitar que él se ofrezca a hacerlo.

Gustav es guapo, pero todo el deseo que tenía por él se ha esfumado apenas dejo de controlar mis emociones. Lo sé, sé que él me engaño, mi amor por él fue tan instantáneo, tan antinatural. No hay que ser un genio para darse cuenta.

Cuando termino lo encaro me aproximo a él con el paso más seguro que he tenido en mi vida. El abre la puerta y me deja pasar primero.

La mansión solo tiene cuatro pisos accesibles de los cinco originales. No hay acceso al último, yo tampoco tengo ganas de aventurarme allí. En nuestro camino a la terraza no nos encontramos con ninguna bruja, solo con los sirvientes vampíricos ciegos y de piel amarillenta. No hablan y no me decido en si eso es un alivio o algo escalofriante. Tal vez ambas cosas.

La terraza consiste en un espacio abierto en el tercer piso de la residencia. En algún momento consto con un jardín de flores, ahora no es más que maceteros y arena seca.

Gustav a dispuesto una mesa con flores frescas y diversos pasteles y dulces.

—¿Dónde está Banyan? —le pregunto mientras él me corre la silla para que me siente. Se va a su lugar en la mesa.

Elegida de los cielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora