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La guerra se levantaba en medio de la paz, de forma silenciosa erguía sus fundamentos en los corazones de la gente a través de la ambición el poder y el temor.

Las armas de fuego aun no daban signos de existencia, y las filosas espadas eran el motivo de tantas muertes, que procuraban con todo fervor alcanzar la dominación de los distintos reinos para formar un vasto imperio que concentrara todo en un solo centro, la supuesta unión era la medida, pero las consecuencias por no creer en tal hecho era la declaración de muerte más terrorífica que los pobladores de dichas ciudades jamás pudieron escuchar.

El gran rey del hermoso Reino de Hasetsu, grande y popular por sus extensas comunicaciones de mar y tierra e incontable riquezas, había escuchado de este movimiento militar liderado por rebeldes, procuraba enviar a soldados preparados y estrategas fuertes que pudieran detener el paso de estos a su Nación, defender y proteger a su pueblo era su prioridad. Sus hijos heredarían su legado por ende nada debía alterar la paz que tantos años imperaba en sus vidas.

Tohiya Katsuki, un hombre de temperamento templado y regio, su rostro lleno de años indicaban la obvia experiencia, sus cinco hijos revoloteaban de un lugar a otro, su única hija Mari Katsuki, era una pequeña Alpha de carácter, la mayor de los hermanos, de dominante actitud que cuidaba del más pequeño y mimado de los Katsuki.

Jiuk, Akio y Mimori, eran Alphas con instinto sobreprotector, cuidaban de sus allegados y eran celosos con su madre, hermana y sobre todo con el Omega de la familia, que por ser el más pequeño, le consentían. Como hijos del rey, mostraban su carácter imperativo.

Todos crecían bajo los rigores y entrenamientos militares y reales dentro del castillo. Todos gozaban de un noble corazón, amaban a su nación y servían en lo necesario para el bienestar de estos. Por ello el favor de los pobladores y provincias cercanas estaban sobre ellos.

Yuuri, el menor de la familia real, era un pequeño travieso, algo regordete, un Omega de casta y con un alma pura, muy amado y con chispa única, que a sus seis años se había ganado los corazones de todos a su alrededor.

Cuando el sol se ponía, solía escaparse por los pasillos secretos del castillo para ir al lago que quedaba a unos metros alejado del lugar. Le encantaba estar en ese lugar sobre todo en los día de invierno cuando el lago se congelaba y jugaba a deslizarse tal como le había observado en algunas ocasiones a un compañerito un poco mayor que el que se la pasaba en el lago compartiendo sus travesuras.

Una tarde después de clases, sollozaba con su mirada perdida, las noticias de guerra habían llegado a sus oídos embargando de tristeza su ser, aunque desconocía la realidad de esto, un estrujante sentimiento le hacía sentir sin salida, era solo un niño y sabía que en nada podía ayudar a esa situación. Por lo que pequeñas suplicas escapaban de su boca imploraba a los dioses ser escuchado.

Sin darse cuenta en medio de su suplica, este había sido escuchado por su compañero, el hijo del general de confianza y mano derecha de su padre, un ruso de temple y blanca cabellera.

Sin darse cuenta, sus largos brazos le rodearon, reconfortándole un poco, el calor de su cuerpo le resguardaron de la fría brisa, y sus palabras de consuelo le ayudaron a desahogarse...

-No llores, papá dice que cuando los Omegas lloran, el cielo también lo hace –expresó el platinado.

-Es que tengo mucho miedo –confesaba mientras sus lágrimas se desbordaban.

-No te preocupes, yo soy un Alpha y prometo que nada pasará, por favor no llores más.

-¿Cómo lo harás? –secando sus lágrimas, observándole con curiosidad.

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