09.- Matar o morir

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Meitantei Conan y sus personajes son propiedad de Aoyama Gosho.

Género: drama.
Ráting: +16
Personajes: Chianti, Hombres de Negro.
Palabras: 560.

09.- Matar o morir

Una de las primeras lecciones que había aprendido en la vida era que hay dos tipos de personas: las que matan y las que se dejan matar. Ella no quería ser de las que se dejan matar, así que aprendió a matar, porque ser el cazador siempre es mejor que se la presa.

Vivir aislada en el bosque con su padre había sido el entrenamiento perfecto desde el momento en que había dejado de tener miedo y había tomado la decisión de enfrentarse. Había aprendido a sobrevivir, a detectar los movimientos de los demás y a predecirlos, y a disparar.

El primer disparo que había efectuado con el rifle la sorprendió, sin esperarse el retroceso, la mira telescópica le golpeó dolorosamente el ojo, se le había hinchado tanto que, incluso, creyó que lo perdería, pero se recuperó y, con la lección bien aprendida, no repitió el error de golpearse a sí misma.

Practicó, día y noche, hasta la extenuación, hasta mejorar notablemente su puntería agujereando latas y rompiendo botellas primero, cazando alimañas después. Tenía un objetivo marcado y haría lo que fuese para ser ella quien matase, porque no estaba dispuesta a dejarse matar.

Cuando se sintió lo suficientemente preparada se estiró entre el alto césped y restó, inmóvil, a la espera de su objetivo, que llegó cuatro horas después haciendo eses por el camino de tierra. Inspiró hondo, apuntó y apretó el gatillo. El disparo resonó por el bosque, amplificado por el eco, asustando a los pájaros y animales cercanos, y también, a sí misma.

Jadeó, sin atreverse a moverse de allí donde estaba, por si había errado el tiro, por si se hacía el muerto. Cuando se decidió a moverse la noche empezaba a caer, no había movido ni un músculo durante todas aquellas horas y, al levantarse, estaba entumecida. Se movió muy despacio, recortando la distancia con el cuerpo de su padre.

Tenía los ojos bien abiertos, las pupilas fijas y la mirada perdida.

Estaba muerto.

Muerto.

º º º

Aquel último trabajo había sido ridículamente fácil. Desmontó el rifle y lo metió en la funda vieja de una guitarra.

Se frotó el ojo izquierdo donde el tatuaje de las alas de una mariposa que se había hecho dos días atrás empezaba a picarle. Escocía.

Bajó las escaleras del viejo edificio de apartamentos con calma, como si no fuese más que una inquilina que sale a ensayar con su grupo de música indie. En la puerta había un coche aparcado, uno que no estaba antes, en su interior había dos hombres vestidos de negro, como uno par de cuervos.

La puerta del conductor se abrió y uno de los cuervos se bajó. El pelo largo y plateado moviéndose con el viento, su altura imponente, su cara cruel; su simple presencia parecía una amenaza.

Ella se cerró la chaqueta y se dispuso a pasar de largo, pero el cuervo habló y ella se detuvo.

—Has superado la prueba, bienvenida, Chianti.

—¿Quién...?

—Sube al coche, este no es lugar para hablarlo.

Subió, aferrando con fuerza la pistola que llevaba oculta en la chaqueta, porque ella no era de las que se dejan matar, porque entre matar o morir ella siempre elegía matar.

Aquel día se deshizo del último estorbo de su vida anterior. Se mató a sí misma para que naciese Chianti, la versión mejorada de quien había sido.

Fin

Fictober 2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora