3 #normalidad

110 8 0
                                    

Un mes después de despertarme en mi cama y recordar como llegué allí, no conseguía olvidarme de Rainer. Nos veíamos todos los días en clase y puede que en algún momento nuestras miradas se cruzaran, pero no llegamos a más. Ni nos cruzamos ni hablamos y por más que coincidíamos en algunas clases nos sentábamos en lados opuestos, como si nos evitáramos. Y lo entendía, hubo un momento de debilidad e intentó ayudarme.
Me levanté de uno de los escalones de la entrada del instituto y aparté la mirada de Rainer, que se encontraba apoyado en el capó de su porsche negro con dos brazos cruzados y mirándome fijamente, como si pensara en algo. Estaba decidida a hablar con él, la respiración se me aceleró, mis manos empezaron a sudar y el corazón me latía rápido, estaba nerviosa y no sabía muy bien porque, no tenía motivos. Pero no llegué a dar ni un paso cuando aparecieron mis mejores amigas y una de ellas puso su brazo en mi hombro provocando que parara. Tate se dio cuenta y dio media vuelta para entrar en su coche y marcharse seguramente a su casa.

Ya era media noche y no conseguía conciliar el sueño, no dejaba de pensar en él y me disponía a mirar el techo con los textos, frases, dibujos, estrellas, colores... que yo misma coloqué allí desde pequeñita. Alguien llamó a la puerta haciendo que reaccionara inmediatamente, me senté y dejé que abrieran la puerta.

-No puedo dormir-. Cole entró en la habitación y le pedí que se acercara, cerró la puerta y vino conmigo a la cama. Me aparté a un lado y le dejé hueco para dormir conmigo.

-Siento haber desaparecido tanto tiempo-. Confesé repentinamente. Se tumbó a mi lado con su espalda en mi pecho, le acaricié el pelo y besé su cabeza después de taparle con la sábana.

-No importa-. Movió los hombros en respuesta. Intentó ser fuerte, pero solo tenía ocho años y sabía que no podía ser así. No sabía cuánto me arrepentía de haber hecho lo que hice, así que solo me entretuve abrazándolo hasta que se durmió. Le echaba de menos.

Ya no existía la normalidad para mí, cada día de mi vida había sido auténticamente aburrida y tenía que hacer enormes cambios para poder ir de frente a aquello que me había dejado fuera de lugar. Necesitaba volver a ser esa chica de pueblo incapaz de seguir las modas y ponerse cómoda con su ropa, necesitaba ser esa chica que siempre comía ositos gominola como cuando era pequeña. Necesitaba recuperarme de la ciudad y ese día era una muy buena mañana para hacerlo. Últimamente, desde que fui a Boston, había vestido como una auténtica chica y no era así. Registré en todos los cajones de mi habitación hasta encontrar lo que buscaba, una sudadera negra con un dibujo en el pecho y unos vaqueros de cadera no del todo ajustados con cinturón a juego. Me hice las dos rayas de los ojos y dejé mi pelo suelto y sin hacerme nada especial.
Me miré al espejo por última vez y desperté a mi hermano antes de marcharme a clases. Besé su frente y cogí las llaves de la mesita.

-Despierta grandullón-. Le sonreí a la vez que me sacaba la lengua. Despeiné su pelo observándolo y salí de la habitación.
Se me partió el corazón al darme cuenta del enorme error que cometí pero no podía volver al pasado para cambiar las cosas.

Al llegar a clase algunas miradas recayeron en mí, lo normal. Me sentía un poco nerviosa por volver a ser Jennifer pero no me iba a dejar intimidar por nadie. Metí la mano en la bolsita de chuches y saqué un osito gominola rojo, uno de mis favoritos. Ya me sentía mucho mejor.
Rainer salió de su coche y sin pensar en nada llegué hasta él a paso acelerado. No sabía bien que decir pero lo intentaría lo mejor posible por no ser incómoda, aunque ya empezaba a serlo.

-Buenas-. Le sonreí como respuesta a su saludo mientras mordía mi labio inferior. Guardó sus llaves en los bolsillos y colocó sus manos ahí mismo.

-No te di las gracias por lo que hiciste... Así que lo hago ahora-. Levantó una ceja y sonrió de medio lado. -Y como ofrenda...-. Le mostré la bolsa de chuches recordando la primera vez que nos vimos. -Ahora no hace falta que me pidas-. Bromeé tímidamente porque parecía que estuviera haciendo un monólogo y me costaba. -Ya te las doy yo. Solo si quieres obviamente-. Le hice una mueca porque no dijo nada y me dio mala espina.

-No se qué decir... Si gracias o de nada-. Se le notaba confuso. Sonrió provocando que su pecho subiera y bajara por un segundo.

-Con coger un osito suficiente-. Decidido, levantó su mano para hacerlo. -Pero que no sea rojo, ni amarillo, ni naranja, que son mis favoritos-. Se rió en mi cara y me hice la ofendida aunque sabía que no lo hacía a malas. Me arrebató la bolsa de entre mis manos y buscó un osito en especial... O más de uno. Me mostró lo que tenía y me sorprendió.

-Sé que son las que menos te gustan-. Levantó sus hombros quitándole importancia. Tenía ositos verdes en su mano, estaba perpleja sin conseguir entender cómo lo sabía, pero él me respondió como si leyera mi mente. Tragué saliva. -Más de una vez te he visto coger los verdes y tirarlos o regalarlos-. Se rió por la última palabra que realmente era una tontería. Sonó el timbre pero no me fui, me quedé pensativa sin saber cómo despedirme de él.

-¿Hasta luego? Supongo-. Hizo un movimiento de cabeza como despedida y di media vuelta para marcharme. Pero mientras caminaba giré mi cabeza para ver cómo me observaba. No sabía qué me pasaba, pero sonreí al saber que tenía su atención en mí, me sentía especial.

Al verme llegar, las chicas se levantaron de las escaleras de la entrada y empezaron hacerme miles de preguntas.
Con cada una a un lado les sonreí por saber que estaban conmigo y coloqué mis brazos sobre sus hombros y las achuché pegándolas a mí mientras entrábamos a los pasillos. No podía estar mejor en estos momentos.
Les dije de hablar en el descanso y aceptaron con la condición de que tendría que responder todas las preguntas en la mesa del comedor.

-¿Qué hay entre Rainer Tate y tú?- Fueron directas, no tenían ni una pizca de discreción y eso me hacía gracia. Les conté lo ocurrido desde el momento de la fiesta hasta esa mañana cuando hablaba con él. No entendían porque me ayudaba si nos llevábamos mal desde los pocos años. -¿Sabe algo Cass?- Continuó Lilith. Cassandra la falsa, la joven popular era la hermana de Rainer y tanto ella como su hermano siempre me trataron mal. Él, creía que era porque no le di un osito de gominola la primera vez que nos vimos y pues nos acostumbramos a odiarnos y ella... Tenía la sospecha de que su hermano tenía su atención más en mí que en ella y se ponía celosa o algo por el estilo pero no estaba claro.

-Si llegas a tener algo con el "señorito" Tate, Cass te matará-. Informó Clary comiéndose una patata frita. Lo negué por completo, nunca tendría una relación con él o eso pensaba en ese tiempo ya que era uno de los chicos más populares del instituto, el capitán de fútbol, el mejor jugador e iba con el grupo de Playboys aunque yo no lo consideraba uno porque lo llamaban el chico inalcanzable, muchas chicas besaban el piso por el que pasa, se arrastraban por él, pero rechazaba a todas y ellas se peleaban por el premio: quitarle la virginidad a Rainer Tate. Con diecisiete años y seguía en su flor.
Alguien carraspeó tras de mí y no hice otra que dar media vuelta, era él y no sabía porque estaba ahí plantado.

-Te quiero comentar una cosa-. No miró a las demás, solo estaba pendiente de mí y me sentía un poco incómoda al pensar que había podido escuchar nuestra conversación. Le pedí que se sentara y le hice un hueco a mi lado ya que en vez de sillas lo que habían eran bancos en la cafetería. -Este finde hay un partido de cachondeo como todos los años entre los institutos más cercanos y celebramos que la temporada ha empezado, el sábado en la noche montarán una fiesta y quiero saber si irás...- Apartó la mirada de mí y se dirigió a mis amigas que empezaban a babear. -... Si iréis-. Se corrige. Ellas afirmaron con la cabeza porque se habían quedado mudas y no podía hacer otra que reír por no avergonzarme por el comportamiento. -Os espero allí-. Les guiñó un ojo mientras sonreía antes de marcharse. Empezaron a gritar cuando éste se fue de la cafetería provocando que algunas miradas cayeran en nosotras. Les pedí que callaran y lo hicieron. No tenía ganas de ir, no pensaba hacerlo y ellas no me iban a convencer de lo contrario. Aunque si lo pensaba bien era una buena forma de darle las gracias aunque la última vez que salí de fiesta él me tuvo que rescatar y no quería que ocurriera de nuevo. Era jueves y tenía tiempo suficiente para pensarlo.

Loca Por Ese Chico (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora