Capítulo 30: Las Cuevas del Visionario

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Y así, entre pequeñas aventuras y gratos momentos con sus amigos, fueron pasando los días.

Una mañana cuando Argis, Sophie y Aqüichi salieron a pasear por aquella isla llena de misterios, secretos y magia; la piedra de cristal de Aqüichi cayó de su bolsillo, rodó unos centímetros y se ocultó tras una roca.

—¡Oh, mi piedra se ha caído, creo que quiere revelarme algo! —dijo Aqüichi.

Así que se recostó en la arena mientras observaba su piedra.

—¿Qué te ha mostrado tu piedra? —preguntaron Argis y Sophie.

—No me ha mostrado gran cosa, pero quiere que tomemos el camino hacia las cascadas, llenemos una cantimplora con agua del manantial de Maiec y luego nos dirijamos hacia el noreste.

—¿Solo eso te ha mostrado pequeña? —preguntaron Argis y Sophie.

—¡Sí, solo eso ha mostrado! ¡Alguien debe tener mucha sed! ¡Porque la cantimplora de Argis es tamaño gigante! Jejeje —dijo Aqüichi.

—¡Entonces vayamos a buscar el agua! —dijo Argis.

Cuando llegaron a las cascadas Argis se ubicó bajo las aguas de Maiec y llenó su cantimplora.

—¡Listo! Ahora vayamos hacia el noreste —dijo Argis.

—Luego de un rato de camino, se encontraron con una curiosa cueva con tres faroles colgados en la entrada.

—¿Será aquí donde la piedra quería que viniéramos? —preguntó Argis.

—Mmmm... ¡No lo sé! ¿Pero por qué no entramos para ver si alguien allá adentro muere de sed? —dijo Aqüichi.

—¡Sí claro, entremos! —dijeron Argis y Sophie.

—Tomemos un farol cada uno, adentro debe estar oscuro —dijo Sophie.

—! Oh!, pero la puerta es muy pequeña para mí, creo que me toca esperarlos aquí afuera! —dijo Argis.

—¡Noo, Noo, no! ¡Eso sí que no! Tu cantimplora es tamaño gigante y muy pesada ¿cómo se supone que Sophie y yo la llevaremos? ¿¡Si yo apenas puedo con mi saquito de nueces!? —dijo Aqüichi.

—Es cierto Argis, tú no entras por esa puerta y tu cantimplora es grande y pesada —dijo Sophie.

—¡A ver! Intenta entrar de costado —dijo Aqüichi.

—¡No, no entro! —dijo Argis.

—Mmmm... ¡A ver! Intenta de patitas —dijo Aqüichi.

—¡No Aqüichi, tampoco! —dijo Argis.

—Mmmm... ¿Cómo haríamos? —dijo Sophie.

Y mientras se sentaron a pensar cómo hacer, Aqüichi puso su farol en la entrada de la cueva, y como por arte de magia aquella puerta se agrandó.

—¿Cómo sucedió eso? —preguntó Sophie.

—Mmmm... ¡No lo sé! Yo solo puse mi farolito en la entrada ¡y voila! —dijo Aqüichi, carcajadas.

—¡Vamos, entremos antes que se vuelva a achicar! —dijo Argis.

Una vez adentro; todo era oscuro, húmedo y con un extraño olor.

—¡Fuchii! ¿Qué huele tan mal? —preguntó Aqüichi.

—Mmmm... Debe ser el excremento de esas aves extrañas que parece que custodian el lugar —dijo Sophie.

—¿Serán agresivas? —preguntó Aqüichi.

—Mmm... ¡No lo creo pequeña, o ya nos hubieran atacado! —dijo Argis.

Argis, El Cíclope ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora