No tengo noción del tiempo. Es difícil.
A veces me veo rodeado de médicos que me meten en máquinas o tratan de hacerme cosas que no entiendo. Me gustaría explicarles que no puedo, que no encuentro el camino. Pero deben de haberlo entendido ya, porque se miran entre ellos, con esas miradas que lo dicen todo.
Estoy bien jodido. Ahora solo me queda tratar de joderle la vida cuanto menos mejor a los demás.
Y a veces lo noto de forma patente. Siento la entidad de mi cuerpo, aunque ya no me responde. Siento los instrumentos de los médicos, pero no puedo dar una respuesta. Siento una herida, o dos, o tres. Pero esas no me duelen. Me duele el peso de mi cuerpo inerte... La losa.
Pero otras no siento nada. Vuelvo a navegar en las tinieblas de mi subconsciente, y no sé si han pasado días, u horas. Pero me estremezco: tampoco lo quiero saber.
Como ahora. Poco a poco siento los rayos de luz que se abren paso en mi mente. Quiero abrir los ojos, volver a la consciencia. Pero los mantengo cerrados un rato más. Quizás así parece que no estoy, porque no quiero estar. Porque, cuando los abra, volverá la carga de mi cuerpo inerte...
Y volverá ella. Porque sé que sigue aquí. La siento. Su presencia es demasiado inconfundible. Y no la quiero a mi lado. Solo querría gritarle.
Vete de mí.
Se me hace un nudo en la garganta. A veces, en la oscuridad, siento que navego entre melodías, acordes, notas y pentagramas. Pero otras me retengo, no solo porque sea doloroso saberme fuera de ese mundo, un mundo que es parte de mí. Sino porque sé que las notas me llevarán a ella sin remedio. Siempre lo han hecho. Siempre.
Pero con un gran acto de voluntad decido abrir los ojos. Asomarme al mundo. Si ella sigue aquí, aún no he acabado mi trabajo... Tengo que completarlo.
Parpadeo. Se supone que eso es algo involuntario, pero siento el peso de mis párpados. Abajo. Arriba. El aire entra en mis pulmones. También me sé ese camino. Mi cuerpo no lo ha olvidado.
Abajo. Arriba
Mi madre entra en mi rango de visión, y por un segundo me siento reconfortado. Mamá... Y papá. También está aquí. Suspiraría aliviado si supiera cómo hacerlo. Si recordara...
Abajo. Arriba.
-Cariño... -sus palabras en mi lengua materna son el más dulce de los sonidos. Es más fácil. No tengo que hacer esfuerzo por entenderla. En mi cabeza todo está bien-. Alfred, no sé si te acuerdas del accidente... -entre susurros, la voz le tiembla un poco. Pero yo eso ya lo esperaba-. Cuando volvías a casa.
Abajo. Arriba.
-Quizás estás viendo muchos médicos, pero no te asustes. Te están haciendo pruebas para encontrar la mejor manera de ayudarte. ¿De acuerdo, cariño?
De acuerdo.
Abajo. Arriba.
Pero mi última esperanza se rompió. ¿Habrá realmente alguna forma de ayudarme?
Sin embargo, quiero tranquilizarla.
Estoy bien, mamá.
O no.
Pero tú eso no tienes por qué saberlo.
Querría sonreírle, pero de nuevo me encuentro perdido. Me imagino levantando las comisuras de mis labios. Algo tan fácil... ¿Por qué? ¿Por qué no puedo?
Abajo. Arriba.
Mario aparece en mi rango de visión. Él también está aquí. No sé si me sorprende. Querría saludarle, y siento cómo sale un sonido difícil de describir de mi interior. Ya lo he hecho antes. ¿Es un gruñido?... ¿Me estoy convirtiendo en un animal?
Pero entonces aparece ella... Amaia.
¡NO! ¡Vete de mí!
¿Cómo puedo hacerle entender eso con mi cuerpo? Y, ahora sí, me transformo en un animal. Desbocado. Las pocas funciones que puedo ordenar a mi cuerpo, pero que no puedo controlar, se activan todas a una. Y veo cómo se mueve una mano por aquí, una patada por allá. Y gritos, muchos gritos. O gruñidos.
Ahora sí que voy a destrozar la salida. Pero para echarla a ella, que no pueda volver a entrar.
¿Qué haces aquí? ¡Vete de mí!
De vez en cuando, consigo que mis ojos se encuentren con los suyos, en la vorágine incontrolable en la que me he metido. Es tan hermosa...
Pero sus ojos me devuelven una mirada asustada. Veo cómo le tiemblan las manos en el pecho. Y ese brillo de pavor cada vez que se da cuenta de que la estoy mirando.
Y, por fin, se la llevan. Mario se la lleva.
Entonces soy consciente de que me están devolviendo al mundo de las tinieblas... Una sustancia extraña entra en mi cuerpo.... ¿Así que esas son las tinieblas? ¿Me tienen sedado para calmar al animal?
Voy sumergiéndome lentamente en ellas. Y lo último que veo es a mamá, que se acerca mucho a mi rostro y me acaricia una mejilla.
-Con Amaia puede que te funcione, hijo. Pero espero que sepas que con tu padre y conmigo no te va a servir la tontería...
Por fin me dejo ir. Sé que con ellos no va a funcionar. Pero con Amaia tiene que hacerlo. Es la única manera...
La oscuridad me rodea. No sé hasta cuándo. Quizás hasta siempre...
Ojalá hasta siempre.
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El camino a casa
Fanfic"¿Te imaginas abrir los ojos y descubrir que ya nada es como antes, que estás perdido en tu propio cuerpo, que tienes que empezar de cero? Pero entonces encontré sus ojos frente a los míos, dispuestos a enseñarme... el camino a casa". En "Te presto...