Capítulo 22

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Las personas heridas son peligrosas. Saben como hacer que el infierno se sienta como estar en casa

La bala se alojó en la corteza de uno de los árboles que circundaban el lugar. No me moví, permanecí allí, mirándola fijamente, esperando que dijera algo. Ella, inmóvil, sostenía el arma que podría haber perforado mi cabeza y extinguir todo de una vez. El verdadero tormento, sin embargo, no estaba en el cañón del arma, sino en sus palabras.

Dí un paso adelante y sentí el frío del cañón contra mi frente. Ella no reaccionaba, solo las lágrimas seguían cayendo, silenciosas, sin detenerse. Mis manos descendieron hasta la culata del arma, apartándola suavemente, para mirarla a los ojos con más claridad. Ese brillo en su mirada, esa dulzura que me desarmaba, era mi perdición. Sin embargo, algo en mí sabía que ella quería hacerlo.

—¿Por qué aún no lo has hecho? —pregunté, mi voz temblando, mi rostro pálido ante la cercanía del abismo. —Adelante.

Y por primera vez en mucho tiempo, una lágrima silenciosa recorrió mi rostro. Tenerla cerca, tan cerca, pero tan lejos... era un calvario. El silencio entre nosotros se hizo eterno mientras mis palabras flotaban en el aire, cargadas de un dolor insoportable.

—Sí... prefiero ser un amante que un luchador. Toda mi vida he luchado, pero nunca conocí la calma... hasta que te tuve cerca. Me he escondido demasiado, siempre compartiendo, nunca teniendo nada mío. El amor me abandonó... me dejó solo.

Mi garganta se cerraba, las palabras se deslizaban con la pesadez del alma herida.

—Y entonces... encontré paz en tu violencia... —le dije, mirando profundamente sus ojos. —No puedes decirme que no tiene sentido intentarlo.

Sus manos relajaron el agarre del arma, pero nunca la soltaron. El dolor y el deseo se mezclaban en su rostro, en sus lágrimas. Luego, como si fuese un acto de despedida, bajó el cañón y me besó. Un beso tan profundo, tan desesperado, como si fuera la última vez que lo haría.

Un paso atrás y disparó.

La sensación fue tan rápida, tan inesperada, que me quedé allí, mirando sus ojos, atónito, incapaz de entender que la persona por la que había luchado tanto fuera la que finalmente disparó.

Dante apareció en ese instante, sosteniéndome, pero aún me mantenía de pie, luchando contra la herida, mirando sus ojos mientras ella no podía creer lo que acababa de hacer. Soltó el arma, corrió hacia mí, pero mis fuerzas se desvanecían con cada respiración.

—Dame esperanza, porque ya no me queda ninguna...

Con la única mano que me quedaba libre, la tomé por la cintura, la atraje hacia mí y la besé, como si fuera la última vez que tendría la oportunidad de hacerlo. Recorrí su boca como si fuera un lugar desconocido, un paraíso al que nunca podría llegar. No estaba dispuesto a morir, no hoy, pero sí estaba dispuesto a morir por ella. Sí, por la mujer que me había fallado, sí, por la única que había amado con toda mi alma. La única que aún deseaba conmigo, la única que quería hacer feliz.

El dolor comenzó a dominarme, mi cuerpo temblaba, y caí al suelo. Me sentía desamparado, perdido. En medio de todo, comencé a llorar. Grité, porque era lo único que me quedaba, lo único que me importaba. Lo único que me hacía despertar cada mañana.

Dante estaba en el teléfono, llamando a alguien, pero yo no quería saber a quién. Solo escuchaba los gritos en mi cabeza, las lágrimas que no paraban de caer.

Me levantaron, me pusieron de pie, pero en mi mente solo había una imagen: ella. Ella, allí, arrodillada, con las manos sobre el rostro, llorando desconsoladamente. Eso fue lo último que vi antes de perder la conciencia.

Te Pertenezco (Parte 1) | Completa ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora