-¡Karla!- grité llamando a la mesera. –Toma la orden del señor, por favor.
Geoffrey ordenó un whisky, y lo observé arqueando una ceja.
-Esta bien, que sean dos- le dijo a la empleada antes de que se marchara. –Oye… ¿no eres muy joven para andar por aquí?
Lo miré frunciendo el ceño.
-Tengo la edad suficiente. ¿Qué edad tienes tú?
-Veintiséis- respondió él.
De alguna manera, eso me pareció aun más sexy.
Increíblemente, pasé más tiempo del esperado junto a él. Tanto, que eran las tres de la mañana y aun seguíamos hablando y riendo.
-Genial, me has hecho perder toda una noche de trabajo- bromeé mientras tomaba otro trago de cerveza.
-No te he obligado a quedarte aquí conmigo, pero sin embargo, puedo recompensarte por ello- me dijo cortésmente.
Lo observé mientras especulaba que demonios debía entender de aquello.
-¿Cuánto te debo?- preguntó yendo directamente al grano y caí en la cuenta cuando sus manos desaparecieron bajo la mesa y luego de un segundo reaparecieron junto a una abultada billetera.
-¿Me pagarás por haber hablado contigo?- dije divertida. –No he bailado para ti, ni… ninguna otra cosa. ¿Por qué diablos me pagarías?
Su expresión seria fue remplazada por una sonrisa tímida.
-Ésta noche me he reído más de lo que lo he hecho en estos tres últimos meses. Y es gracias a ti. Creo que te debo una.
«Genial. No has hecho nada y te dará dinero, acéptalo.»
-No me debes nada- dije frunciendo el ceño.
«¡¿Qué diablos dices?! ¡Has malgastado tres horas junto a un tipo! ¡Toma el dinero!»
-Enserio quiero dártelo. Me has alegrado la noche –en el buen sentido- y quiero agradecértelo. Lo necesitas más que yo- finalizo con otra de sus sonrisas.
Lo miré seria intentando ocultar mi confusión.
-¿Porqué lo necesitaría más que tú?
-Pues, creí que era obvio- dijo él tragando saliva- trabajas aquí, ¿no?
«El cree que eres una ramera que está aquí porque necesita desesperadamente el dinero»
Algo en mi estómago se removió, ¿furia? ¿vergüenza?
-¿Acaso piensas que sólo soy una prostituta buena para nada?- dije yo. – ¿Y por eso mi última salida es trabajar aquí?- le cuestioné con frialdad y el se quedó petrificado.
-__________, lo siento… yo pensé… -comenzó él intentando disculparse pero lo interrumpí.
-Te dejas guiar por las apariencias, debí suponerlo- suspiré. –No trabajo aquí sólo por el dinero- le aclaré innecesariamente –al menos para mi- antes de marcharme.
El me observó confundido desde la mesa, pero yo desaparecí de su vista, furiosa.
¿Por qué demonios me importaba la impresión que él se hubiera llevado de mí? ¡Menudo idiota!
A pesar de que quise continuar el resto de la noche con tranquilidad, me resultó prácticamente imposible.
Me sentía enojada y… ¿avergonzada? En mi maldita existencia me había importado lo que la gente pensara de mi, pero éste tipo era un asunto aparte.
Intenté no darle vueltas al asunto, pero fracasé.
A eso de las cuatro de la madrugada, me despedí de Marcie con la mano, quién estaba –cómodamente- sentada en el regazo de un hombre rubio y delgado.
Una vez que me cambié a mis antiguos pantalones de cuero y mi camiseta blanca, tomé el bolso junto a los doscientos dólares que había recaudado del primer tipo al que le había bailado en la noche y me dirigí a través del amplio pasillo oscuro hasta la salida trasera.
Cuando mi mano estaba a punto de alcanzar el picaporte alguien me detuvo por los hombros.