32. Adiós.

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Recién estaba iniciando diciembre y en la casa de los padres de Lali estaban todos los aires acondicionados encendidos, los cubos de hielo danzando en la superficie de los vasos de jugo o gaseosa y la piscina terminándose de cargar. Cuando suena el timbre, ella se levanta y abandona el juego de cartas en el que estaba compitiendo con Peter el cual solo vestía una bermuda. Ella, en cambio, estaba con un short deportivo, el corpiño de una malla y un rodete desprolijo. Caminó descalza y chequeó por la cámara de seguridad de quién se trataba. Luego presionó un botón que accionó la apertura de la entrada de la calle y ella abrió la puerta de la casa para esperar a Agustín que se acercaba con una sonrisa, una bolsa cargada de botellas de gaseosas, en cuero y la remera anudada a la cabeza.

−¡Buenos días mis amigos, mis colegas, mis fiesteros favoritos! –saludó muy arriba y se inclinó unos centímetros para saludar a Lali con un beso.

−Estás demasiado arriba como para haber cuarenta y cinco grados de térmica –le respondió Peter que no se despegó del sillón y continuaba con su mazo de cartas en mano.

−Aprobé cirugía general así que derrocharé felicidad y brindaré todo lo que sea necesario –deja la bolsa en el suelo, abre una botella de gaseosa y todo el gas contenido por los malos movimientos previos le generó una leve explosión en el que el líquido comenzó a llover por los costados empapando el suelo. Lali miró el charco y después volvió a levantar la cabeza para mirarlo a él– decime que no está tu mamá.

−No, en ese caso no estaría Peter. Y si sos tan inteligente como para aprobar cirugía tendrías que serlo también para saber que el líquido se pone adentro de los vasos –le indicó indirectamente a medida que se alejaba por el corredor hasta la cocina, pero él solo rió y levantó los hombros porque no le importaba nada.

−¿Aprobaron todos? –le consulta Peter.

−Algunos, pero en buen porcentaje. ¿Qué haces? –le preguntó cuando lo vio mover algunas cartas y modificar las de su mazo por otras que estaban apiladas.

−Sh, no le digas nada –susurró cómplice en su trampa y él asintió obediente y también chequeando que ella no regrese.

−¿En serio no tenían nada planeado para hoy? Tengo ganas de salir, el día está lindo y estoy demasiado contento como para quedarme encerrado mirándoles las caras que no son feas pero tampoco para andar apreciarlas tanto fijamente las veinticuatro horas.

−En realidad tenemos un clavo.

−¿Qué clavo?

−Yo –Eugenia apareció al bajar las escaleras, en malla pero con una manta cayéndolo por encima de los hombros. El pelo todo desprolijo y los cachetes manchados con delineador negro por culpa del llanto– gracias por el nuevo apodo –le dijo a Peter y le dio un cachetazo en la espalda al pasar por detrás de él y tirarse boca arriba en el sillón más grande.

−¿Qué te pasó?

−El amor es una mierda –definió al subirse los mocos, a lo que Agustín entrecerró los ojos y arrugó la nariz.

−¿Te separaste?

−No solo eso –agregó Peter al levantar un dedo– se separó porque él le dijo que no la quería más y a los cuarenta minutos lo encontró con otra. En realidad no lo encontró, le revisó el celular y se enteró que andaba con otra la cual es compañera de ella de pilates. Así que en el mismo día perdió al pseudo-novio y a la pseudo-amiga –y después recibió un almohadonazo de Eugenia que le retumbó en la cabeza.

DESPUÉS DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora