Capítulo 23 - El Silencio es el Grito Más Poderoso

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Aiden... Aiden... ¡Aiden!

Las voces llegaban como ecos distantes, apenas perceptibles, como un susurro en la niebla. Era la voz de un niño, familiar, conocida, pero mi cuerpo se mantenía inerte. No podía moverme, no podía reaccionar. Hasta que una voz, más distante aún, resonó en la oscuridad.

—Ha sufrido múltiples abusos, su piel está amoratada. Hay señales de lesiones, incluso de fracturas... —la voz de un médico parecía provenir de otro mundo, sin alcanzar a tocarme realmente—. Las medicinas están sobre las mesas con las indicaciones.

El frío me envolvía, el silencio me abrazaba como un manto helado. La paz... esa paz extraña y desconocida, la calma que nunca había sentido. Era una sensación ajena, como si mi alma, por fin, pudiera descansar.

Cuando desperté, la primera imagen fue de una habitación grande, imponente, pero no era mi hogar. Ya no quedaba nada de lo que alguna vez fue mi refugio. Los recuerdos golpearon mi mente como una tormenta, y al intentar sentarme, en busca de respuestas que nunca llegaban, mi cuerpo colapsó. Un grito brotó desde lo más profundo de mi ser: un grito de agonía, de dolor, de pérdidas irreparables. Un grito vacío, sin dirección.

Todo el personal se acercó rápidamente, alarmado por el escándalo. Los aparté a todos, los golpeé. Lanzé todo lo que pude encontrar, pero sus rostros de pena y compasión no se desvanecieron. Las lágrimas brotaron de mis ojos como un torrente de desgracias, cayendo sobre mí con fuerza.

Ash entró, esquivando una de las cosas que había lanzado con la agilidad de alguien que ya había visto demasiado.

—Aiden, calma... Soy yo, Ash —dijo con las manos al frente, como un escudo, tratando de detener el caos que se desbordaba de mi pecho.

No respondí de inmediato. Mi mirada recorrió la habitación, intentando entender la realidad que me rodeaba antes de volver a él, a su rostro tan conocido.

—¿Dónde estoy? —pregunté, sin dejar que mi guardia bajara ni un segundo.

—Estás en mi casa... en la mansión Bareford —respondió, su voz suave, casi con temor.

—Quiero ir a... —Las palabras se me ahogaron en la garganta. Sabía que lo que iba a decir no era verdad—. No queda nadie... —murmuré, dejando que las lágrimas cayeran sin control.

—Amigo... lo siento —respondió Ash, su voz llena de una pena que no necesitaba.

—¿Dónde está ella? La vi... la vi cuando se la llevaron...

—Tú lo dijiste... no queda nadie —dijo él, y su voz se quebró al final, como si esas palabras también lo lastimaran.

La señora Bareford entró con pasos decididos, con una expresión dura en su rostro.

—Mamá, déjalo descansar. Aún no ha...

—¡Silencio, Ash! —ordenó con firmeza. —Alístenlo. Comenzará su entrenamiento.

—¿De qué está hablando? —pregunté, el nerviosismo invadiendo cada rincón de mi ser. —¿Qué entrenamiento?

—Serás parte del servicio, claro. No vamos a dejarte aquí sin ningún propósito, querido —sus palabras me golpearon como un puño cerrado. Quería que fuera parte de su casa, de su reino de hielo y control.

—Soy un Van d...

—Lamentablemente, ya no eres nadie. Nadie sabe que estás aquí. Nadie sabe que sigues vivo, por lo tanto, aquí no eres más que un niño malcriado. Apúrense y prepárenlo, no hablaré una tercera vez.

Las sirvientas comenzaron a acercarse lentamente, cumpliendo la orden de su matrona. Me vistieron con la misma frialdad con la que habían vestido a los sirvientes de la casa, hasta que me vi convertido en uno de ellos, un espectro sin identidad.

Te Pertenezco (Parte 1) | Completa ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora