13. Una nueva ilusión

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Esta noche he vuelto a soñar con el camino del teclado, pero esta vez no ha sonado ninguna melodía en mi cabeza. O, al menos, ninguna melodía coherente. Eran notas aleatorias, pero que yo mezclaba con palabras también aleatorias. Sin embargo, no soy capaz de recordarlas... Excepto una: Amaia. Soñaba que repetía siempre la misma secuencia de notas, saltando de una tecla a otra. Me recordaba un poco a aquel teclado gigante de Madrid, en el que me puse a saltar con Ari... Se me encoge el corazón ante los recuerdos. Me parece que queda ya todo tan lejano...

Pero el caso es que, en un momento dado, al acabar de saltar la secuencia de notas, siempre repetía su nombre: Amaia. Pero no simplemente lo decía, sino que lo gritaba. La estaba llamando... Pero esto no me parece tan extraño. Hace ya mucho que quiero que venga aquí conmigo. El único lugar en el que puedo ser libre, en el que puedo ser yo. Quizás mi subconsciente estaba respondiendo a eso. Quizás por eso he soñado que la llamaba...

Pero el día vuelve a comenzar. Aunque hoy no es un día cualquiera... Hoy me toca ir a casa. Y sé que no va a ser fácil, pero desde que salí ayer con Amaia al jardín, se me ha despertado una nueva ilusión.

Suspiraría si pudiera. Pero... A ver cuánto me dura. Siempre tengo ese miedo al acecho.

Sorprendentemente, tanto la fisio como el logopeda van mejor de lo que esperaba. Amaia y mis padres están presentes, para ver los ejercicios que tendrán que repetir conmigo durante los fines de semana. Reconozco que algunos me duelen, y casi todos me dejan agotado. Pero bueno, espero que poco a poco vayan dando resultados, ayudando a mi cuerpo y a mi mente a recordar el camino...

Amaia está encantadora, divertida e inocente, todo a la vez. Está poniendo el corazón en lo que hace, y eso se nota. Vuelve a ser la Amaia que enamoró a España.

Ay, Amaix... ¿Cuándo volverán a verte todos como yo te veo?

-Ay, Alfred. ¿Pues no que este movimiento es igualito a uno de los que hacíamos con Mamen? ¡Y el de antes también! –suelta, medio riéndose.

A mí se me escapa una sonrisa. Es verdad, no había caído.

Pero, de repente, se pone seria y sigue repitiendo el ejercicio que ejercita los músculos de mi cara y mi garganta, en un intento por ayudarme a recordar. Y no dice nada, pero yo sé lo que le ha ocurrido.

No te preocupes, cuquita. Esto solo me trae buenos recuerdos...

Y, después de la rehabilitación, llega el alta, tan ansiada y tan temida a partes iguales. Las enfermeras les dan las últimas indicaciones a mamá y a Amaia sobre mis cuidados, y también algunas medicinas, así como el suero con el que todavía me tendrán que alimentar durante algún tiempo, mientras vuelvo a aprender a comer otra vez.

Por desgracia, no podré deshacerme del hospital por completo como me habría gustado. Pero al menos es un comienzo.

La salida la hacemos por la puerta trasera y, aunque al principio no entiendo el motivo, enseguida caigo en qué podría ser... Los medios de comunicación. ¿De verdad nos están dando la lata? Por primera vez soy consciente de todo lo que me han evitado mi familia y Mario, pero también de lo aplastante que es la losa... No había tenido fuerzas para centrarme en nada más. Por eso esta salida al mundo la siento tan nueva, como por estrenar.

Busco los ojos de Amaia cuando salimos del hospital, justo antes de que suban la silla al taxi. Los necesito. La necesito.

Amaix... No me vas a abandonar ahora, ¿verdad?

Amaia me responde con otra de sus luminosas sonrisas, me coge la mano y me arregla un poco el pelo. Pero no dice nada y, una vez más, sé que no hace falta. Le sonrío.

El camino a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora