10. Cuando pase el temblor.

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El agua de la canilla del cuarto de baño cae a borbotones chocando contra la cerámica del lavabo ocasionando un ruido que a veces sirve de distracción, como en éste caso. Candela lleva el cuerpo inclinado, casi en noventa grados, con la boca apuntando hacia el inodoro, los brazos extendidos a cada lado que le sirven de apoyo para quizás no desmayarse y el pelo cayéndole por los costados cual cortina. Tose por última vez para esfumar la picazón de la garganta y cierra los ojos durante tiempo indeterminado. Destensa todos los músculos y trata de serenar el cuerpo, de que se esfume la piel erizada y los escalofríos después de haberle sobre-exigido al estómago el devolver lo que había comido en un atracón que tuvo hace media hora cuando se levantó antes que todos porque tenía hambre. Presiona el botón para que todos los restos se pierdan por la cañería; junta agua en mano para limpiarse la boca y cuando levanta la cabeza, el espejo le devuelve una imagen frustrante que odia, con ojeras, los ojos brillantes por las lágrimas, con el agua nasal deslizándose por su nariz y los cachetes colorados. Entonces junta agua en sus manos y se empapa para limpiarse; de las culpas quizás, o del dolor.

−Ya estábamos por ir a buscarte. Pensamos que seguías durmiendo –cuando Candela llega a la cocina, Camila está cortando un budín de limón mientras que Lali está sentada en una de las banquetas altas revolviendo café con leche e Inés sumerge el saquito de té en su tazón grande con agua caliente.

−Preferí quedarme un rato haciendo fiaca. ¿Por qué tantas cosas para desayunar? –y se sienta al lado de Lali.

−Porque podemos y queremos –responde Inés siendo lo suficientemente concisa– ¿Querés una tostada con queso crema?

−No –pero ella se la queda mirando, como si supiera que algo está ocultando.

−¿Un jugo? –vuelve a negar pero con la cabeza– ¿Te pasa algo, hija?

−¿Desde cuándo te preocupa lo que me pasa a mí?

−Bueno, ey... –y Lali le da un golpecito suave en el brazo– no empiecen peleando desde tan temprano. ¿No se cansan siempre de estar chocando? –pero si ninguna de las dos responde, es porque no les conviene– no la obligues a comer si no quiere, mamá. Y vos –la señala con un dedo– cambia esa cara de culo.

−Es la misma que la tuya –le dice y Lali esboza una sonrisa.

−Sí, y me encanta que hayas heredado de mí algo tan lindo, pero tenés que relajarte más. ¿O estás así porque anoche estuve escuchando música hasta altas horas de la madrugada?

−Me había olvidado de ese detalle pero gracias por hacérmelo recordar –y la hace reír– ¿Qué carajo estabas haciendo?

−Cami me pidió que elija unas canciones para usar en ciertos momentos de la boda –le cuenta antes de tomar un sorbo de café.

−Me parece fantástico, pero mi habitación está pegada a la tuya, me vibraron las paredes durante toda la noche y hay algo llamado auriculares –pero no pareció darle mucha importancia porque le respondió subiéndole un hombro.

−Falta tan poco... −esboza Camila al morderse el labio, con una mezcla de ansiedad y melancolía.

−... para convertirte en la esposa de –agrega Candela.

−Algunas mujeres no renegamos de eso –acota Inés al levantarse e ir a buscar la azucarera a la mesada.

−No, claro, ¿vos qué vas a renegar si te casaste con un empresario que siempre te dio todos los lujos? –y por debajo de la isla, Lali la patea para que se calle– hablando de eso, ¿dónde está papá?

−Trabajando para que después vos también puedas disfrutar de esos lujos –le responde con el mismo énfasis que ella– voy a terminar el desayuno en mi cuarto, cualquier cosa que necesiten ya saben dónde estoy –envuelve las tostadas en una servilleta, con la otra mano agarra la taza y se va.

DESPUÉS DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora