Capítulo 13: La Liberación

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Poco antes del anochecer todos regresaron al punto de encuentro agotados y muy tristes. Sophie, junto al resto de sus amigos prepararon una fogata y se quedaron profundamente dormidos.

Al día siguiente nuevamente continuaron con la búsqueda, pero sin resultado alguno. Y aunque Sophie y sus amigos estaban desconsolados, mantenían la esperanza de encontrar con vida a sus amigos. Y así fueron pasando los días.

Un día, cerca del amanecer, cuando todos dormían, fueron despertados por un horripilante y agudo sonido que cada vez se hacía más y más fuerte.

—¡Ohh, papá búho! ¿Qué extraño sonido es ese? —preguntó Sophie.

—¡No lo sé pequeña! Suena al lamento de Nitzu, una hermosa ave anfibia que existió hace millones de años, pero se extinguió durante el derramamiento de lava de Milos, una pequeña isla volcánica ubicada cerca de las Cícladas. Este derramamiento duró doce días y trece noches — donde Nitzu perdió a toda su familia... Cuenta la leyenda que cuando regresó a su casa y se dio cuenta de lo ocurrido su lamento fue tan aterrador que el mismo Zeus se asustó —dijo papá búho.

—¡Pero es un sonido aterrador, asusta! —dijo Sophie

—¡Sí, asusta! — dijo papá búho.

El contemplador, aprovechando sus dones, decidió averiguar el origen de aquel espeluznante sonido, y sin pensarlo dos veces inició el recorrido sobre la flor del mar junto a su familia. Aquel sonido los llevó hacia el otro lado del mar, muy cerca de la gran piedra de Aramís. A pocos kilómetros de allí el contemplador pudo detectar algo; así que activó su rayo telepático y pudo observar en las profundidades a aquella ave milenaria. Nitzu, un ave de gran tamaño, de cabeza pequeña achatada y alargada de los lados, lo que le permitía meter su cabeza en lugares pequeños para alimentarse de peces; tenía ojos alargados y de color gris, uno en la frente y otro en la parte de atrás de su cabeza, oculto bajo sus escamas; respiraba por sus branquias que estaban justo debajo de sus grandes y puntiagudas orejas que funcionaban como radares ante cualquier presencia extraña dentro del mar; su boca era grande, de labios gruesos y morados; sus dientes eran largos y afilados como cuchillos; sus colmillos sobresalían de su boca y contenían un fuerte y mortal veneno, capaz de matar con sólo una gota; su cuello era alargado y con púas venenosas que podía lanzar a metros de distancia como mecanismo de defensa; en su espalda se podía observar una pronunciada joroba que utilizaba para esconderse dentro de ella y atacar sin siquiera ser vista por su presa; todo su cuerpo estaba cubierto por escamas doradas con espinas negras; sus patas delanteras eran pequeñas, con dedos cubiertos por grandes garras que utilizaba para someter a su presa; sus patas traseras eran largas como las de un avestruz, con cuatro grandes garras que dejaban una cruel ponzoña en la piel de su víctima. Era un ave tan fea como malévola, pero en el fondo —muy en el fondo— quería ser hermosa y bondadosa.

Después que el contemplador observó con detenimiento al ave Nitzu, siguió observando los alrededores del lugar. A pocos metros de allí, pudo observar algo que se movía entre las algas y la arena; enseguida vio llegar al ave, quien corriendo como avestruz se paró frente a aquello que se movía para luego posarse sobre él, como si lo estuviera empollando.

Cuando de pronto:

—¡¡Ohh, es Argis!! ¡¡Por todos los dioses, es Argis!! Pero está agonizando, casi muriendo —advirtió el contemplador.

Y entonces, al observar con atención, pudo darse cuenta que Argis había sido enterrado de pie en las profundas arenas del océano, las algas que lo ocultaban eran venenosas y cada vez que intentaba mover su cabeza, era lentamente envenenado por estas. Nitzu, estaba sentada sobre la cabeza de Argis y con sus grandes garras lastimaba la dura piel de su rostro, que estaba irreconocible ante la cantidad de ponzoñas y fuertes heridas.

Argis, El Cíclope ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora