Las luces parpadeaban, lanzando destellos que se fundían en el aire. El lugar estaba teñido por un tono rojizo, como si el mismo ambiente respirara deseo. El cuero del sofá se adhería a mi piel, caliente, empapada de sudor, mientras las ráfagas de luz rozaban nuestra piel semidesnuda. Estábamos expuestos, casi completamente desnudos ante la mirada de los espejos que nos rodeaban, reflejos de luces de colores danzando en nuestros ojos, recorriendo cada rincón de nuestros cuerpos.
El sonido de su voz se disparaba en el aire, entrecortada por las oleadas de placer que mis caricias despertaban en ella. Su cabello, desordenado, caía sobre los cojines, mientras yo me acercaba a su oído, sin dejar de mover mis dedos entre sus piernas, alimentando su deseo.
—¿De quién es este lugar, dulzura? — murmuré, mordiendo suavemente su oreja, buscando intensificar cada suspiro, cada latido.
Ella tardó un momento en responder, su respiración agitada en el silencio que nos envolvía.
—No lo conozco... Todos lo llaman Mr. K —susurró, su voz temblorosa, como si ese nombre mismo tuviera un peso.
Mi boca recorrió su pecho, sintiendo la suavidad de su piel, mientras mis manos apretaban su cintura, guiándola más cerca de mí. Los suspiros que escapaban de ella eran un canto al placer, y yo no podía dejar de provocarlo.
Volví a mover mi mano, esta vez buscando esa zona tan sensible, la que tanto anhelaba. La torturé un poco más, disfrutando de su lucha interna, hasta que finalmente le otorgué lo que deseaba, siempre a cambio de más información.
—Y... ¿qué tal si me dices quién es el verdadero dueño de este lugar? No juegues conmigo, nena. ¿Quién dirige todo esto? ¿De quién es, y cuánto tiempo lleva aquí?
Con esfuerzo, se sentó, buscando mis ojos con los suyos.
—Es mucha información la que pides... ¿No tienes nada más para darme? — dijo, sus ojos entornados, desafiantes.
Sonreí, sabiendo que podía jugar el mismo juego.
—Bien... Este es el trato. Tú me das las respuestas que quiero, y yo te doy lo que quieras. ¿Estamos?
Ella asintió, su sonrisa cargada de picardía, mientras su mirada brillaba con un desafío provocador.
—Solo que... no te lo voy a decir aquí. Deberás esperar a mi día libre. Y, aparte de esto, me debes 500 francos.
Su sonrisa no se deshizo, su expresión plena de misterio.
—¿500 francos por un nombre? — repetí, entre curioso y divertido, mientras inclinaba la cabeza, como diciendo "tómalo o déjalo".
Asentí brevemente, aceptando el trato. Extendí mi mano, y ella la estrechó, sellando el acuerdo. Pero antes de dejarla ir, me dio un tirón, acercándome a ella una vez más.
Jugamos un poco más, hasta que el tiempo se me escapó entre los dedos. Miré el reloj: 9:05 pm. Era hora de irme.
Moví mi mano rápidamente, buscando en sus ojos ese último suspiro de placer que nos quedaba. Entraba y salía de ella, hasta que escuché por última vez su grito, un eco de satisfacción.
Me levanté, me dirigí al baño y me arreglé, buscando la salida, la puerta que me llevaría fuera de este lugar extraño.
—Sigue a la derecha, verás la puerta en el tercer pasillo a la izquierda — me indicó, recostada en la cabecera del sofá, donde ya habíamos compartido tantos momentos intensos.
—No olvides el trato.
Me acerqué a ella, la besé, mordiendo su labio con suavidad, y la miré, sosteniendo su barbilla.
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Te Pertenezco (Parte 1) | Completa ✔️
RomanceMisterioso y peculiar, especialmente por su característico pelo blanco. Sin nombre, sin voz y sin poder de hacer nada en la posición en el que se encuentra. Condenado a sufrir por causa de un suceso del cual aun se desconoce la razones y el por qu...