Punto de quiebre

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Disclaimer: Los personajes de Inuyasha no me pertenecen, son exclusivos de Rumiko Takahashi. Esta historia está libre de fin de lucro.

Punto de quiebre

¿Cómo había ocurrido esto?

Era una pregunta que no podía responderse por mucho que lo pensara, no había palabras para satisfacer su duda. Fue un acontecimiento que no se esperaba.

Mantenía sus ojos cerrados y hacia lo posible para evadir todo el ruido del exterior, queriendo encontrar un poco de sosiego. No deseaba mostrar ninguna turbación cuando la viera, no pretendía manifestar ningún sentimiento innecesario y que no se mereciera. Se lo reprocharía si así fuera. Ella odiaba la caridad y la lastima.

¿Cuántas horas habían transcurrido desde que se enteró?

No tenía la más remota idea de cuantas horas habían pasado desde entonces, ni siquiera tuvo tiempo para cargar con el reloj y no pretendía coger el celular. Tal vez, lo mejor era quedarse con la duda del tiempo transcurrido. No quería verse sorprendido al ver que había pasado el lapso necesario para que asimilara la noticia, y darse cuenta de que era todo lo contrario.

Estaba tan perdido del tiempo y del espacio, que aun podía asegurar que se encontraba en la recamara durmiendo junto a Rin. Que no había pasado ni siquiera cinco minutos, desde que lo sacaron de su sueño, para darle la noticia menos esperadas de todas. Todo era tan irreal, una puta broma de su propia imaginación.

-¿Sesshōmaru?

La tersa voz y la calidez de la mano de su tía fue lo que sacó de su trance, logrando que abriera sus ojos y la enfrentara. Elrike se veía agotada y preocupada. Por primera vez vio lo sombríos que podrían verse esos ojos violetas, y esa mueca que reflejaba el miedo que estaba viviendo en esos momentos.

-Ya llegamos, hijo.

Dirigió su vista hacia la ventana del lado de la mujer, para darse cuenta de que decía la verdad. Ya estaban ahí y lo mejor era no atrasar las cosas. Quería ver con sus propios ojos lo que no terminaba por creer.

-Hagen, por favor lleva nuestro equipaje a la casa -Elrike le pidió al chofer-. Yo te llamaré cuando te necesitemos.

-Sí, señora.

Sesshōmaru desmontó el Landaulet blanco, un automóvil que registraba el gusto y la excentricidad de su madre por los autos elegantes y exageradamente caros. Ahora llegaba a entender ese gusto particular por los coches, herencia de sus progenitores.

Ayudó a su tía a salir y se encaminaron hacia la entrada del hospital. Marcharon con calma, a pesar de sentir la presión que su tía ejercía sobre su brazo. Temblaba ligeramente y se aferraba constantemente a él, al perder su agarre por los propios nervios que se apoderaban de ella.

Caminaron hacia la recepción para pedir información, pero, Elrike lo soltó de golpe y la vio andar, esquivando a unos cuantos del personal de la clínica para llegar a un hombre que no pasaba de los cuarenta años. Dio unos cuantos pasos, para darse cuenta de que no se había equivocado, ese hombre no había cambiado mucho desde la última vez que lo vio.

-¡Rupert! -Le llamó su tía con un tono de voz indescifrable.

-Elrike -el hombre se acercó y posó sus manos en los hombros de su tía-. Me alegra que ya estés aquí.

Rupert Stoessei era un neurocirujano muy famoso, no sólo en la capital, sino también a nivel nacional. La familia Stoessei siempre había sido muy allegados a los Kaiser, pero Rupert se podría considerar como un amigo de confianza de su madre, y, sin duda, el enamorado eterno de Elrike. Por lo tanto, no le sorprendería que fuera el doctor que atendía el caso.

Cambios InesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora