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Narra Celeste:

Blanco. Negro y rayas. Gris, como una tele antigua. Como una antena a falta de señal. Paredes blancas, como una hoja recién fabricada, excepto por las líneas paralelas. Flores, globos, paquetes con moños. Todo lo que una muerta necesitaría.
Y volvía a suceder.
Los huesos frágiles, músculos invisibles, y cuerpo totalmente consumido. Como si los pensamientos fueran a chuparte entera.
El pecho tan presionado que apenas te das cuenta que está ahí. Pupilas decaídas, ojos rojos. Un mar de lágrimas en el estómago.
Era tanto lo que mi cuerpo acumulaba y aguantaba, que apenas quería seguir pensando. Era tan difícil y angustiante el proceso, que sólo tenía ganas de dormir. Pero después aparecía el insomnio, quien tampoco me ayudaba para nada.

Tenía tan pegada las palabras que cada familiar me había dicho, que podía preparar hasta un discurso, o tal vez un poema; dicho esto, tampoco tenía la suficiente fuerza para hacerlo.

El que más me acordaba era el de Paulo. Ese día me había hablado tanto, que cada palabra que recitaba me hacía desenvolver más rápido el nudo que se me envolvía en el pecho.

-Celeste, ¿cómo te sientes? -preguntó el doctor, entrando por la puerta, y sentándose a mis pies.

Sólo lo mire.

-Te hemos bajado la medicación ya que tenemos en consideración que tal vez podrías empezar a hablar sobre lo que tú quieras hablar, o desenvolverte. -me miró fijo- Los análisis dan cada vez más mejoras en ti, lo que consideramos que tal vez con la ayuda de todo el equipo, o con quién tu quieras, podrías hablar sobre algo en particular, o sobre que te gustaría cambiar en tu entorno -miró hacia otro lado. Sabía que eso solían hacer los psicólogos para no intimidar a sus pacientes.

-Bueno -dije apenas.

Asintió y se paró de la camilla. Caminó hasta la puerta y al fin salió. Ahora había algo nuevo de lo que tendría que pensar.
Suspiré y empecé a pensar en todos los psicólogos por los que había pasado, y cuál podría considerar de mejor ayuda profesional. Aunque todavía tenía feas sensaciones y pensamientos que me aterraban, algo de mi me decía que tenía que salir de donde estaba. No paraba de pensar en mi carrera y en mi familia. Era algo que inevitablemente extrañaba. De a poco, y un poco, empezaba a pensar que había gente que realmente estaba sola. Y si bien sabía que ese momento no lo había podido evitar, controlar, era algo pasado. Estaba segura que mi familia y amigos no iban a juzgarme por eso.

Me senté como indio, y agarré el vaso de agua que tenía a un costado. Le dí un sorbo y lo dejé de nuevo en la mesita junto con la comida, que con sinceridad era un asco.
Cerré los ojos e inhalé profundo. Exhalé y volví a repetir el ejercicio varias veces. Hasta que mi mente empezó a distraerse con ruido de varios pasos que llegaban hasta la puerta de la habitación.
Apreté mi mandíbula y mis músculos se tensionaron. No tenía ganas de ver a ninguna cara desconocida, ni mucho menos tener que contarle por todo lo que había pasado.

De golpe la puerta se abrió, y el reflejo de afuera inundó el cuarto de luz, pero no era lo único que había hecho brillar todo mi alrededor.
Pelo revoloteado. Altura mediana, pantalón chupín. Remera blanca, lisa, "supreme", (pensaba en milanesas). Sonrisa parecida a la de un nene cuando pierde sus juguetes y finge que no le importa. Ojos decaídos, ojeras. El último toque, siempre lo caracterizaba. Sus cejas, que no me cansaba de decirle que eran parecidas a las de los villanos de todas las películas animadas.
Veía a un chico que necesitaba de algo.

-¿Celes? -susurró.

-Paulo -sonreí un poco.

Choose © [Paulo Dybala]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora