Bonita.

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Quería ser bonita.

Ese era mi sueño de pequeña.

Ser de esas mujeres

que llaman la atención,

hacen voltear a todos para verla

y cada persona habla de ella,

los hombres piensan cosas bonitas

y las mujeres le tienen envidia.

Andar siempre esbelta,

que mi cabello sea sedoso y con brillos,

lacio o enrulado

pero que sea algo que los demás admiren.

Quería una piel aterciopelada

sin una mancha, bello o granito

para que todos digan que le encantaba tocarla.

Unas piernas de infarto

que den ganas de acariciarlas

y queden asombrosas con tacos o zapatillas,

acompañadas de medias, jeans, polleras o

shorts, incluso en ropa interior.

Que mi culo esté parado y firme

para que llame más la atención

cada vez que caminaba

con la ropa demasiado ajustada

porque mi sueño lo decía: ser bonita.

Unos dientes blancos y perfectos

que vayan a la par de una sonrisa

demasiado encantadora.

Al igual que mis ojos grandes y claros

decorados por una capa de pestañas

negras, arqueadas y largas.

Para que aparezca el: —tenés una bella mirada.

Quería una delantera prominente

y con abdomen plano

junto a los brazos delgados pero nunca flácidos

y la espalda recta,

marcando mi paso, haciéndome ver y

que todos ellos sepan

que La Mujer ya llegó.

Quería llamar la atención.

tener a los hombres a mis pies

y a las mujeres detrás mío

y que todos ellos repitan:

—wow, esta chica es una joyita.

Mi ego debía estar elevado,

porque yo sabía cuánto valía.

Mi ropa debía ser llamativa,

un outfit distinto todos los días,

demostrar que puedo y quiero

tenerlos en la palma de mi mano.

Ser bonita de pequeña,

según yo, era tener todo eso.

Un día crecí,

por demás agobiada en cómo

tenía y debía ser

con un estereotipo al que no se llega

porque no existe.

Aquel día

quise salir a la calle

para que todos vean y me digan

lo bonita que era.

Elegí una pollera corta,

una remera aún más cortita,

labios rojos y pestañas postizas.

Estaba lista para escuchar

todo lo que ellos dirían.

Sola fui y qué coraje de aquella vez.

Volví al borde de lágrimas

casi a punto de vomitar,

me sentía mal,

asquerosa,

maltratada,

un objeto,

un pedazo de carne

que unos odias y otros desean.

¡No, no y no!

No quiero ser bonita

ni llamar la atención,

ni que mis piernas le gusten a la mayoría

o que mis labios sean de rojo pasión

y que mi ropa los haga voltearse.

Cada grito, cada silbido, cada palabra,

cada deseo de mal, cada mirada,

quería que se borraran.

Fue lo peor.

Fue algo que no le deseo a alguien.

No había que pensarlo dos veces

era un simple no.

Quería respeto y sentirme linda,

pero es mejor que ni te noten

para que te sigas sintiendo humano

y no un pedazo de carne.

—Que si salís así vestida te pueden

pasar cosas malas.

—Que el escote y la mini insinúan y

andas mostrando demás.

—Aguantate los comentarios.

—Así quieren que las respeten.

—Vestida así te pueden hacer cualquiera

cosa.

Y qué triste que mujeres, adolescentes,

niños, ancianos, abuelas, esposos, hombres,

chicas, padres y madres

deseen sin decirlo

con odio o lujuria

dándose cuenta que esa no es una forma

adecuada para salir a la calle:

—¡Y que a esa pendeja tan ingenua, tan puta

se le levante un poco más la pollera!

Ausencia repentina©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora