Bajo la mirada al borde de mi escritorio no me siento nada cómoda con la idea que Nicholas tiene para cambiar su vida con una nueva compañera. Por ahora quizás no sean nada, pero quien dice que en un futuro lo sea, además él no dejaría ir a una mujer así tan fácilmente. Mis esperanzas por querer declararme son en vanas. Es la primera vez en mi vida que me siento tan derrotada y pisoteada solo por un par de piernas fáciles. No quiero juzgarla pero mis celos me llevan la contra, espero (y dios quiera) que no se noten no quiero problemas con mi trabajo solo porque a mi jefe se le ‘ocurre’ tener una noviecilla. ¡Qué digo mi jefe! Como dice él: ‘mi mano derecha’. Mierda. Quiero golpearlo cada vez que dice eso ¿Es que tanto me duele esa palabra? Pero luego el llega con su dulce sonrisa que hace que me tiemblen las piernas (a veces me pregunto si soy bipolar) Estoy analizando los pro y contras de Nicholas. No tengo la culpa que no le encuentro ningún contra y los pros que pueden llegar a tener son mínimos.
—Samantha quiero que vuelvas a tu puesto, no te pago por estar parada husmeando con tu amiga
Le ordenó señalando su mostrador serio, no lo entiendo. Hace exactamente unos minutos estaba feliz.
—Elizabeth quiero los papeles del contrato con la embajada de Italia y quiero que me ayudes a traducirlo si es que no lo leíste.
—Sí señor, enseguida se lo alcanzo.
—No enseguida, ahora. Necesito movimiento muchachas, movimiento.
Miro extraña a Sam queriendo entender el porqué de su cambio de actitud.
Busco los papeles en mi maletín luego sigo sus pasos hasta la oficina y cerró la puerta tras mi espalda. Hace que me quede pegada a la puerta giro la vista hacia mi derecha veo su mano apoyada a la altura de mi cabeza. Su otra mano se posó sobre mi cintura con tranquilidad.
— ¿Lo trajiste?
Asiento sin omitir vos, me la quitó cuando veo su acto
— ¿Sabes italiano?
Afirmo nuevamente.
—Antes de ser contratada aquí era profesora de idiomas.
—Shh.
Puso un dedo sobre mis labios.
—No me interesa ¿hay una copia de traducción?
Asiento.
—Ven vamos al sofá estaremos mas cómodos.
Las dos horas que estoy tratando de explicar el contrato me siento incomoda con él tan cerca sé que tendría que aprovechar la situación para coquetearle pero también sé que no soy capaz de una cosa así en un momento de trabajo. Cuando quiero darme cuenta su brazo rodeó mi torso, me acercó más a él mientras sostuvo en su mano el papel de la traducción y yo el papel original. Sigo sintiéndome extraña cuando estoy junto a él es algo que no puedo evitar.
—El italiano no es tan complicado como pensé.
—Solo la conjugación de verbos, pero es sencillo.
—De seguro rompiste corazones estudiantiles en la universidad.
¿Qué demonios quiso decir con eso?
—Disculpe, pero yo jamás enamoré a alguien o alguien se enamoró de mi, soy demasiado complicada.
—Deberías salir más seguido. Buscarlo, debes mirarlo a los ojos y decir ‘este es mi hombre’. Eh ir por él.
Valla…lindo consejo, ¿Por qué no me lo dijo antes? (¿Es notorio mi sarcasmo?)
—Discúlpeme señor, pero lo que busco no está afuera.
Ruego para mis adentros que no pregunte.
— ¿Y dónde está?
—No le voy a responder eso.
Digo seria.
— ¿Podemos hablar de algo que no se mi situación sentimental?
Pregunto casi en una súplica.
— ¿Por qué? ¿Te pongo nerviosa?
—Basta, señor Pears. Es un tema que no le incumbe.
—A mí si me incumbe.
Me atrajo con fuerza hacia él. Si quería lograr ponerme nerviosa. ¡Bingo! Ya lo hizo.
—Se-señor…Se…
Sonrió y acarició mi mejilla. Mi debilidad por sus ojos es inevitable, no dejo de mirarlos.
Siguió acercándose, si pienso lo que está por pasar es un grave error. Un muy grande error, siendo sincera no me arrepentiría jamás de esto. Con calidez rozaron nuestros labios quedando dura como piedra