Al final del día.

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Tras ese gran fracaso, Leo me llevó a la enfermería alarmando a todos sobre que había inhalado aire infectado para hacerme una clase de zombi mutante y que tenía que hacerme una extirpación de pulmones. Después de ese inconveniente, nos pusimos serios.
—Tendremos que nebulizarte —dijo la enfermera en marcha. Yo sabía perfectamente ese término, pero Leo...

—¿Está segura? ¿No cree que es mejor algo líquido... o una pequeña siesta? —preguntó él.

—La medicina estará en el humo que inhale, no hay porqué preocuparse —habló la enfermera, Leo me miraba.

—Estaré bien —susurré.

—No me gustaría que te droguen, las enfermeras resultan ser profundas y vengativas, pero, ya sabes, Percy me hizo prometer que no te pasaría nada.

Quería pensar que un órgano dentro de mí fue lo que explotó al escuchar su nombre, sin embargo, tenía en cuenta que iba más allá de lo físico saber de él.
Percy realmente quería traerme a la enfermería pero cierta jueza lo amenazó —a todo el equipo— de descalificar su proyecto, como hace unos momentos conmigo. Se quedó en la presentación mientras que Leo aminoraba mi pesadez en aquel pasillo lleno de gente con una broma de infección zombi.

La enferma en un rápido movimiento me puso una mascarilla de plástico entubada a un aparato. Nunca en mi vida tuve alguna operación o mucho menos, pero este acto repentino me alteró bastante, tomé asustada la mano de Leo.
Ella presionó unos cuantos botones de la máquina y vi la espesa masa de humo recorriendo el interior del tubo para llegar a la mascarilla.
No tenía olor alguno aunque provocaba cosquillas en mi nariz. Segundos después, sentí el golpe. Mis ojos se desenfocaron con tal magnitud que sentí un mareo enorme del que Leo tuvo que detenerme por los hombros para no caer al piso.

—Dile a Piper... que venga después de su presentación... —Mis ojos estaban a punto de cerrarse—. Le tengo... una propuesta.

Todo se tornó oscuro al instante.

**********

Me hubiera gustado despertar por mi cuenta. Sin embargo, los gritos de euforia me asustaron a tal grado que caí de rodillas al piso. Me sentía extraña de alguna manera posible: mis pulmones curaron y ya no había dolor de cabeza. Estaba sola en la enfermería, no acostumbro a que me den órdenes, así que de forma indirecta el silencio me dio la razón para salir de aquí.
Me quité el bozal médico levantando mi cuerpo. Salí al pasillo vacío y sin estudiantes alguno al cual analizar pues todos estaban en la presentación de premios por la Feria de Ciencias.
Caminé guiada de la pared tapizada de casilleros que corría hasta el final del pasillo. No me sentía del todo bien, aunque fuera un alivio el poder caminar y respirar otra vez.

Alguna vez escuché que las cosas malas llegan en los buenos tiempos. Era una total mentira. A veces las cosas se contenían tanto dentro de una botella de vidrio hasta reventar, eso había pasado conmigo en el experimento y ahora, siguiendo con la metafórica botella rota, venía otro problema con el que lidiar acompañado de un balón de básquetbol.

No era necesario esperarlo, Logan venía por mí sin prisa alguna y yo no huiría, estaba cansada de correr a pesar de que no podía salir de allí literalmente.
Le lancé una mirada de odio antes de enfrentarnos, él sonrió con malicia. En el fondo de mi ser sabía que no tenía miedo de mí, menos respeto. Era de esos pocos especímenes que retaban a su propia muerte y salían inusualmente vivos. Era impresionante, pero nunca en mi vida lo admitiría en voz alta.

—Vi el accidente que pasó con tu experimento —fingió una cara larga—, mala suerte por hoy, sabionda.

Tragué saliva en seco.
Lo odiaba. Odiaba su estúpido egocentrismo, cuando me decía «sabionda» con tal de menospreciar mi inteligencia, las tonterías que siempre decía y odiaba que él sabía algo de mí que yo no.
Logan pasó de mí. Sabía que si no lo mantenía a raya se le haría costumbre fastidiarme por la infinidad del tiempo.

La decisión de AnnabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora