Capítulo XI

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Despierto con la alarma de mi teléfono. Me toma un momento ponerme en pie. Hace frío.

Me siento incómodo por dormir con la ropa de campo puesta pero agradecido por la protección térmica, aunque no haya sido suficiente para mis pies. Debería etiquetar los calcetines para así saber cuáles sirven para heladas como esta.

¿Helada? Está nevando. No es usual ver nieve por aquí pero los científicos anunciaron otra temporada como la del 2030, al parecer se adelantó un par de meses.

Apropósito no fue ello lo único que se adelantó, pues al bajar del tren pude divisar a un hombre que corría en mi dirección desde una farola. Era Gavrilovich (si mal no recuerdo su nombre), el copiloto.

— Tenemos que apresurarnos señor, hay problemas. – Me dijo con su acento.

Asentí y fuimos aprisa hasta el avión, donde Jeff me pasó su celular.

— Diga.

— Mark, soy yo. Tenemos serios problemas. – T. se oía agitado.

— ¿Qué ha ocurrido? ¿Se encuentra bien?

— Sí, yo estoy bien. Pero hubo otro asalto a Paul, esta vez violaron el banco donde se encontraba su taquilla. ¡Han sacado una llave de oro!

— No es posible... ¿Y la seguridad del banco? ¿Ha visto las cámaras?

— ¡Las cámaras! Han borrado todo registro, las máquinas están destruidas Mark.

— Está bien, puede recomendarle al Canciller que le indiqué a Eduardo...

— ¿Cómo que está bien? ¿Sabe cuánto vale una de esas llaves?

­— Por eso mismo, a nadie le serviría si no pertenece al estrato correspondiente.

— Entonces sugiere que temporalmente se bloquee el reclamo de toda llave dorada en los bancos de dicho distrito. ¿Verdad?

— Exactamente, siempre que el poseedor pertenezca a un estrato de plata o inferior.

— ¡Buena idea Mark!. Pero ahora necesito que realicemos un cambio de planes.

— Usted dígame, que estoy a su servicio.

— Si en los dos primeros días, máximo tres no le encuentras nada sospechoso al Canciller Roger, abandona la ciudad y regresa aquí. Ya con los micrófonos le estudiaremos, el resto de la semana podemos invertirlo en aquellos de quienes tenemos más pruebas.

— De acuerdo, sabrá pronto de mí entonces.

— Gracias, ten cuidado. Allie dice que tengas cuidado.

— Estén tranquilos. Oh, y... ¿De casualidad era esa la llave que usted recibiría?

— No, no. – Le oigo reír un poco. – En realidad rechacé el ascenso que Paul me ofreció. Pero sí, era esa la llave para postularse. De hecho tendría que haberla recibido Esven este viernes antes de concluir las reuniones con el Canciller. Era una sorpresa...

— Me aseguraré de hacer cuanto pueda por recuperarla.

— Siempre que no vayas a intentar convencerme de seguir en la política.

— Todo lo contrario amigo, regresar a tus libros me parece la mejor opción.

Luego de ello colgué, y levantamos vuelo.

La Llave DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora