Capítulo I

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— Me ha llamado Clara dos veces ayer. – Le mencioné a Joel mientras jugaba con la pajilla en mi refresco. – Quería saber cómo han estado los niños.

— ¿Y no ha preguntado algo de su esposo? ¡Vaya! que buena mujer la mía. Pudiendo llamarme a mí... Vale, pero ¿Qué le has dicho?

— Pues, que los veo cada vez más grandes. Y sí ha preguntado por ti. Pero debes entender que aún está un poco molesta... Tú sabes que no fue fácil, no lo es.

— Lo sé, y tú sabes que hice todo cuanto pude por sacar a mi suegro de ese maldito agujero. ¡Que mi dedo amputado diga lo contrario! – Exclamó con la mano al aire. – Dios me lo perdone Mark, lamento en serio no haber llegado a tiempo.

Hace ya casi un mes el suegro de Joel murió en una demolición, ambos eran Ingenieros Civiles de la constructora principal en el distrito. Se suponía que habrían de demoler un viejo edificio de 40 plantas para construir en su lugar una de las Torres Imperiales que se estaban levantando ya en otras ciudades, misma que habría de poseer 95 niveles (No tan alta como las torres de 120 y 150 pisos que se habían inaugurado en las capitales continentales, y mucho menos comparable con la gran torre de 166 pisos que se estaba irguiendo en Roma, la que llegaba al kilómetro de altura). Alguien había estado fumando en la obra y dejó la colilla mal apagada en un tubo que creía quizá no conduciría a ningún lugar, pero el mismo terminaba en la base y por algún motivo el fuego no murió en la caída. No es que todos los explosivos estuviesen en el subsuelo pero si una parte considerable al punto que, el edificio se desplomó como una de esas estructuras de madera con las que juegan las familias en medio del ocio y la diversión.

Joel junto con otros 8 se encontraban en medio edificio sujetando algunos cartuchos de dinamita a las paredes internas de lo que fue el ducto por el cual transitaba el ascensor. El fuego ascendió por dicho canal y envolvió con sus lenguas a un par de ellos (Además de los otros explosivos) causando el desconcierto entre los obreros. Seguido esto la obra empezó a desplomarse y quienes pudieron se sujetaron de los pilares que ahora estaban inclinados. Pero el señor Rogers era viejo y no podría sostenerse por mucho tiempo, Joel corrió hasta el como pudo pero para el momento en el cual le tomaba de la mano un bloque de concreto les separó duramente casi al tiempo que eran enterrados en el desastre.

Por aquél entonces yo estaba concluyendo unos trabajos para la editora regional de prensa, a solo un manzano de allí. Me habían contratado como asesor de imagen socio política, cargo del que hablaré más adelante. Al oír las sirenas pasar por la calle temí lo peor, este era un barrio bastante tranquilo y los movimientos contra el nuevo sistema político no acostumbraban tener por sede el centro de la ciudad si no la periferia o los barrios proletarios. Me excusé con el editor general a media reunión alegando que le presentaría un informe junto con el material pendiente hasta esa noche, conociendo mis capacidades y la amplitud de mis estudios me dijo que no corría problema alguno por su cuenta. Tomé la chaqueta del colgador y saqué el móvil para llamar a Clara, en lo que marcaba me dio alcance uno de los muchachos de las oficinas y me dijo que me esperaban en la unidad móvil #42 en la puerta si deseaba seguir a las sirenas, le agradecí y aceleré el paso.

— Eh Mark, ¿Otra vez soñando despierto? – Preguntó Joel sacándome de mis pensamientos. –

— No, no, solo recordaba algo del trabajo.

— Ah sí, tu nuevo empleo... Ya vas una semana en ello y casi nada me has contado.

— ¿Pero qué quieres que te cuente Jo? Es un trabajo aburrido como el anterior, buena paga, horarios del demonio, mucha política y analizar discursos aburridos.

— Si, pero para eso te quedabas en la editora. Como sea, yo no quiero perder este empleo así que debo volver ya o me echan a la calle. Hasta luego hermano.

La Llave DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora