4 #bipolaridad

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Era viernes por la tarde y ya había gente por la calle vestida de fiesta, se preparaban con antelación para salir y divertirse o para acabar en una esquina con dos litros de alcohol en sangre y con ganas de prostituirse. Mientras que yo observaba por la ventana lo que ocurría fuera aún pensando en si al día siguiente saldría a ver los partidos amistosos para luego emborracharme por algo que no me interesaba demasiado como en fútbol americano.
Alguien llamó a mi teléfono, cerré las cortinas y me dirigí a la cama para atender la llamada.
Eran el Sr y Sra Tate, los padres de Rainer. En la voz se les notaba preocupados y nerviosos, estaban desesperados y no entendía bien que querían decirme. Les pedí que lo repitieran pero se hizo el silencio.
Inmediatamente la voz de la madre sonó alto y claro pidiéndome que era una emergencia y ya que vivían cerca que corriera hasta su casa. No entendía bien lo que ocurría pero me levanté de la cama y me puse los zapatos, me di cuenta que llevaba los pantalones grises del pijama pero no me importaba si era por una buena causa.
Mientras corría en su dirección me di cuenta que ellos sabían algo que Rainer les contó de mí porque sino no me habrían llamado ¿Quién era yo? No era enfermera ni nada por el estilo, era una simple chica que sacaba notas decentes y que ers buena deportista, pero no tenía nada más que me hiciera especial.

Sabían algo que él les contó de mí pero que no me querían decir, pero decían que estaba mal y por más que lo hubiera odiado tanto tiempo como él a mí, no podía dejar a una persona porque eso ya lo hice y no salió bien.
Corrí lo más rápido que pude. Me paré en mitad de la calle, justo enfrente de la entrada, parecía ir en cámara lenta. Caminé hasta la puerta y al llegar llamé al timbre y escuché unos pasos acelerados mezclados con el sonido de mi respiración acelerada, eso me hizo dar cuenta que estaba muy mal y necesitaba preguntar qué pasaba.

—Es bipolar y mayormente... Se pone destructivo y agresivo—. Señaló tras de mí con las manos temblorosas, donde había un hueco en la pared. —De repente vio algo en el móvil y se puso violento y rompe las cosas cuando se pone así, hace tiempo que no toma las pastillas porque parecía relajado desde principio de curso—. No podía casi hablar, me compadecí de ella y le cojo cogí las manos dándole todo el ánimo posible. Lo único que me salía por la boca eran tres palabras.

—Haré lo posible—. Segundos después subí a su habitación y escuché golpes de patadas, puñetazos y cosas que iban de un lado al otro del cuarto, retrocedí un segundo apoyándome en la pared de enfrente de la puerta ya que me encontraba en un pasillo. Respiré hondo y me acerqué temiendo por mi vida, di un par de golpes a la puerta y algo se rompió al chocar contra esta.
—Soy yo...— Dije con un fino hilo de voz. Parecía que no me escuchaba así que seguí mi monólogo después de tragar saliva. —... Jennifer... Necesito hablar contigo—. Le insistí y cuando ya no escuchaba ningún ruido, con todo en calma, decidí abrir la puerta aunque pudiera ser recibida con un golpe en la cabeza. Al entrar me asusté y cogí aire fuertemente, todo estaba hecho un desastre pero no era en eso en lo que me fijé, sino en el chico sin camiseta sentado a los pies de la cama con la cabeza agachada y escondida con las manos que mantenía en su pelo mientras apoyaba los codos en sus piernas. Mi respiración estaba acelerada, mi pecho subía y bajaba con exageración, mi corazón se entregó para dejarse notar y golpear fuerte mi pecho una y otra vez y una lágrima se dejó ver por mis ojos y no sabía porque estaba llorando, no había ningún motivo por el que estar así. Llegué hasta él colocando mi mano en su hombro y apretando un poco, demostrándole que estaba con él, dándole mi apoyo total. —Déjame ayudarte—. Apartó las manos dejándome ver a un Tate destrozado, vulnerable, frágil. Colocó sus dedos lentamente por mis caderas mientras me acariciaba provocando que me quedara sin respiración, terminó rodeando mi cuerpo y colocando su cabeza sobre mi estómago abrazándome y respirando hondo. Se veía más tranquilo, más relajado. Dudé un segundo en si estaba haciendo bien las cosas, coloqué una de mis manos en su pelo y le acaricié.
De esa manera le repetía una y otra vez que «estoy aquí» con él.
Minutos más tarde empezó a bostezar y le dije de tumbarse un rato y dormir pero no se quería mover del sitio. Coloqué mis manos en sus mejillas y le obligué a que me mirara.
—Todo se arreglará—.  No me rendía, le ayudé a levantarse y le tumbé sobre el colchón. Cerro los ojos y sonreí de lo mono que estaba. Le vi tan relajado, que no pude evitar sonreír por él, me daba pena y nunca había sentido nada parecido como la compasión en él. Con mis dedos aparté el mechón de pelo que cubría una parte de su frente y ojo.
Me dediqué a odiarle tanto tiempo, que no me había dado cuenta que ya no sentía ese odio por él, sino por el pasado. Besé su frente dispuesta a marcharme pero no lo hice, di media vuelta para salir por la puerta pero me cogió de la muñeca.

—Quédate—. Me suplicó, me estiró del brazo haciendo que cayera sobre la cama.

—Un ratito—. Me quedaría con él hasta que se durmiera. Por una parte hice esto por él, por otra para devolverle el favor del día que no pude controlar el alcohol y me superó. Ese día cambió las cosas entre los dos y me costó comprender cómo fue eso posible.
Di media vuelta a la cama y me tumbé al otro lado sobre la manta, coloqué el almohadón de manera que me encontraba sentada con las piernas estiradas. Rainer se acercó a mí y colocó su cabeza sobre mis muslos para luego abrazarme mientras yo acariciaba su pelo negro para que se relajara y se durmiera.

—¿Sabes? Aquella noche me dijiste: oye Tate, sé que eres buena persona, me alegro de estar contigo—. Dijo de repente dándome cuenta que ya estaba casi en trance. —Yo también me alegro—. Terminó diciendo antes de dormirse del todo, susurré su nombre un par de veces pero no me contestó. Con cuidado salí de su agarre y me levanté y antes de salir de la habitación le observé por última vez antes de irme al piso de abajo a hablar con sus padres.

—¿Que os ha hecho pensar que me tenías que llamar?— Le pregunté a Susan Tate, ella y su marido se intercambiaron miradas. Estaban pensando en si decirme algo o callarse.

—Nos...— Se aclaró la garganta. —contó que te tiene respeto—. No entendía muy bien porqué pero acepté su respuesta. —Ya que a sus padres no les hace caso, pensé que una amiga sería lo más correcto.

—¿Y porque no se toma las pastillas?— Me senté en el sillón que se encontraba a la derecha de donde se sentaron ellos, pero estaba más cerca de la televisión que se encontraba enfrente del sofá, donde estaban ellos.

—Nos dio permiso para dejarlo un tiempo, para probar si el deporte era suficiente.

—Todo iba bien hasta hoy—. Continuó el padre.

—¿Y no se puede hacer nada?— Me encontraba mal, débil por no saber que hacer. Mis ojos estaban llorosos y me escocían. Tenía la frente arrugada y mis ojos se dirigían al suelo, pensando en que podía hacer. No había nada excepto las pastillas, pero si no quería había que convencerle. Había que lograr que se las tomara.
Me levanté decidida a marcharme pero Susan se levantó y me cogió del brazo, me dio las gracias y me abrazó. Tardé unos segundos en responderle porque era extraño, no nos conocíamos casi nada y en una hora ya se comportaba así conmigo.
—No ha sido nada—. No sé qué pasaría de ahora en adelante entre nosotros, solo sabía que las cosas iban a cambiar y si no se tomaba la medicación iría yo misma a la fiesta para vigilarle, si estaba de humor para fiestas, claro.

Loca Por Ese Chico (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora