Han pasado tres días. Tres eternos días sin verla, sin rozar su piel, sin sentir la brisa suave de su presencia. Tres días en los que el destino, caprichoso, ha decidido torturarme con su ausencia. Me aferré al paisaje borroso tras los vidrios tintados del auto, un lujoso sepulcro en movimiento. A mi lado, Ash y Mia permanecían en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, mientras nos dirigíamos a la mansión Bareford.
Primero aparecieron los edificios, luego los árboles, y finalmente, el imponente portón de hierro que se abrió como si el mismo viento lo empujara. Dentro, la elegancia era implacable; el auto de Emely descansaba frente a la entrada mientras su chófer charlaba con el jardinero. Nos detuvimos. Al descender, Ash tomó la delantera, seguido de Mia. Yo caminé tras ellos, con pasos pesados, como si el aire se volviera un muro invisible a medida que nos acercábamos a la casa.
Las puertas se abrieron de inmediato. Y entonces apareció ella.
Emely salió del pasillo, con una sonrisa amplia que parecía iluminada por la emoción de ver a su hermano menor.
—¡Mi querido hermanito está en casa! —exclamó, abrazándolo con fuerza.
Me escondí detrás de Mia, tratando de pasar inadvertido, pero fue inútil. Al verme, la sonrisa de Emely se desvaneció lentamente, como un atardecer que muere en el horizonte. Sus ojos se fijaron en los míos, y en ese instante supe que las memorias que tanto me esforzaba por enterrar habían comenzado a resurgir.
Ash tomó el control de la situación.
—Largo de aquí, déjenos solos. Aseguren las puertas, no quiero a nadie cerca.
El personal desapareció al instante, dejando un pesado silencio a nuestro alrededor. Los ojos de Emely seguían clavados en mí, y los míos en ella. Un fuego abrasador me recorrió el cuerpo, pero lo apagué antes de que consumiera mi autocontrol. Ella dio un paso hacia mí, lenta, calculadora, mientras Ash, con un leve movimiento de cabeza, me instaba a que cooperara.
«Sabías que esto iba a pasar. La necesitamos», decía su mirada.
Me quejé por dentro, pero no me moví. Emely era venenosa, tóxica, destructiva. Era una rosa cuyas espinas habían dejado cicatrices imborrables en mi piel. Cuando se aferró a mi brazo, su contacto era un veneno que corría directo a mi sangre. Me alejé, rechazando su tacto.
—Venimos a hablar de algo importante —dije, rompiendo el incómodo silencio que nos rodeaba.
—¿Y qué quieren proponerme? —respondió con un aire de falsa inocencia, mientras chasqueaba los dedos para que su mayordomo le trajera una copa de champaña.
Ash intervino con su tono habitual de encanto.
—Primero, un buen negocio. Después de todo, eres mi hermana mayor, mi seductora y tenaz hermanita.
Pero fui yo quien soltó las palabras que nadie quería decir en voz alta.
—Necesitamos a Alexander Waldorf.
Emely alzó una ceja, interesada.
—¿Para qué necesitan a Alexander?
—La familia Waldorf es propietaria del Cementerio Dinasty. Queremos abrir una tumba. Pensamos que Caroline Van der Wildt podría no estar allí.
—Caroline murió hace...
—Eso nos vendieron —interrumpió Mia, con la dureza de quien ya ha visto demasiadas mentiras.
Emely se acercó a mí, con esa sonrisa maliciosa que siempre había detestado.
—¿Y mi querido Zanith está de acuerdo con todo esto?
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Te Pertenezco (Parte 1) | Completa ✔️
RomanceMisterioso y peculiar, especialmente por su característico pelo blanco. Sin nombre, sin voz y sin poder de hacer nada en la posición en el que se encuentra. Condenado a sufrir por causa de un suceso del cual aun se desconoce la razones y el por qu...