20.- Hojas

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Meitantei Conan y sus personajes son propiedad de Aoyama Gosho.

Género: romance.
Ráting: +16
Personajes: Suzuki Sonoko, Kyogoku Makoto.
Palabras: 815.

20.- Hojas

Las hojas caían con parsimonia llenando el suelo de colores. Sus botas de montaña resbalaban cuando pisaba alguna húmeda, pero mantenía el equilibrio y seguía adelante sin rendirse.

Aquel idiota... ¿por qué tenía que entrenar perdido en medio de la montaña? ¿Es que no había suficientes gimnasios en Tokyō? Podía hacerle uno a medida si lo necesitaba, ¿por qué torturarla así?

Había llegado a la cabaña donde se alojaba por casualidad y total para no encontrárselo, porque había salido a entrenar o eso le había dicho el anciano que había. Así que Sonoko dejó la mochila en el interior de la cabaña y, furibunda, siguió el camino medio tapado por las hojas que el hombre le había señalado.

El paisaje de otoño era precioso y, en otras circunstancias, lo habría disfrutado de lo lindo. Resbaló, cuanto más se cerraba el bosque más húmedas estaban las hojas del suelo. Oyó golpes más adelante, amplificados por el eco, debía ser Makoto, al menos, eso esperaba. Aceleró con cuidado para no caerse porque no quería hacerse daño antes de poder decirle un par de cositas a aquel cara dura.

Los sonidos se intensificaron y, finalmente vio a alguien moverse a toda velocidad entre los árboles, lo reconoció por su manera de moverse. Esbozó una breve sonrisa que despareció al recordar como de enfadada estaba. Se llenó los pulmones de aire.

—¡Idiota! —le soltó— ¡Eres un idiota!

Makoto la miró aturdido dejando de moverse, ¿qué hacía Sonoko allí? ¿y además ella sola?

—Sonoko, ¿qué haces aquí?

—¿Cómo que qué hago? ¡No eres más idiota porque no puedes entrenarte para serlo!

—Es peligroso, ¿no lo sabes?

Y no lo era sólo por donde estaban, sino porque podría haberla golpeado por error.

Sonoko cerró los puños con fuerza y apretó los dientes entrecerrando los ojos, estaba tan enfadada que podría estallar.

—¡No me importa si es peligroso o si es Disneyland!

—¿Por qué estás tan enfadada? —preguntó mirándola con cara de no comprender nada.

—¿Es que no sabes qué día es hoy?

—Creo que es ¿sábado? ¿Qué importancia tiene?

—Sá-sábado...

El enfado de Sonoko se eclipsó brevemente por el aturdimiento, pero resurgió con fuerza; si las botas de montaña fuesen fáciles de quitar se las habría quitado y se las habría lanzado ambas a la cabeza.

—¿¡Qué te enrollas con sábado!?

—Bueno, perdona... es difícil saber en qué día estamos en la montaña, se pierde la noción del tiempo.

Quería tirarse entre las hojas y llorar hasta perder el sentido, ¿cómo podía ser tan idiota? Sollozó, enfadada y frustrada.

—No lo sabes —sollozó.

—Lo siento... ¿Qué día es?

—Sábado —contestó, eso lo había acertado, pero el resto lo había olvidado.

Makoto frunció el ceño, era lo que él había dicho.

—¿Es que habíamos quedado?

—No.

No era su cumpleaños, todavía quedaban dos meses, lo tenía muy presente.

—Sonoko... dame una pista.

Ella se agachó y agarró un puñado de hojas y barro y se las lanzó a la cara, Makoto no hizo nada para esquivarlas, con la cara sucia de barro esperó una respuesta entre los sollozos.

—¿¡Cómo puedes haberte olvidado!?

—Lo siento...

—¡No lo sientes! Si o sintieses estarías pensando en por qué estoy aquí y por qué estoy enfadada.

Makoto pensó en ello, pero no se le ocurrió nada, no habían quedado porque estaba entrenando...

—¡¡Idiota!! —gritó—. ¡Eres como los demás! ¡No te importa nada más que tu maldito torneo!

—Eso no es verdad —replicó limpiándose el barro de la mejilla—. Si quiero ganar este torneo es por ti.

—Me da igual el torneo, Makoto. Ayer ni me llamaste.

Aquello tampoco es que fuese una novedad, allí no había demasiada cobertura, Sonoko lo sabía, le enviaba mensajes casi a diario y, a veces, ella ni le contestaba y él no se enfadaba.

—Ayer hizo un año que empezamos a salir juntos, te envié un mensaje y ¡ni me has contestado! ¡Idiota!

Makoto echó cuentas, se habían conocido en verano en Izu, se habían empezado a hacer amigos casi por sorpresa y poco después Sonoko le había preguntado si quería intentarlo, aunque aquello fuese una relación a distancia... ¿había pasado un año?

—¿Ha pasado un año? ¿Tan rápido?

—Idiota... ¿No hay calendarios en la montaña?

—Hay uno, pero es de hace tres años...

Sonoko cogió otro puñado de hojas y barro y se los lanzó con rabia.

—Lo siento, no me he dado ni cuenta de que ya es otoño, Sonoko, por favor.

—He tenido que subir hasta aquí a pie y he estado a punto de abrirme la cabeza, ¡no quiero oír cómo te disculpas! ¡No he venido aquí para eso!

Makoto comprendió qué hacía allí, cogió la toalla abandonada en una roca y se secó el sudor.

—Bajemos de aquí, iremos a cenar y hablaremos.

Sonoko le siguió con cuidado pendiente abajo, agarrada a su brazo para no resbalar con las hojas que lo llenaban todo.

Fin

Fictober 2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora