30. Más consciente que nunca

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Pero la visita a la Academia no es lo único que cambia en nuestra vida. Ese es solo el primer paso.

De hecho, en los días alrededor de ese evento y con el sí de Amaia con respecto al salto al vacío... Me doy cuenta de que el que tiene que saltar definitivamente soy yo. Y, para ello, tengo que empezar por Alejandro.

Así que, aunque debería irme a la cama, le pido a mi madre algo más de tiempo y a Amaia, que nos sentemos al teclado.

"Alejandro. Cuéntame".

Por segunda vez en poco tiempo, tengo que enfrentarme a su mirada desconcertada.

Quiero saber qué pasó, Amaia. Qué cambió, por qué te dejó para que vinieras a mí.

"¿Cortaste tú?", le escribo en el teclado. Entonces me mira, comprendiendo, pero también con un punto de miedo. Nunca podré olvidar esa mirada.

-¿Para qué lo quieres saber, Alfred? –me pregunta, muy seria.

¿No lo entiendes, Amaix? ¿No entiendes la importancia que esto tiene para mí? ¿No entiendes que es importante cerrar esa etapa, sin medias tintas?

"Lo necesito".

Amaia me vuelve a mirar, debatiéndose interiormente y, por unos segundos, me invade la duda de si estoy haciendo lo correcto. Pero, en el fondo, sé que sí y por eso me mantengo inflexible.

-¿Y qué quieres saber? –me pregunta entonces, tragando saliva y con voz un poco ronca.

"Todo", le respondo en nuestro alfabeto.

Amaia suspira y, finalmente, se lanza.

-Fue él quien me dejó, Alfred. Y siento que es un favor que nunca podré devolverle. Vino el fin de semana aquel y... buah, buah, buah –se corta, baja la mirada y respira hondo, tratando de controlar las lágrimas.

Y se me encoge el corazón, porque sé de qué fin de semana está hablando. Lo sé perfectamente. Es aquel en el que empecé a contar... Los días sin ella.

-Te prometo que, si me hubiera pedido que me marchara con él ese fin de semana –continúa Amaia, después de haber cogido aire-, lo habría hecho. Te juro que lo habría hecho...

Y allí están las lágrimas. Las suyas, y las mías. Sus palabras se me clavan como un puñal: lo habría hecho. Casi había conseguido mi propósito... Si no hubiera sido por...

Sigue, Amaia, sigue.

Vuelve a tomar aire para continuar.

-Ese fin de semana que vino lo pasamos bien. Fui a cenar con él y unos amigos. Y recuerdo lo mucho que agradecí que no me hubiera sacado el tema de volver juntos a Madrid. Porque lo sabía. En el fondo de mi corazón sabía lo que le iba a responder si me preguntaba... Pero no quería. No quería marcharme de tu lado. Y eso él también lo sabía.

Amaia se lleva una mano al pecho, encogida, mientras no deja de hablar con voz entrecortada a causa de las lágrimas. Yo también siento cómo me cuesta respirar. Nunca habría pensado que esto me fuera a costar tanto. Porque ya no estamos hablando de Alejandro: estamos hablando de nosotros.

Y, en el fondo, todavía me alegro aún más.

No quiero que queden heridas entre nosotros, Amaia. Ahora, más que nunca, sigue.

Pero mi Amaix es una valiente. Y ahora ella también ha pegado el salto.

-Entonces, a la mañana siguiente... Alejandro abrió la maleta que traía, llena con cosas mías, Alfred. Había venido a traerme mis cosas –me explica, tratando de controlar los sollozos, con voz ronca-. Porque cuando me vio salir hacia Barcelona, supo que estaba volviendo a ti, a casa. Y entonces se limitó a darme las gracias por haber estado con él todos esos años y me convenció de que esta vez yo tenía las de ganar contigo.

El camino a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora