Mi descubrimiento de las palomitas resultó ser muy útil también en la lucha diaria con la papilla. Claro que aún espurreaba comida por aquí y por allí, pero poco a poco iba quedando más dentro que fuera, y a veces incluso se atrevían a darme sólidos fáciles de masticar. Y grabé la mirada de orgullo de mamá en mi memoria, para cuando la necesitara... Porque claro que la necesité.
Casi sin darnos cuenta, nos deslizamos hacia la rutina. Amaia hacía sus planes por las mañanas, lo cual me daba mucha paz: quería que siguiera teniendo su vida aparte de mí, y el verla ocupada y con diversos eventos me tranquilizaba. Había entendido mi mensaje.
También me encanta cuando vuelvo de la rehabilitación y me la encuentro en mi pequeña habitación-estudio, tocando notas con diversos instrumentos. Pero casi siempre sale nada más me escucha llegar, lo cual lamento con todo mi ser.
¿Estás componiendo, Amaix?
Le pregunto con la mirada, cada vez que ella se acerca a darme un beso.
-Al principio le costó mucho usar el estudio –me reveló mamá un día, mientras volvíamos de la rehabilitación-. Decía que se sentía como si lo estuviera profanando, pero yo le dije que se dejara de tonterías.
Me río. Esa es mi madre. Ni yo podría haberlo expresado mejor.
También voy almacenando otro tipo de recuerdos en mi memoria. Recuerdos nuevos, luminosos y felices, como ver a Amaia visitar la sede de Open Arms y asistir a un acto benéfico. Quería asistir en mi nombre, pero yo no se lo permití: lo haría por ella misma, y eso era suficiente. Aun así, no pude evitar emocionarme cuando le pidieron que dijera unas palabras, y entre ellas apareció mi nombre.
Pero es mejor así, Amaix. El mundo necesita ver que estás de vuelta.
Yo, por mi parte, seguía yendo a la rehabilitación cada mañana, con infinita paciencia, porque la mayoría de los días no conseguía nada. Eso sí, cuando lo hacía, Cris y José Luis, respectivamente, casi montaban una fiesta. Pero habían sido pocas, por el momento. Y eso me llevaba, de vez en cuando, a los días en los que necesitaba mis recuerdos felices y luminosos... Porque los había.
Poco a poco, empecé a reconocer esos días. Cada cierto tiempo, aunque no de manera regular, sentía como si las fuerzas me abandonaran, y el animal enjaulado tratara de coger fuerzas y escapar. Pero, aunque yo no se lo permitiera, durante ese tiempo me sentía decaído, sin ganas de luchar, sin ganas de invertir tanto tiempo y esfuerzo para tan poco...
Mamá y Amaia también habían aprendido que, durante esos días, lo mejor era dejarme estar. Si pedía ir a la cama, me lo permitían. Y allí intentaba recuperar fuerzas, agarrándome a mis recuerdos felices y luminosos, tratando de debilitar al animal y dejando que el haz de luz iluminara los corredores de puertas, que poco a poco, muy poco a poco, se iban abriendo.
Pero se abrirían todas, porque el faro que me iluminaba en el camino no se había apagado, y las notas no me habían abandonado: era Amaia cuando se sentaba al teclado y me tocaba, o entraba en nuestro mundo, ese que era tan de los dos, y me hablaba en nuestro lenguaje de notas sin palabras. A veces se tumbaba conmigo y me cantaba al oído, y por la ventana entraba de nuevo la luz. Me recreaba en ella y dejaba que renovara mi paciencia, mi memoria y mis fuerzas.
Paciencia, Alfred, paciencia.
Y también me la pedía ella, a veces incluso entre lágrimas que me desgarraban, y me daban nuevos bríos para seguir adelante. Así, poco a poco, la música volvía a mí.
No lucharás por los dos
Te prometo... Un futuro mejor.
Y recordaba los versos de mi nueva canción. Respiraba hondo, y cogía fuerzas y salía adelante. Poco a poco, paso a paso, buscando las llaves en mi camino de notas y luz.
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El camino a casa
Hayran Kurgu"¿Te imaginas abrir los ojos y descubrir que ya nada es como antes, que estás perdido en tu propio cuerpo, que tienes que empezar de cero? Pero entonces encontré sus ojos frente a los míos, dispuestos a enseñarme... el camino a casa". En "Te presto...