El traqueteo del tren sobre las vías me ayudaba a mantenerme despierto, estaba muy agotado y adolorido. Con justo motivo si consideramos mi estadía en el campamento, no hubo un solo día en el que no me apaleasen. Me desvestí la parte superior para ver mis heridas, tenía hematomas en brazos y hombros principalmente pues acostumbraba bloquear los golpes con ello. Lo poco que divisé de mi espalda estaba morado. En el pecho tenía solo una marca de hace algunos días. Al costado permanecía aquella herida de la confrontación que tuve con Vito.
La llave aún colgaba de mi cuello, me perdí contemplándola hasta que los rayos del sol la hicieron relucir ante mis ojos. Era ya de día, estaba en las afueras de la ciudad. ¿Hasta dónde llegaría el tren? Absolutamente todo se quedó en el bosque, excepto por la pieza de oro y mi Beretta, que no tendría conmigo de no ser porque Vito la había tomado. Noté que había extraviado un cargador, o al menos no recordaba a exactitud cuántas veces había disparado. Disponía solamente de las balas que se encontraban ya dentro del arma.
Me alisté para bajar, mi cuerpo suplicaba un aterrizaje tranquilo pero sabía bien que era complicado en mi situación. Esperé al mejor momento para saltar y lo hice. Mis rodillas no aguantaron el peso y me tambaleé unos metros antes de caer al asfalto.
Se me hizo difícil caminar desde aquel momento, andaba a paso lento con una expresión de dolor marcada en el rostro. No podía imaginar qué tan mal me vería, quizá llevaba el aspecto de un borracho que había salido de un bar tras pelear con medio mundo, o tal vez lucía como un vagabundo, alguien pobre, o una persona a la que asaltaron la noche anterior.
La calle estaba completamente vacía, aún era temprano. Arrastré una pierna durante dos cuadras orientándome hacia lo que creí sería el centro de la ciudad. Ya allí me las arreglaría para encontrar al Canciller. No obstante sería imposible caminar semejante distancia, ¿Quién sabe qué podría pasarme en el camino? Poco probable era que intentasen robarme así como estaba, más factible era que la policía me retuviera. De ser oficiales correctos me encerrarían de manera preventiva y yo no deseaba volver a una celda, por otra parte, si me encontraban policías corruptos y me reconocían estaría acabado. Esto sin considerar que el comisionado tenía un helicóptero a su disposición. No tenía razón alguna para haberse quedado en aquél bosque maldito, su misión era la llave.
Necesitaba ayuda, pedir auxilio. Continué por la calle arrastrando mi malherida pierna.
En la otra esquina, había una camioneta, un par de personas estaban descargando insumos a lo que parecía ser una tienda de barrio. A lo mejor sacaba algo bueno de hablar con ellos.
— ¡Hey! ¡Hey! – Alcé la voz cuanto pude. Llevaba la garganta seca.
— ¡Ay señora Justa! Entre usted que yo me encargo del loco este.
— ¡Ayúdenme! – Supliqué acercándome.
— No Don Manuel, está pidiendo ayuda, el joven.
— No sea tan inocente, vea su aspecto. ¡Debe estar ebrio!
— ¿A estas horas? Anoche puede ser, ya se debe estar recuperando.
— ¡Pero si acaba de salir el sol!
— Y al que madruga Dios le ayuda. – Se adelantó unos pasos y pregunto. – Buenos días joven. ¿En qué cosita podemos servirle?
— No, no, no – Replicó el panadero. Supe esto por su ropa enharinada y que la camioneta tenía cestas con pan. – Ya hay maleantes de sobra en la ciudad, fuera de aquí caballero.
— Está mal juzgar a las personas por su facha Don Manuel, además así se saben vestir las generaciones de hoy en día.
El hombre pasó una mano por su frente con angustia.
— No he bebido. – Me defendí con voz seca. – Estando cerca podrán notarlo. Por favor señora, necesito ayuda para llegar al centro pues debo hablar con el canciller.
— ¡Ves! ¡Te dije que era un loco!
— ¡A ver! – Lo calló la vendedora.
El señor tenía razones para dudar, que alguien vestido como yo quisiera hablar con un político de tal relevancia era inapropiado. Pensé en cambiar de estrategia.
— El canciller Paul ya no se encuentra en la ciudad, joven.
— ¿Tanto tiempo estuve afuera? – Pregunté para mí mismo.
— Borracho, ni se acuerda de ayer. – Espetó el hombre.
— Perdonen, he pasado unos días muy difíciles, me quitaron todo cuanto tenía y es una suerte que me encuentre aquí, de hecho. Solo les pido una llamada, será breve.
— Ah, esa es otra historia. ¿Te asaltaron entonces?
— Raptado, podría decirse.
— Ay joven, que malos que son estos días... Vamos que dentro la tienda está mi teléfono.
— ¡Doña Justa! ¿Cómo se fía de alguien así?
— Suficiente ha pasado el pobrecito. ¿No le ves su cara acaso? Si no le socorro, no haría honor a mi nombre.
— Tiene usted un corazón muy noble. Pero yo tengo que seguir con mi entrega de pan a las demás tiendas. ¿Estará bien si la dejo sola?
— No se preocupe Don Manuel, parta en paz.
Ya en el local, ella me prestó una banca y la dichosa llamada. Marqué el número de T.
— Se ha comunicado con la señorita Gracehoff...
— ¡Allie! – Exclamé interrumpiendo su falso mensaje grabado.
— ¿Mark? ¡Mark! ¡Es Mark! – Gritó al otro lado de la línea para quienes estuviesen con ella. – Por todos los... ¿Dónde has estado?
— No hay tiempo para explicarlo, rastreen mi ubicación, necesito ayuda ¡Ya!
— Vale, de acuerdo. Estás en altavoz por cierto, un coche va a por ti. Te esperaremos en el aeropuerto. ¿Estarás bien hasta que llegue alguien?
— Sí. Gracias. – Dije mirando a Doña Justa. – Aún queda gente buena en la ciudad.
Colgamos tras poco rato y sentí que me desplomaba, la señora me tomó del brazo y preguntó con voz maternal. "¿Ya mejor joven?" Afirmé con la cabeza, ella me jaló hasta llevarme a un baño. "Recompóngase" dijo con una sonrisa. Yo tenía los ojos llorosos en ese instante, los últimos días había creído que sería mi final, que no lo lograría. ¿Cómo salir de semejante nido de víboras? Para mí consuelo, ya todo estaba por terminar.
...
Sigo con mal aspecto pero por lo menos ya no es tan grave. Un coche negro de policía espera a por mí en la puerta de la tienda, el oficial que lo conduce pertenece al grupo élite de la localidad. Le han mandado con órdenes estrictas de recogerme de allí y llevarme al aeropuerto. Antes de salir veo que la señora está más que contenta, anciana como es, su rostro se llena de arrugas cuando el uniformado le hace presente la entrega de una llave de plata. Regalo en agradecimiento de su compasión. A mí me brinda una chaqueta nueva, no sé con qué propósito pero resultó ser bastante cómoda.
Subo al vehículo, el asiento me reconforta. "Descanse" me sugiere encendiendo el motor. "A esta hora hay un tráfico excesivo puesto que la gente debe ir a sus oficinas"
— ¿No le ha pasado, que se siente tan agotado que no puede dormir? – Pregunté.
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La Llave Dorada
Teen FictionLa historia completa de un académico quien debe resolver un misterio por ayudar a un amigo. Esta novela de ciencia ficción policial, tiene lugar en mundo futurista con diferentes estratos sociales, sistema económico, y demás elementos que complican...