Rasguños de garras y mordidas de colmillos.

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PARTE 1

Usar falda y tacones era la peor combinación de vestuario para mí. Era terrible caminando con tacones, la falda limitaba mi paso natural y me obligaba a ponerme esas odiosas medias negras, pero la situación lo ameritaba como nunca antes.

Era martes por la mañana. Mucho frío para ser verano. Decidí usar un abrigo.

Me miré en el espejo de mi cuarto poniéndome encima el abrigo. Una camisa de manga larga blanca, un simple y elegante collar, y esa combinación de muerte de una falda, medias negras y tacones negros.

Mi cabello estaba lacio, rara vez lo planchaba con las tenazas. Había durado horas peleando a muerte por conseguir un alaciado perfecto y lo conseguí.
Respiré nerviosa recordando mis propuestas, speechs y todas esas tardes que Piper fue a mi trabajo para ensayar en mi discurso.

Era impresionante cómo pasaba el tiempo imperceptible. De un segundo a otro las hojas se tornan café, tu cabello se vuelve más largo y te das cuenta de que los segundos ya no vuelven. Que sólo existe el ahora.

Siendo sincera nunca creí llegar tan lejos y ahora estaba por presentar mi campaña electoral para la presidencia estudiantil.

Nada de lo que había pasado antes era importante.

Este era mi ahora.

Tomé mi portafolio con todo mi papeleo listo para presentar y salí de mi habitación directo a la cocina. Desayuné un pan tostado con mermelada y un licuado de plátano pensando en el inicio de mi discurso. Debía ser bueno. Debía ser impresionante.

Mi papá bajó las escaleras poniéndose su corbata hecha un lío. Parecía estar prepararse desde muy temprano para dar clases.

—Annabeth, hija, ayúdame con esta creación de confusión y caos.

—Creo que te hace ver más elegante —dije pasando la corbata de un lado a otro hasta conseguir un nudo etéreo. Acomodé el cuello de su camisa sobre su saco y miré orgullosa donde estábamos los dos. Pocas veces teníamos esos momentos de soledad, padre e hija, siempre estaba la esposa de papá, Bobby o Matthew haciendo algo, requiriendo nuestra atención, haciendo del día un momento cotidiano. Pero ahora sólo estábamos papá y yo—. Listo.

—¿Y tú lo estás? —asentí con la cabeza—. Puedo faltar a mis clases de hoy con tal de ir a verte presentar tu campaña, no tienes que pedirlo.

—Oh, no, estaré bien. Verte allí sólo me hará sentir más nerviosa.

Me acercó a él hasta un abrazo. No me lo esperaba. Era tan imprevisto. Hacía meses que no teníamos tanto contacto, y un abrazo, ni se diga.
Lo rodeé con los brazos disfrutando de ese gesto. Era extraño que mi papá fuera el que me dio el abrazo.

—Sabes que eres mi hija —susurró en mi oído—. Te apoyo en todo lo que haces.

—Lo sé.

Nos separamos para volver a nuestras actividades. Un pequeño y silencioso desayuno, y preparar el aperitivo de papá para su día laboral. En menos de un minuto todo estaba listo para que cada quien fuera por su lado, a hacer nuestro trabajo.

—¿Te llevo a la escuela?

—Pasarán por mí.

—¿Quién? ¿Percy? —me detuve de golpe al recordarlo.

¿Cómo le explicaba a papá que Percy era de ahora en adelante mi peor pesadilla, mi enemigo mortal, mi competencia de campaña?

Lo que sucedió hace días fue un terrible error que marcó una brecha de distancia entre nosotros.
Percy dejó de pedir ayuda para estudiar. Tal vez porque ya no me necesitaba o porque era igual de orgulloso que yo. Ya no frecuentaba en pasillo donde estaba mi casillero y nunca comíamos en la misma mesa durante los recesos. Escuché a voces que seguía en el equipo de natación sin perder su velocidad o su puesto de capitán, y también volvió a salir con Rachel Elizabeth Dare. Cada quien sus gustos.

La decisión de AnnabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora