Todo sucedió como en un sueño, guiado por un instinto que no reconocía límites. Sus manos cálidas en mi espalda, mis labios trazando un camino por su cuello, y nuestras respiraciones entrelazadas en una sinfonía que parecía contener todo lo que nunca antes dijimos. La sostuve entre mis brazos y, sin pensar, la llevé hasta la habitación.
Con cada paso, su vestido cayó suavemente, rozando su piel hasta rendirse al suelo. La guié con ternura hacia la cama, sentándola en el borde mientras sus ojos buscaban los míos con una mezcla de nervios y deseo. Me arrodillé frente a ella, mis manos explorando su piel, y mis labios dejando un rastro de caricias desde sus caderas hasta el límite entre su ropa interior y su cuerpo.
—No tienes idea de cuánto te deseo —murmuré, mi voz apenas un susurro que se perdió en la cercanía de nuestros cuerpos.
Cuando me levanté para mirarla, su piel estaba erizada. Mis dedos, temblorosos pero decididos, recorrieron su silueta, dibujando su cintura, su vientre, y cada curva que parecía diseñada para hacerme perder el control. Finalmente, mis labios encontraron los suyos, y lo que empezó como un beso se transformó en una batalla deliciosa entre su boca y la mía.
Ella, sin vacilar, desabrochó mi camisa, dejando mi piel expuesta a la suya. Me atrajo hacia sí, y en ese instante sentí que tenía entre mis brazos a la mujer más hermosa que jamás había conocido.
Nuestros movimientos eran lentos pero cargados de intensidad. La miré a los ojos, mientras mis dedos descendían con cuidado hasta el borde de su ropa interior, deslizándola con una mezcla de ternura y devoción. Al sentir su cuerpo responder al mío, un susurro escapó de sus labios, pronunciando mi nombre como si fuera la melodía más íntima.
—No sabes lo que quiero hacerte ahora mismo... —confesé, mientras mis caricias se volvían más firmes, más desesperadas por descubrir cada parte de ella.
El deseo se desbordó, y con movimientos cuidadosos, ella me ayudó a despojarme de lo poco que quedaba entre nosotros. La acomodé en la cama, levantando sus rodillas con suavidad, y nuestros ojos se encontraron de nuevo.
—¿Segura de esto...? —intenté preguntar, pero Stella, con una sonrisa cargada de certeza, me interrumpió.
—Por favor, Aiden... más que segura.
Sus palabras fueron el detonante final. Mi mente dejó de pensar, y mi cuerpo se movió con un instinto que parecía venir del alma. Entré en ella con suavidad, dejando escapar un gruñido al sentir la conexión que habíamos anhelado durante tanto tiempo.
—Joder, Stella... eres increíble —murmuré mientras comenzaba a moverme con un ritmo lento, saboreando cada segundo.
Su cuerpo reaccionaba al mío, y sus gemidos eran una mezcla de dulzura y abandono que me llevaban al límite. Mis manos buscaron su rostro, acariciando su piel mientras reducía el ritmo para verla, para asegurarme de que estuviera ahí conmigo, completamente presente.
—Eres una maravilla, Stella. Estoy completamente loco por ti —susurré, logrando que abriera los ojos y me mirara, antes de aumentar el ritmo de nuevo.
Sus uñas se clavaron en mi espalda, marcando su entrega, y nuestros cuerpos se movieron al unísono hasta que ambos alcanzamos el clímax. Su nombre escapó de mis labios como una plegaria, y su último gemido fue la chispa que nos llevó a la cima juntos.
Nos desplomamos uno al lado del otro, nuestras respiraciones desordenadas llenando la habitación en un silencio que no necesitaba palabras. Miré al techo, tratando de calmar el frenesí que aún palpitaba en mi pecho.
—Me gustas, Aiden... siempre me gustaste —dijo ella, su voz suave pero cargada de emociones.
Por un instante, el mundo se detuvo. Giré la cabeza para mirarla, incrédulo.
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Te Pertenezco (Parte 1) | Completa ✔️
RomansaMisterioso y peculiar, especialmente por su característico pelo blanco. Sin nombre, sin voz y sin poder de hacer nada en la posición en el que se encuentra. Condenado a sufrir por causa de un suceso del cual aun se desconoce la razones y el por qu...