Capítulo XIV

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Despierto con dolor de cabeza, además tengo los músculos entumecidos. Me apoyo en un codo intentando pararme e inmediatamente caigo contra la tierra. Con una mano retiro el polvo de mi rostro rasposo, llevo cuatro días sin afeitarme. Giró allí en el suelo y suelto un quejido, me duele apoyarme en mi espalda.

­— Por fin reaccionó. – Dijo Kenia.

— Ya era hora. – Comentó Bruno. – Empezaba a creer que lo habían matado.

— Pues ayer estaba moribundo el pobre. – Dirigiéndose a mí. – Eh, ¿Cómo ya estás? ¿Nos dices tu nombre? ¿Por qué estás aquí?

Solté otro quejido, me costaba hablar estando recostado así.

— Deja de agobiarlo con preguntas K. – Ordenó alguien malhumorado. – Nadie llega a este lugar sin haberse entrometido con la mafia. Así que no es de fiar.

— Bruno lleva menos tiempo que nosotros aquí Antón.

— Pero al menos lleva un tiempo. – Respondió tajante.

— ¡Bah! Dale una oportunidad, suficiente tuvo ayer.

La noche anterior, cuando llegué al campamento. Había recibido varios golpes por los lacayos de Raúl, quien estaba ocupado para verme. "Muélanlo, pero no le rompan nada ni lo maten" Ordenó al enterarse de mi captura. Me arrojaron en esta celda improvisada y fue Kenia quien me recibió, echó lo poco que tenía de agua en mis heridas y las envolvió con hojas de platanal.

— Descuida, he tratado cosas peores. Solo desearía tener más recursos...

Yo solo podía limitarme a gemir suavemente, pues me habían dejado sin aire.

— Estarás bien. – Me repetía. – Solo debo recostarte.

— Yo puedo cederle mi tabla – Dijo Bruno. – Nada más que esta noche. Tú ya le diste suficiente, te quedaste sin el agua que estabas reservando.

— Gracias. – Contestó ella.

Sin embargo, cuando desperté estaba sobre la tierra sin más.

— Mark. – Susurré.

— ¡Habla! – Exclamó admirada. – ¿Quién es Mark?

— Es mi nombre. – Mi voz sonaba apagada, tenía la garganta seca.

— Aún te cuesta hablar ¿No es así? A eso de las 10 nos traen nuestra ración de agua.

Un hombre se acercó a donde estaba recostado. Me tendió un brazo y ayudó a sentarme. Estaba mal aseado, su vestimenta lucía muy deteriorada y su rostro demacrado.

— Me llamo Bruno. – Dijo sonriendo. Lo que resaltó sus pómulos. Estaba flaco.

— Recuerdo eso de anoche, y ella es Kenia. ¿Verdad? Algo oí antes de perder el conocimiento. Tengo las cosas borrosas.

—Kezia, en realidad. – Corrigió ella. – No es de sorprender que la cabeza te diera vueltas. Recibiste una tremenda golpiza.

— Ahora, ¿Por qué no nos aclaras qué haces en el campamento? – Interrogó Antón.

— ¿Campamento?

— No te hagas al idiota conmigo. – Amenazó.

­— Tranquilo – Contesté levantando ambas manos. – En serio no tengo idea de a donde me trajeron.

La Llave DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora