Con una sonrisa satisfecha en el rostro, caminé junto a Marcie por el largo pasillo que conducía al salón principal.
La música de AC DC retumbaba en “AA”, las luces rojas –como siempre- colocadas estratégicamente en todos los rincones posibles. El escenario repleto de mujeres semidesnudas bailando –poco sincronizadas- para cualquier hombre que pudiera darles dinero.
La barra de bebidas se extendía del lado izquierdo junto a un barman que intentó ligar conmigo una vez. Las mesas se encontraban esparcidas por todo el lugar a aproximadamente tres metros unas de otras. Y casi al fondo había una pista de baile.
Una vez dentro del vestuario, mientras nos maquillábamos, llegó Gelga, una prostituta de cuarenta años que por los kilos de base que llevaba encima, parecía de veinte.
-Hoy el lugar está repleto, creo que será mejor dividirnos las mesas- nos avisó ella con timidez.
Solían haber grandes conflictos cuando intentaban robarte un cliente.
Le eché una mirada breve a Marcie que al instante también me miró arqueando una ceja.
-Elijan ustedes. A mí me da lo mismo- les dije cerrando la bragueta de mi bota negra.
«Genial. Las malditas zorras me han dado las peores mesas.»
Las mesas uno, tres y siete.
El primer tipo fue monótonamente fácil. Movimientos de caderas, unos tragos, y mucho dinero entre mis pechos.
Exactamente a las dos de la madrugada, cuando salí del vestuario para ir a mi próxima presa, fue cuando lo noté.
«Geoffrey.»
-¿Qué se te ofrece?- pregunté directamente cuando llegué a la mesa tres.
-Quiero disculparme- dijo él rápidamente.
-Y yo quiero tener senos más grandes pero no todo en la vida se puede.
El rió brevemente como si se tratara de un chiste privado.
-Siéntate, por favor- me pidió con una sonrisa.
Suspiré y lo miré a los ojos.
-Dime todo lo que tengas que decir, y que sea breve. No puedo perder el tiempo.
Me senté frente a él y me tomó la mano. Lo miré confundida y por dentro espantada.
-De verdad no quería lastimar tus sentimientos, ____________- me dijo apenado y con timidez.
-No has herido mis sentimientos- aclaré ácidamente.
-Bueno, lamento haberte ofendido. Yo… no soy muy bueno hablando. Y ahora me siento patético. Sólo… lo siento.
Lo miré intentando descifrar si se trataba de una broma o era enserio. Él me correspondió la mirada y sentí el rubor inundar mis mejillas.
Inconscientemente apreté su mano pero al instante me arrepentí. Él sonrió y acercó sus labios a esta. La besó.
Con toda la puta elegancia que pudiera existir en el mundo, como si se tratara de un frágil cristal que podía romperse con el más leve roce.
Suspiré abrumada.
-¿Cómo ha ido tu noche?- pregunté con tono casual intentando ocultar lo tonta que me había dejado, e ignorando el ardor en mi mano.
-Bien, y mucho mejor ahora que me he disculpado contigo. ¿Y la tuya?
-Bien- dije neutra y tragué saliva. -¿Vas a pedir algo?
-Claro- sonrió una vez más y llamó a mesera para que tomara su orden.
Lo observé con el rugido de mi pulso silenciando cualquier pensamiento racional.
¿De verdad estaba él disculpándose? Jamás lo admitiría pero aquel gesto había sido tan jodidamente dulce que probablemente no me lo quitaría de la cabeza en toda la semana.
-¿Cómo van las cosas con tu esposa?
El desvió la mirada, incómodo.
-No tienes que decírmelo si no quieres- le avisé.
-No… está bien. Nosotros,… ella me ha dicho… que lo nuestro ya no funciona.
-¿Cuánto llevan casados?
-Casi un año. Supongo que eso le ha servido para darse cuenta de que no soy para ella. Dudo ser siquiera para alguna mujer- murmuró dolido y una extraña sensación me inundó completamente. ¿Compasión?
-¿Y por qué se han peleado? Digo… debe haber algún motivo.
-Ella simplemente se ha vuelto cada vez más distante. Los primeros meses juntos fueron el paraíso, pero ahora… no lo sé, no es la misma de antes. Y yo supongo que tampoco. Quizá sea porque finalmente ha caído en la cuenta de que se casó con un perdedor…
-¡Cállate! –gruñí inconscientemente y el me miró confundido. –Lo único que haces es decir que no eres suficiente para ella, o que no la mereces o quién sabe que otra estupidez. Geoffrey, mírate- le exigí frunciendo el ceño. –Eres dulce, caballero y obviamente guapo. Tu esposa tiene que estar chiflada para pedirte el divorcio. Deja de creer que eres tú el del problema.
El se quedó mirándome –pensativo e impactado- y al instante llegó la mesera.
Tomé un largo trago de cerveza desviando la mirada de él.
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Ok, eso fue todo
A partir de éste capítulo como que las cosas se ponen más intensas entre Rayis y Geoffrey
Bueno, gracias por leerla y espero les guste