Capítulo 1: La Tormenta...

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Hace algunos años, en las lejanas tierras de la Grecia de los Dioses del Olimpo, en un pequeño poblado llamado Conisvic, vivían Perdhy y Lugec Thalassinos, con sus tres hijos; Irvil de 18 años, Adreia de 17 años y Sophie de 15 años. Sophie era una hermosa joven de apariencia mediterránea, delgada, de mediana estatura, con una piel radiante color rosa-melocotón; de cabellera larga y rizada con mechones rubios y marrones; sus ojos grandes color verdes y pestañas pobladas; su nariz dibujaba una línea recta desde la base hasta la punta; de boca mediana y labios bien delineados, color cereza.

Mucho más allá de la Isla Hidra, a lo lejos de las costas del Mar Egeo, justo donde pareciera que el océano y el cielo se unieran, existía un portal mágico, visible solo para los Dioses del Olimpo; que daba paso a una dimensión desconocida que conducía hacia una isla virgen llamada Maizul, donde hacían vida algunas criaturas mitológicas.


Todo comenzó una tarde de verano cuando Sophie se divertía con sus hermanos, y cansada de correr y juguetear, se recostó en el interior de su pequeño bote para contemplar los mágicos colores del arco iris formado luego de una breve llovizna y, entretanto Sophie se descubría en aquel hermoso arco como una diosa mensajera entre el cielo y la tierra, sucedió que, mientras su imaginación volaba hacia los confines del horizonte, su bote se iba alejando cada vez un poco más. Cuando se percató cuánto se había alejado de la orilla, exclamó:

—¡Ohh, Zeus ayúdame a regresar a la orilla! —y acto seguido comenzó a remar.

Pero en ese momento comenzó una fuerte ventisca que la alejaba más y más...

—¡Poseidón, Dios de los mares! ¡Apiádate de mí! ¡Ayúdame y dame fuerzas para remar!

Pero la tormenta se hacía aún más fuerte; truenos y relámpagos rompían en el cielo con estrepitosos y ensordecedores sonidos.

Asustada y cansada de remar y remar contra la corriente, cayó exhausta en el piso del bote.

Mientras tanto, en casa de sus padres, Irvil explicaba lo sucedido...

—¡Cuando vi que el bote se alejaba, me arrojé al mar y tras luchar con las olas logré sujetarlo, al intentar abordarlo sentí una fuerza superior que me tomaba por la cintura y me lanzaba lejos! ¡Adreia, puede constatar lo que digo padre, ella vio cuando fui arrojado lejos del bote! Luego, en un segundo intento, volví a nadar para rescatar a Sophie; pero cada vez que me acercaba al bote, este se alejaba aún más... Hasta que lo perdí de vista.

—¡Por todos los Dioses! —exclamó afligido el padre— te creo hijo, ahora lo prioritario es encontrar a Sophie.

La noticia se regó como pólvora entre los habitantes del pueblo, quienes inmediatamente se pusieron a la orden de la familia para salir en grupos con sus botes, a buscar a Sophie.

Cuando Sophie despertó, al cabo de algunas horas, la popa del bote le aprisionaba uno de sus brazos, ¡no tenía fuerzas para deslizarlo y menos para levantarlo!

—¡Estoy agotada! —se sentía desorientada—. ¿Qué Pasó? ¿Dónde estoy? Hace unos minutos estaba jugando con mis hermanos y ahora me encuentro en un lugar extraño, ¡bonito, pero extraño! ¿Qué ha pasado Zeus, por qué estoy aquí?

Por más que intentaba razonar sobre lo ocurrido, no comprendía qué había pasado. ¡El cielo estaba totalmente azul como si jamás hubiese llovido! Como pudo sacó fuerzas y trató de empujar con su cuerpo la popa del bote que descansaba sobre su brazo, pero fue inútil y ante el dolor y lo desconocido, lloró hasta quedar dormida...

Se hizo de noche y al despertar en la madrugada, quedó sorprendentemente maravillada ante lo que veían sus ojos.

—¿Estaré soñando? —se preguntó.

La arena en la que descansaba su cuerpo, brillaba como oro puro bajo un sinfín de colores, era como si el arco iris hubiera caído a tierra salpicando aquella isla desconocida. El mar resplandecía como si la luna se hubiese desplomado en él, toda la fauna marina era exótica y se reflejaba en innumerables colores. De pronto escuchó el canto melodioso de las nereidas y mágicamente las vio emerger a la superficie montadas en sus delfines. Hacia el horizonte todo estaba oscuro, sin embargo; a lo lejos, logró divisar un luminoso carro de oro tirado por un par de delfines y caballitos de mar color escarlata, que se alejaba.

Extasiada exclamó:

—¡Ohh, Poseidón! ¿Acaso acabo de ver con estos ojitos míos de mí al Dios Poseidón en cuerpo y alma? ¿O aún estoy dormida?

Aunque no comprendía qué estaba pasando o dónde estaba, Sophie no dejaba de estar atónita ante la majestuosidad de aquella belleza inigualable que contemplaban sus ojos; aquella isla era como un oasis refulgente en medio del mar.

Sophie estaba tan encantada con aquel magnífico escenario, que no se había dado cuenta que el bote no estaba sobre su brazo, que simplemente el bote ya no estaba, y las heridas de su brazo habían sido sanadas, entonces exclamó:

—¡Definitivamente, no entiendo nada! ¡Por más que miro hacia todas direcciones no sé dónde estoy! ¿Dónde está el bote? ¿Cómo han sanado mis heridas? ¿Acaso alguien me ha curado? ¿Pero, quién?

¡Ohh Zeus! ¿Dónde estoy? o sea, ¡no es que no estoy maravillada de estar aquí! ¡Eso no se discute! ¡No señor!  Esto es mágico, demasiado hermoso; parece que estuviera en otro mundo, pero mis padres y hermanos deben estar sumamente preocupados por mí, ellos no saben qué me ha pasado; ni siquiera saben que estoy bien, ¡pero seguro deben estar buscándome! Debo regresar al pueblo, pero ¿cómo?

¡Ooh, estoy perdida! ¡Mi sentido de orientación es fatal! ¡Ooh, debí prestar más atención en las clases de los puntos cardinales! ¡Ni siquiera sé por dónde sale el sol! ¿Es por el este o por el oeste? ¡Ah, no lo sé...!

Y pensando en su familia, se quedó profundamente dormida.

Argis, El Cíclope ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora